Trevor Horn: arquitecto del pop moderno
El productor que definió el sonido de los ochenta publica su autobiografía
El primer aldabonazo de Trevor Horn fue como bajista y cantante en The Buggles, creadores de Video Killed the Radio Star (1979). Como planteamiento binario, tenía trampa: el videoclip parecía eclipsar a la radio musical pero el tema, olvidando su acabado reluciente, era pop-de-toda-la-vida. Y el argumento simplificaba brutalmente su inspiración original, el relato The Sound-sweep, del gran J. G. Ballard.
¿Otra banda más de new wave? No. Horn y su socio, el teclista Geoff Downes, protagonizaron a continuación la mayor apostasía posible: se unieron a unos supuestos dinosaurios, los progresivos Yes. No les culpen. Sacaron lo mejor de la experiencia: superar el susto de tocar ante multitudes y ganar mucho dinero. Downes le cogió gusto y se apuntó al siguiente capítulo de la saga Yes, el supergrupo Asia. Horn mantuvo artificialmente la ficción de The Buggles, con el álbum Adventures in Modern Recording (1981). Y como Horn cree en el reciclaje, ese es precisamente el título escogido para sus memorias, recién editadas en el Reino Unido.
Trevor prefirió invertir, adquiriendo abundantes sintetizadores y la última tecnología musical: el Synclavier, el sampler Fairlight CMI, el secuenciador Roland, la caja de ritmos TR-808. Aparte, contrató a manitas que programaban aquellos inventos. Y empezó a producir sin piedad: si algún músico no le gustaba, era reemplazado por una máquina o por alguno de los miembros del grupo de la casa, luego bautizado como Art of Noise. Siempre se había hecho aunque él alardeaba de sus poderes dictatoriales.
Tras deslumbrar con los singles del dúo Dollar y The Lexicon of Love, el álbum estreno de la banda ABC, pactó con Island Records la distribución de un sello propio, ZTT. Como parte del trato, se hizo cargo del histórico estudio de Island en el Notting Hill londinense. ZTT editaba caprichos de escasas ventas junto a pelotazos firmados por Frankie Goes To Hollywood, Grace Jones, Propaganda, Seal, 808 State, Tom Jones.
Los discos de ZTT sonaban como seísmos de magnitud 6, con el añadido de que podían acomodar arreglos de cuerdas y metales, ajustando presencia y dinámica. Tenían algo de producto industrial, con abundantes remezclas destinadas a las pistas de baile o las radios más audaces. Había un problema: el tiempo de grabación en sí, con el artista presente, se multiplicaba luego con semanas dedicadas a cincelar la forma definitiva de cada canción.
Trevor Horn hacía milagros. Consiguió elaborar un disco de éxito, Duck rock, con Malcolm McLaren, el creador de los Sex Pistols, alguien sin dotes musicales. Una aventura además estéticamente revolucionaria, con su amalgama de técnicas del hip hop y músicas del (perdón) Tercer Mundo. Pero cayeron en tics colonialistas: en vez de acreditar a los compositores originales, casi todo venía firmado por Horn-McLaren.
Como virtuoso del estudio, Horn ponía cara angelical cuando le preguntaban por las ganancias y desviaba las quejas hacia su mujer, Jill Sinclair, que dirigía su imperio (estudios, discográfica, editorial) con el puño cerrado. Todo estaba calculado: el estudio se alquilaba por días, en vez de (como era habitual) por horas, lo que resultaba en un relajado ritmo de trabajo… y facturas enormes para los artistas.
Así, Frankie Goes To Hollywood descubrió que, tras cuatro números uno, el grupo seguía debiendo dinero a ZTT. El cantante, Holly Johnson, desertó del proyecto y consiguió la carta de libertad tras un juicio a cara de perro. Los alemanes de Propaganda comprobaron que, por muchos discos que vendieran, lo más probable es que siguieran en números rojos. Tras meses de antipáticas negociaciones, ficharon por Virgin. Solo Grace Jones, habituada a los megapresupuestos del mundo de la moda, no rechistó cuando su álbum de 1985, elaborado a lo largo de un año, se convirtió en una colección de versiones y variaciones de un único tema, Slave to The Rhythm, disimulado como una biografía sonora. Grace se sintió muy complacida, pero no repitió.
Para entonces, Horn y su equipo estaban reconocidos como los arquitectos del sonido de los ochenta y las estrellas hacían cola para ponerse en sus manos: Paul McCartney, Pet Shop Boys, Simple Minds, Mike Oldfield, Tom Jones, Rod Stewart, Tina Turner, Cher, Robbie Williams. De vez en cuando, Horn daba un giro para despistar, como producir a los indies de Belle & Sebastian. En tiempos recientes, ay, parece que trabaja con cualquiera que pueda asumir sus tarifas: Barry Manilow, Eros Ramatozzi, la parejita rusa t.A.t.U., Renato Zero. La única figura que ha mantenido su fidelidad es el vocalista Seal.
De (casi) todos habla en sus memorias, Adventures in Modern Recording. Y también de los malos tragos. Su mujer sufrió un horripilante accidente doméstico y falleció tras ocho años en coma. En 2017, uno de esos indómitos incendios californianos arrasó su casa-estudio en Bel Air, el enclave de millonarios en Los Ángeles. Eso sí que podría haber inspirado a J. G. Ballard.
Babelia
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