El Palacio de Cristal de Madrid se llena de humo
Las artistas Pauline Boudry y Renate Lorenz ponen en cuestión el pasado colonialista español con una llamativa ‘performance’ multidisciplinar
El Palacio de Cristal del parque del Retiro de Madrid tiene un origen enraizado en el pasado colonial de España. Fue construido para la Exposición General de las islas Filipinas de 1887 con el objetivo de dar a conocer la vida y cultura de los habitantes de Filipinas, un territorio que vivió bajo el dominio español desde 1565 hasta1898. Con paredes y techos transparentes, ubicado en el corazón de la capital, pocos edificios resultan más adecuados que este para reinventar el pasado.
Pauline Boudry (Lausana, Suiza, 50 años) y Renate Lorenz (Berlín, Alemania, 59 años) son dos artistas que desde hace años trabajan sobre la intervención de la memoria con piezas que intentan cuestionar todo lo ya vivido y considerado parte de la cultura convencional. Con obra propia en la colección permanente del Reina Sofía y de la mayor parte de museos europeos, la pareja de artistas (trabajan en Berlín desde 2007) ha recurrido al humo, a los espejos y a las música para crear una instalación, El cristal es mi piel, en la que abordan sus preocupaciones habituales: la herencia cultural, los discursos de género y la teoría queer.
El objetivo primero, según explica Renate Lorenz, era adueñarse del interior del edificio. “Aquí había un pasado que pide venganza”, explica la artista. “Es un edificio hermoso, pero lleno de goteras y de pájaros peligrosos para la estructura. Imaginamos una obra en la que se visualizara cómo se desmoronaba la estructura y se escuchaban las voces de los fantasmas”.
Para ello, cinco veces al día, el interior del Palacio de Cristal se llena del espeso humo gris que se lanza desde estratégicos rincones del interior. Ese humo enturbia la belleza del pasado colonial que se pretendía contar en la exposición universal. En medio de la neblina, el paseante se encuentra con una ruta de media docena de espejos que le convierten a él en parte imprescindible de la representación. Sobre las paredes, 17 altavoces, reproducen la obra musical compuesta por Aérea Negrot. Si se quiere escuchar la pieza completa, el visitante se ve obligado a transitar por la sala.
Soledad Liaño, responsable del palacio, explica que las obras son performances en la que el visitante es inducido a desplazarse. “Es un movimiento”, explica Liaño, " dirigido que genera una coreografía caprichosa, pero, a la vez, tienta a la desobediencia del individuo condicionado igualmente por el resto de los elementos que conforman la instalación, así como por la interacción con otras personas. La audiencia, así como el atrezo, aparecen como actores adicionales que se convierten en parte de la obra. Los movimientos del público hacen de ella una instalación activa y en constante transformación que nos vislumbra las infinitas versiones posibles de la obra, tantas como personas la visiten”.
Más allá del movimiento coreográfico, la pieza tiene la intención de apoyar la disidencia sexual. Ambas artistas se manifiestan en contra de todas las etiquetas porque en cuanto se hace uso de ellas, consideran que se está limitando la libertad de cada individuo. Reconoce Pauline Boudry que puede haber contradicción entre la necesidad de visibilizar y el peligro de etiquetar, pero aquí el humo se utiliza con una idea muy clara: como forma de opacar y de ocultar para no ser conocido ni normalizado.
Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, contó durante la presentación que estas dos artistas han trabajado siempre con conceptos que atraviesan todos los géneros: danza, cine o cuestionamiento de géneros, entre otras muchas cosas. “Abordan la utopía queer en la línea del escritor cubano José Esteban Muñoz, quien en su obra retó y cuestionó la política gay contemporánea. El reto ha sido trasladar sus utopías a este espacio y las artistas han logrado una coreografía única con el humo artificial como elemento básico”.
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