¿Está muerto y enterrado el repertorio del ballet?
Jérôme Bel presenta ‘Dances for an actress (Jolente De Keersmaeker)’ en los Teatros del Canal de Madrid
¿Alguien recuerda en 2018 en este mismo escenario (Teatros del Canal, pero en la sala roja) el bullicioso y accidentado estreno de El espectáculo debe continuar (The show must go on) por la Compañía Nacional de Danza? La charanga final, muy astutamente prevista, tapó con efectividad las también sonoras protestas de parte del público. Hoy es agua pasada, y nunca nadie pudo saber cuánto costó al erario público español aquel dislate que pretendía quedarse como repertorio, pero que rápidamente, casi por pudor, se metió bajo la alfombra de los bochornos.
Jérôme Bel (Montpellier, 58 años) no admite una crítica descriptiva (lo que en sí misma no sería en absoluto una crítica, sino una vulgar crónica de circunstancia, de esas que tanto circulan hoy fungiendo por un género en retroceso y abandono) porque su trabajo elude el descriptivo: lo disecciona a la vez que lo atomiza. Así de sencillo y siempre lo hace; es parte de su fórmula magistral de boticario exitoso. Cuando narra —como ha practicado en algunas de sus obras— gestiona su propio aparato censor, de corte seco, casi de violencia (recordar su apabullante trabajo en la Ópera de París con la bailarina Véronique Doisneau: aquello tenía su miga).
Es como si en su sistema (no nos atrevamos a llamarlo “estilo” y mucho menos “método”: son cosas muy diferenciadas en el tracto coréutico) no hubiera lugar a nada tierno. La poesía hay que buscarla en las zonas de desgarro, en los extremos. Aquí en Dances for an actress estamos ante un trabajo muy consciente, serio, y que puede gustar o no (eso es secundario), pero donde se reconoce madurez, altura de la intérprete y búsqueda de una síntesis agresiva. Noquear al espectador es la triquiñuela del cómico, su baza. El baile se representa como algo quimérico, inalcanzable, ideal.
Ficha
'Dances for an actress (Jolente De Keersmaeker)'. Dirección y coreografía: Jérôme Bel; intérprete: Jolente De Keersmaeker. Compañía tg STAN. Festival de Otoño de Madrid. Sala negra, Teatros del Canal (Madrid). Hasta el 13 de noviembre.
Bell es una de las personalidades de la danza contemporánea europea que más ha torpedeado, desde dentro, a su propia especialidad. La intencionalidad está clara. Una vez sugerí: “Un instinto más cainita que solidario, y por supuesto, de índole freudiana”. Matar al padre es ponerse él mismo en liza. No hay padre, pero tampoco abuela. Bel tomó su primera clase de danza a los 19 o 20 años. Tarde no, tardísimo. Aún así, el inquieto chico sureño, con ese encanto agreste de los de Occitania, fue acogido por Preljocaj, Larrieu y Decouflé, entre otros, donde adquirió los mimbres para tejer su propio cesto y reforzar su jergón donde salta y hace sus mortales, siempre adorado y aupado por la crítica gala.
Una actriz madura y con una personalidad prismática hasta lo mutante, Jolente de Keersmaeker (Bélgica, 55 años) comienza contando que empezó a estudiar ballet en Wemmel (uno de esos sitios donde parece no haber pobres, sólo castillos, lagos y recortados parterres). Hay un relato secundario que hace bisagra para la acción: con una silla como barra, Jolente hace unos ejercicios con bastante torpeza, luego hace las evoluciones de centro, aún peor, y finalmente, encadena varias sugerencias de “grandes clásicos del repertorio contemporáneo”. Una broma en la que Bel incluye Diamonds, de Rihanna. Si queréis un poco de risa absurda y dadaísta, ir a Google e intentar tararear la letra de la canción de marras. Esta es la prueba de que no va en serio en cuanto a eso del “gran repertorio”, aunque se cite a Isadora Duncan, Pina Bausch, Kazuo Ohono y Simone Forti (víctimas expeditivas de la manipulación filosófica del adalid de la anti-danza, o no-danza); son pretextos desengrasantes donde Keersmaeker gana terreno y se luce siendo ella a la vez que se funde o licúa en inspirados espectros paroxismales.
No se trata de que la actriz baile, sino de que asuma la danza como fatum y catalizador. De hecho, los a veces esperpénticos movimientos, agonísticos y carentes de dibujo, son un aviso de los límites formales que se han saltado. La barrera temporal y fiscal del físico desentrenado frente a un concepto y su canon, una montaña imposible de escalar si no es colocándole dinamita. Estas son las cuitas que asedian igualmente a Bel y que aparecen de cuando en cuando en sus obras. La actriz funge como elemento demoledor. No hay temor ni interés por la compostura. Revestir de un humor sardónico (muy belga) la propuesta, excusa otra zona de análisis, la preserva. Bel acicatea y jalea la controversia en torno al concepto de repertorio, algo que está en solfa desde que Forsythe dijo que estaba muerto y enterrado, sí, pero asegurándose que sus propias obras se convertían en eso, repertorio (y no le ha ido mal).
Si te apellidas Keesmaeker (que no es como Pérez precisamente) parte de la marca te persigue, blasón incluido. Jolente es la hermana menor de Anne Teresa (han hecho juntas cinco colaboraciones, la más memorable, el Cuarteto de Müller en 1999); ellas van cada una por su sitio y camino en esa compleja identidad de lo belga. Jolente no alecciona sino se demuestra; en eso es muy distinta a Bel, y quizás esa discordancia permitió la colaboración donde todo el mérito positivo es de la actriz. Bel plantea que, a un rey muerto, otro puesto.
Si el repertorio del ballet está muerto (o moribundo en todo Occidente hoy) aceleremos la sustitución por los avatares modernos, mezclando churras con merinas y héroes con villanos. No importa la chapuza ni la mistificación, mucho menos la literalidad conservativa. Se trata de ganar tiempo, sitio y subvenciones. Aunque por el trabajo solitario y entregado de una mujer sola en escena, algo puramente teatral nos alerte de cuales son en realidad los valores permanentes y cómo rescatarlos.
Babelia
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