Muere a los 88 años Juan García ‘Mondeño’, una figura del toreo que vistió el hábito de los dominicos
Retirado de los ruedos desde 1969, vivía alejado de los toros entre París y Sanlúcar la Mayor
Juan García Mondeño (Puerto Real, Cádiz, 1934), una figura del toreo de la década de los 60 que se convirtió en un fenómeno mediático al colgar el traje de luces durante un año para vestir el hábito de la orden de los dominicos, ha fallecido este jueves, un día antes de cumplir 89 años en la localidad sevillana de Sanlúcar la Mayor, donde vivía desde hace tiempo.
Fue un diestro valiente que destacó por su toreo vertical, hierático y solemne, que en el ruedo desprendía un aire místico y taciturno; se codeó con los grandes de su época y alcanzó el reconocimiento de figura tras una exitosa trayectoria que comenzó cuando ya había cumplido los 22 años, salpicada de muchas y graves cornadas y cimentada en una dedicación basada en la búsqueda de un medio de vida más que en una inclinación natural.
No en balde Mondeño había nacido en el seno de una familia muy humilde que vivía en una choza entre Puerto Real y Medina Sidonia; pisó la escuela cuando ya había cumplido los 13 años, y la de torero fue una salida profesional para huir de la miseria familiar, a pesar de que declaró alguna vez que su deseo era haber sido misionero, vocación a la que se opuso de forma tajante una abuela anticlerical.
Debutó en los ruedos como sobresaliente de un rejoneador, animado por un banderillero gaditano, sus inicios como novillero fueron en la plaza de El Puerto, en junio de 1956; protagonizó una exitosa carrera en el escalafón inferior, de modo que consiguió salir a hombros por la Puerta del Príncipe, y también sufrió serios contratiempos, como una cogida en la localidad extremeña de Zafra, en 1957, que le afectó al nervio ciático y le obligó a torear varios festejos con una aparatosa prótesis ortopédica.
Tuvo una alternativa de lujo en la plaza de La Maestranza, el 29 de marzo de 1959, con Antonio Ordóñez como padrino, y Manolo Vázquez de testigo, y la confirmó un año después con el mismo cartel de compañeros.
Cuando gozaba de las mieles del éxito sorprendió a todos con una decisión tan inesperada como singular: en 1964 anunció que se retiraba de los ruedos para ingresar como novicio en la orden de los dominicos. La toma de hábitos, a la que acudió vestido de corto, se convirtió en un auténtico acontecimiento nacional aireado por el No-Do, el noticiero cinematográfico de la época. La vocación religiosa de Mondeño fue efímera, y decidió volver a los ruedos a los dos años de cambiar el traje de luces por el sayal blanco de la orden de Santo Domingo.
Reapareció en Marbella, el 3 de abril de 1966, junto a Paco Camino y Manuel Benítez, el Cordobés. Llegaba su postrera etapa en los ruedos, sin abdicar de su condición de figura del toreo, antes de despedirse definitivamente en la temporada de 1969, desvinculándose por completo del mundo de los toros.
Mondeño fijó su residencia en París, que alternó con largas estancias en su casa de Sanlúcar la Mayor, alejado del mundo taurino y entregado a otras aficiones como su pasión por los coches singulares y su conocida condición de gourmet. Fue pionero de muchas cosas, tuvo una apoderada, Lola Casado, hija del célebre Fatigón, en unos tiempos en los que el mundillo taurino estaba vedado a la mujer, y participó en una película, La becerrada, junto a Fernando Fernán Gómez, dirigida por José María Forqué.
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