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Raúl Guerra Garrido, un intelectual comprometido

Fue uno de los primeros escritores que abordaron la violencia terrorista de ETA en el País Vasco desde un punto de vista literario, y uno de los fundadores del Foro de Ermua

Raul Guerra Garrido
Raúl Guerra Garrido, en una imagen de 2001.gorka lejarcegi

Para el filólogo franco-búlgaro Tzvetan Todorov, un intelectual es un estudioso o un artista, categoría en la que incluía a los escritores, que no se contenta con la creación de una obra de arte, sino que además se siente comprometido con la noción del bienestar público, con los valores de la sociedad en la que vive, alguien que participa en el debate sobre esos mismos valores, alguien a quien preocupan las dimensiones políticas y éticas de su obra. Desde este punto de vista, Raúl Guerra Garrido, fallecido el pasado viernes, era un intelectual, un escritor comprometido, un escritor “engagé”, que diría Todorov.

Raúl Guerra Garrido fue de los primeros escritores, me atrevería a decir que el primero, que abordaron la violencia terrorista del País Vasco desde un punto de vista literario; por ejemplo, en su novela La carta, que trata sobre la extorsión a la que eran sometidas distintas personas de Euskadi por parte de los terroristas de ETA y el vacío que por temor le hacían sus allegados.

Su posicionamiento desde la izquierda contra el terrorismo de ETA y la locura nacionalista le depararon que le quemaran a su mujer la farmacia que tenía en San Sebastián, en la época en que atentaron también contra la librería Lagun, y que tuviera que llevar durante años un guardaespaldas. Una época en la que ir a Madrid era ir a la libertad, a pasearse libremente sin guardaespaldas, idea que compartía con el exconsejero vasco Joseba Arregui quien también tenía que moverse por las Siete Calles de Bilbao con cuatro escoltas. Un tema que, escritor hasta la médula, a Raúl Guerra Garrido le sirvió para ponerse en la piel de esos anónimos y solitarios guardaespaldas para escribir La soledad del ángel de la guarda. Su compromiso le llevó a ser uno de los fundadores del Foro de Ermua, cuando no eran muchos los que, pudiendo vivir sin problemas y de forma desahogada, tenían el valor cívico de hacerle frente al terrorismo de ETA.

Raúl Guerra Garrido se ganó un lugar en el mundo de las letras logrando el premio Nadal en 1976 con su novela Lectura insólita de El Capital en la que un empresario secuestrado en aquellos años del plomo solo tiene por compañía la obra de referencia de Marx. Aborda también el tema de la inmigración a Euskadi y el desarraigo de los emigrantes en Cacereño.

Al igual que Faulkner con Yoknapatawpha y Gabriel García Márquez con Macondo, se inventó un lugar imaginario de Euskadi llamado Eibain en el que situó sus tramas. Con El año del wólfram quedó finalista del Planeta en 1984 y con La Gran Vía es New York, título que toma de una frase del escritor soviético Ilyà Ehrenburg cuando vino a cubrir como periodista la guerra civil española, el premio de la Crítica de Castilla y León, y el Villa de Madrid. Un collage de historias aparentemente inconexas, pero unidas por un hilo conductor espacio-temporal que es la Gran Vía de Madrid.

Raúl Guerra Garrido fue un maestro de la novela experimental, con dosis de intriga y de novela filosófica de estructura compleja, que siguió cultivando cuando pasó su época de los años sesenta y setenta. También de juegos ingeniosos de palabras que provocaban entre sus correctores y editores que no se supiera si se trataba de una errata o de uno de sus guiños, duda imposible de resolver hasta que no se le consultaba. Una curiosidad, a veces era una errata, pero le gustaba como juego de palabras y así se quedaba. Título representativo a este respecto es su obra Quien sueña novela, con la que ganó el premio Fernando Quiñones, en 2009. Tres años antes, su labor creativa fue reconocida con el Premio Nacional de Narrativa.

Al margen de su calidad literaria, si algo hay que destacar de Raúl Guerra Garrido es su condición humana, su elegancia personal y su curiosidad por seguir aprendiendo de todo como se palpaba cuando uno se lo cruzaba en alguna exposición de la Fundación Juan March. Un ejemplo de ello fue cuando, presentando a Noemí G. Sabugal, quien quedó finalista con su novela El asesinato de Sócrates de la misma edición del Premio Quiñones que ganó Raúl Guerra Garrido, conté aquella anécdota de Neruda a quien le preguntaron que en caso de incendio cuál de sus obras salvaría y dijo que ninguna, sólo su colección de novelas negras. Raúl Guerra Garrido nos dijo que él también. No era una pose, era su manera de rendirle homenaje a Noemí G. Sabugal y a un género como la novela negra que, como escritor alejado de todo prejuicio, también había sondeado en La costumbre de morir y en Escrito en un dólar. Raúl Guerra Garrido murió el pasado viernes 2 de diciembre en San Sebastián, donde no nació, pero como tantos emigrantes como su Cacereño, consideraba su tierra, junto a su Madrid natal y el León en donde se crio.

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