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¿Quién reúne los restos del arte contemporáneo?

La colección [M]UMoCA recoge los desechos de los creadores para darle una vida a “todo lo que no sirve, lo que nunca llegó a ser arte”

María Acha-Kutscher pega carteles de su obra 'Indignadas', de la colección [M]UMoCA.
María Acha-Kutscher pega carteles de su obra 'Indignadas', de la colección [M]UMoCA.Claudia Alva (ANTIMUSEO)
Patricio Pron

La última pieza adquirida por la colección [M]UMoCA, que se autodefine como “Antimuseo” y está en Madrid, es un conjunto de tornillo, tuerca y rodamiento desprendidos de una serie escultórica del artista esloveno Tomaž Furlan durante su montaje en la feria de Arco de 2020; sus medidas son las habituales en los objetos que conforman la obra y su coste fue de cinco euros. En palabras de sus directores, la artista peruana María María Acha-Kutscher y el escritor y artista visual español Tomás Ruiz-Rivas, la colección está formada exclusivamente por restos de los procesos creativos de los artistas: desechos, fragmentos y pruebas fallidas. Cuenta en sus fondos con impresiones descartadas por la propia Acha-Kutscher durante la realización de sus piezas Fuck your morals. Femen y Anti-Kavanaugh Protest y un depósito de pintura acumulado en una esquina de la paleta después de limpiarla del murciano Jaime Aledo, así como con una tarjeta de memoria con tomas desechadas en la edición de los vídeos de Una historia de fantasmas, obra de la artista madrileña Nieves Correa; un trozo de la pieza Ohh (self-portrait), de Davis Lisboa, y un fragmento de escayola de los moldes para la elaboración de una de las piezas de la instalación R de resistencia o la vergüenza de ser hombre, del madrileño Ramón Mateos: se dañó durante el proceso de fraguado y representa un dedo, “probablemente el índice de la mano derecha”.

La colección [M]UMoCA es definida por sus responsables como “el museo más pobre del mundo” que, debido a sus “muchas carencias materiales”, desarrolla su programa expositivo siempre “de manera clandestina”, en otras instituciones culturales o en la vía pública, como Indignadas, de Acha-Kutscher, que se colgó en la fachada de un local abandonado de la calle Alcalá de Madrid en enero de 2020. En los últimos años, ese programa ha incluido una performance de la artista multidisciplinar española María Gimeno en el Museo del Prado (Infiltrada, 2020), una acción redentora de Nieves Correa en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Actos de memoria, 2021), otra del P.A.R.A.S.I.T.E. Museum of Contemporary Art del esloveno Tadej Pogačar y una protesta de la plataforma ciudadana ficticia Apcom (Artistas Precarios Contra la Opulencia Institucional) frente al Reina Sofía.

Al tratarse de acciones artísticas circunstanciales en las calles y en instituciones “infiltradas” por los creadores, todas ellas podrían haber desaparecido de no haber sido incorporadas a la colección [M]UMoCA. Es así un museo tanto material como inmaterial, un ámbito de documentación y de exposición en igual medida que de cuestionamiento y subversión de las ideas establecidas en torno a qué puede ser documentado y exhibido, por quién y cómo.

La colección es mucho más antigua de lo que podría parecer. Existe desde 1993, cuando sus responsables comenzaron a exhibir obras en una nave industrial en desuso en el barrio madrileño de Prosperidad. Más tarde se instalaron en un local de la calle de Mantuano, donde, además, con la finalidad de desarrollar “estrategias de arte comunitario en el espacio público” a través de intervenciones en el Parque del Retiro y la plaza de Prosperidad, celebraron varias love parties y expusieron obras de artistas como Miguel Ventura, Tom Lavin, Martin Kreen, Javier Pérez Aranda y Luis Gil.

En 2007, debido al creciente conflicto con el Ayuntamiento de Madrid, el Antimuseo cerró oficialmente sus puertas, pero desde entonces desarrolla un muy importante programa de publicaciones. Sus responsables continúan realizando acciones artísticas en varios países, ampliamente documentadas en su web, y son especialmente visibles en el ámbito del activismo. Como afirma la ensayista argentina Graciela Speranza, quien publicó este año Lo que no vemos, lo que el arte ve (2022), el Antimuseo “funde las figuras del coleccionista y el trapero que iluminaron a Walter Benjamin”. “Fuera de toda servidumbre, sin función, sin utilidad, sin lugar en el museo ni el mercado, estos restos despreciados”, escribe Speranza, “pueden, sin embargo, extrañar la mirada sobre las cosas, los límites del arte, los museos, las cifras obscenas del coleccionismo imperante y el sentido de los nuevos desechos que vamos dejando: tarjetas de memoria descartada, códigos QR, stickers y hashtags que se mezclan ahora con los restos de pintura acumulados en una esquina de la paleta después de limpiarla”.

Un número nada desdeñable de expertos considera que lo relevante del arte contemporáneo es aquello que este tiene para decirnos acerca de la sociedad en la que vivimos; pero lo hace ofreciendo más preguntas que respuestas. De todas ellas, la más importante es qué determina que algunas prácticas sean consideradas artísticas y otras no, y por qué. ¿Qué sociedad es esta en la que estas cosas son llamadas arte? Los directores del Antimuseo abordan este asunto dando forma a una colección compuesta por “todo lo que no sirve, lo que nunca llegó a ser arte”. “El artista”, escribió August Strindberg, “es aquel que pone la mirada allí donde los demás la retiran”; por ejemplo, en los desechos, los escombros, los restos materiales de unas prácticas solo parcialmente rendidas a las instituciones y al mercado.

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