Oswald Aulestia: “Dicen que fui un gran falsificador. Yo no digo si es verdad o mentira. Pero nadie me ha denunciado”
El pintor catalán, condenado en Estados Unidos por sus engaños, protagoniza un documental que desnuda una vida de excesos y que ha revalorizado su obra original
Pa Tou, un labrador entrado en años, recibe zalamero al visitante en la casa-estudio de Oswald Aulestia, un moderno y acogedor loft en el barrio de Gràcia de Barcelona. Aquí está una pequeñísima parte de la obra de este pintor catalán: la suya, la que lleva su firma, la que no ha copiado. Son láminas de reminiscencia pop y vibrantes colores que atrapan la mirada y que Aulestia, a sus 76 años, dibuja en su escritorio y luego compone en el ordenador con ayuda de un informático. El grueso de su obra pictórica, sin embargo, está... en cualquier parte del mundo. Sobre todo, en Estados Unidos: considerado uno de los mayores falsificadores de arte de la historia —por la ingente cantidad de copias que hizo, especialmente de Miró y Tàpies—, Aulestia protagoniza el documental de Filmin El falsificador, que narra la peripecia vital de un hombre sin duda singular, excesivo y canalla. Es difícil decir dónde acaba el hombre y dónde empieza el personaje porque, tal vez, ambos se fusionaron hace ya demasiado tiempo.
Dirigido por Kike Maíllo, el documental, que se estrena este viernes en la plataforma, exhibe una vida llevada al límite que transcurre entre Barcelona, Venecia y Miami. Aulestia necesita mucho dinero para gastárselo en fiestas y banquetes y hace de la falsificación a gran escala su modo de vida, hasta convertirse en objetivo prioritario del FBI. En 2019 —cuando Maíllo lleva ya tiempo frecuentando su compañía y grabando entrevistas con él—, la orden de detención se activa y es extraditado a Estados Unidos, donde acepta una condena de casi un año de cárcel. Su experiencia entre rejas, cuenta, va a cambiar su percepción de las cosas, o tal vez no tanto, y en esa calculada ambigüedad (”Sigo siendo un pirata”, proclama ante la cámara) radica parte del encanto de un trabajo que explora con sutileza algunas preguntas de siempre: ¿qué es la verdad?, ¿existe el cambio?, ¿qué mueve a un artista?
En su estudio de Gràcia, donde luce una gorra que es una de sus señas de identidad (junto a una voz ronca y cavernosa y un bigote de general prusiano), Aulestia asegura que va a hablar con “total sinceridad”, pero advierte de que tal vez no deba creerse todo lo que dice. No renuncia a copiar la obra de un pintor célebre si alguien le ofrece “un millón de euros”, aunque insiste en que ya no le interesa el dinero, sino que se reconozca su obra. Y para eso, admite, hay que “hacer ruido”. Mucho ruido.
Pregunta. ¿Por qué participa en este documental?
Respuesta. Porque la mierda vende.
P. ¿Y qué quiere vender?
R. Quiero que no sea tan difícil vender un cuadro.
P. Cuando se estrene el documental en Filmin y la serie de tres capítulos en TVE y TV3 habrá más “ruido”. Tal vez ahora sea el momento de comprar…
R. [Ríe] Bueno, ya vas tarde. Desde que volví de Estados Unidos en 2020 y mi caso empezó a interesar, mis obras se venden 15 veces más caras que antes.
P. ¿Ha tenido que venderse, vender su historia, para que su obra sea reconocida?
R. No tendría que responderte, porque demuestro que soy una mierda de tío. Pero sí.
P. Todos estos cuadros suyos, los originales, digo… ¿Qué son para usted?
R. Una masturbación. Pinto cada día y es un placer. Y uso las herramientas actuales, que son de una riqueza impensable. Ahora solo tengo dos placeres: el peludo [mira al perro] y pintar.
P. A su edad, ¿sigue necesitando dinero para juergas?
R. No, solo busco reconocimiento. Pero quizá es porque en estos momentos tengo dinero: ahora marchantes, galeristas, privados y coleccionistas me van detrás, quieren comprar los cuadros.
Solo busco reconocimiento. Pero quizá es porque en estos momentos tengo dinero: ahora marchantes, galeristas, privados y coleccionistas me van detrás, quieren comprar los cuadros
P. Cuenta que los cuatro meses que pasó en una celda de aislamiento en el estado de Illinois le cambiaron, le hicieron fuerte.
R. Por primera vez en mi vida aprendí algo: que la felicidad y la verdad dependen de uno mismo. Aprendí a conocerme a mí mismo. Entré siendo arena y me convertí en roca. Es el único Oswald que vale la pena.
P. ¿No se hundió?
R. Antes de que me extraditaran a Estados Unidos, estaba en la ruina y deprimido, muy jodido. Me había divorciado, estuve dos años dando tumbos porque la policía me buscaba… Y en la celda descubrí el gran secreto: no pensar. Todos nuestros problemas vienen del pensamiento. ¿Tú sabes lo que es dejar la mente en blanco? Es como un orgasmo, se te queda cara de tonto.
P. Aceptó una condena por falsificar obras de otros artistas. ¿Cree que es el mayor falsificador de la historia del arte, tal como se le está bautizando?
R. Dicen que fui un gran falsificador, el Maradona de los pinceles, que museos y casas de subastas están llenos de mis copias… Yo no digo si es verdad o es mentira. Pero nadie me ha denunciado por estafa.
P. En el documental usted mismo explica que eso es porque si el comprador le denuncia, admite que tiene en su poder un cuadro falso y su precio, automáticamente, baja.
R. Si lo digo en el documental, entonces me callo.
P. En una falsificación, ¿es más importante reproducir bien el dibujo, la firma…?
R. La firma es cosa de niños. Mi padre, que también era artista, decía que lo que contaba era la impronta, el trazo, y algo de razón tenía. Has de meterte en la personalidad del pintor. Si haces algo, aunque sea falsificar, has de hacerlo bien.
Fue una época encantadora: sexo, drogas y rock and roll. ¡Me lo ha pasado tan bien! Teníamos una bolsa dentro del piano del apartamento
P. La falsificación le permitió llevar una vida de lujos y excesos. Cuénteme.
R. En Italia, donde llegué con 20 años con mi padre, vi que todo existía en a y en b, el original y la copia. Y vi que la copia era una fuente de ingresos. He hecho cosas que no salen en el documental... Cuando volví a Barcelona, me dediqué al vídeo. ¡Hice millones!
P. También dice que frecuentó a estrellas del cine y la música en su etapa en Miami.
R. Fue una época encantadora: sexo, drogas y rock and roll. ¡Me lo he pasado tan bien! Teníamos una bolsa dentro del piano del apartamento. Cada noche cogíamos 10.000 dólares y volvíamos sin nada. ¡Iba con guardaespaldas!
P. ¿Por qué?
R. Porque es un placer, una experiencia única. Te da un rollo que no te puedes imaginar. Cuando llegas al restaurante, a la discoteca… La gente te mira como si fueras importante. Para mantener ese nivel de vida, necesitaba ganar mucho dinero.
P. ¿Ha sido feliz?
R. Es que he vivido una película. Durante muchos años. Ahora el sexo no me importa, las drogas… por el amor de Dios, ya han pasado, y tampoco tengo edad para el rock and roll.
P. No parece que el arte haya sido una prioridad para usted. Con tanta resaca, debía de ser difícil pintar...
R. Las juergas duraban dos días, al menos. Luego dormía 24 horas y pasaba dos días tomando sopa de cebolla. Entonces dibujaba, pintaba y hacía ejercicio. Hasta la siguiente juerga.
He cambiado la perspectiva. Antes vivía para la dolce vita. Ahora, para conocerme un poco mejor
P. ¿Y qué espera ahora?
R. He cambiado la perspectiva. Antes vivía para la dolce vita. Ahora, para conocerme un poco mejor. En Delfos, en el santuario, había un escrito en la puerta que decía: “Conócete a ti mismo”.
P. Sí, y otro que rezaba: “Nada en exceso”
R. [Ríe] Sí, y me parece muy bien, pero no es para mí.
P. En el documental sobrevuela la idea de cambio, de redención. ¿Lo ha experimentado?
R. El cambio no existe. Es una gran mentira. La naturaleza de todos nosotros es la que es. Existe la capacidad de aceptarte. Es verdad que he intentado ser menos burro, menos ignorante y más humilde. Pero a una coliflor no le puedes pedir que sea una escarola. Oswald es Oswald.
Babelia
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