Muere Pharoah Sanders, legendario saxofonista de jazz
El músico, que hizo historia a mediados de los sesenta junto a John Coltrane, ha fallecido en Los Ángeles a los 81 años, según informa su sello
Pharoah Sanders, legendario saxofonista de jazz y compañero en los últimos viajes de John Coltrane, ha muerto este sábado en Los Ángeles a los 81 años, “en paz y rodeado de su familia”, según ha informado el sello Luaka Bop en sus redes sociales.
La entrada en los libros de historia de Sanders, que recientemente gozó de una inesperada fama gracias a su trabajo junto al productor de electrónica Floating Points, le llegó en 1965, con su ingreso en el quinteto de Coltrane, al que acompañó hasta su prematura muerte en 1967, a los 40 años. Juntos rompieron el molde de la improvisación jazzística a base de golpes de furia y espiritualidad.
Era el último miembro vivo de aquel grupo, que completaban la pianista Alice Coltrane, el baterista Rashied Ali y Jimmy Garrison, único miembro que había tocado en la anterior banda de Coltrane, su mítico cuarteto con Elvin Jones y McCoy Tyner. Todos ellos están muertos. Sanders también era el más joven. El líder lo reclutó cuando solo tenía 24 años y escuchó su sonido, ya inconfundible en su lirismo abrasador, en un concierto en el Village Gate, de Nueva York. Su alistamiento, junto al del resto de sus jóvenes compañeros, provocó sarpullidos entre los seguidores del maestro, empeñado en un viaje que no todos entendían.
We are devastated to share that Pharoah Sanders has passed away. He died peacefully surrounded by loving family and friends in Los Angeles earlier this morning. Always and forever the most beautiful human being, may he rest in peace. ❤️ pic.twitter.com/pddaztyTLi
— Luaka Bop (@LuakaBop) September 24, 2022
Nacido como Farrell Sanders en 1940 en Little Rock (Arkansas) en el seno de una familia de inclinación musical, sus dos padres se dedicaban a su enseñanza, él empezó tocando el clarinete antes de pasarse al saxo tenor, después de descubrir el jazz y de caer deslumbrado por intérpretes como Harold Land, Sonny Rollins o el propio Coltrane. Como tantos músicos de su generación, echó los dientes en las trincheras del blues y del rhythm and blues en la escena local de su ciudad, antes de mudarse a Oakland, en la Costa Oeste. Con la bahía de San Francisco como base de operaciones, primero se deslizó hacia la revolución armónica ordenada del bebop para saltar sin red hacia la estética libre del free jazz.
A Coltrane lo conoció “en 1962 en San Francisco”, dijo en una entrevista con este diario. “Su música me parecía entonces complicada. No era de la clase que escuchas cuando estás empezando y, como yo, tocas por las noches en garitos por cinco o diez dólares. No hacía el tipo de jazz que te empuja a aprender. Más bien daba miedo”.
Tres años después, instalado en Nueva York, donde su compromiso artístico lo condenó a la pobreza y a dormir algunas noches en el metro, ya formaba parte de la banda estable de Coltrane. La música de la que eran capaces juntos puede escucharse en álbumes como Om, Live at the Village Vanguard Again o el recién rescatado A Love Supreme: Live in Seattle, todos ellos testimonios de una deserción, sin mirar atrás, de conceptos tradicionales del jazz como el swing o la improvisación armónica. Se trata de uno de los sonidos más poderosos que ha dado la historia del género, y aún hoy, casi sesenta años después, también de los más polémicos. Un compañero de aquellos tiempos heroicos, el saxofonista Albert Ayler, otro ídolo caído demasiado pronto, dijo en cierta ocasión que si Coltrane era el “padre”, Sanders era el “hijo” y el propio Ayler el “espíritu santo”.
Desgraciadamente, Coltrane dejaría rápido huérfanos a sus epígonos. Tras su muerte, Sanders trabajó junto a su viuda en la forja de una nueva estética que se conoció como jazz espiritual, en discos, todos en el sello Impulse!, como Thembi, Tauhid o Karma, tal vez su obra maestra. Con Alice Coltrane registró cumbres como Ptah The El Daoud o Journey in Satchidananda. Ya solo la lectura de esos títulos da buena idea de los ingredientes de esa estética, que partía de una particular lectura sincrética de la religión (que acabó en el budismo, en el caso de la pianista) para mezclar con las mejores intenciones el panteísmo con asuntos como la egiptología o la conciencia afroamericana. Sanders es autor de himnos del género como The Creator has a Master Plan, You’ve Got to Have Freedom o Love is Everywhere.
La muerte le alcanzó precisamente un día después del cumpleaños de su maestro. El viernes, un tuit del saxofonista Azar Lawrence, miembro de una generación posterior, alertó sobre su estado de salud, que lo había llevado a ingresar en el hospital. Por suerte, la vida le había dado una última caricia. En 2021, su colaboración con Floating Points supuso una inesperada alegría, que ensanchó los rácanos límites de una fama que nunca estuvo ni siquiera cerca de ser masiva. Promises, un álbum meditativo para el que contaron con la colaboración de la London Symphony Orchestra, se convirtió en uno de los discos de 2021 para revistas y periodistas ajenos al jazz, y un público más amplio descubrió al saxofonista, eso sí, en su cara más amable, lejos del sonido abrasivo que lo hizo destacar a mediados de los sesenta en la ya de por sí incendiaria escena de free jazz de Nueva York. Sam Shepherd, el músico británico tras el alias de Floating Points, tuiteó este sábado: “Mi hermoso amigo falleció esta mañana. Tengo mucha suerte de haberlo conocido. Su arte nos ha bendecido a todos, y se quedará con nosotros para siempre. Gracias, Pharoah”.
Como otros músicos de aquel corto verano de la anarquía que ellos preferían llamar new thing (lo nuevo), Sanders se dejó mecer en las últimas décadas de su carrera y al frente de su cuarteto por el blues y las baladas, que siempre estuvieron allí (lo mismo puede decirse de otro de los últimos supervivientes de aquel tiempo, más solo aún desde hoy, Archie Shepp). También experimentó con la música africana (especialmente interesantes son sus colaboraciones con el marroquí Maleem Mahmoud Ghania) y frecuentó a intérpretes más jóvenes, como The Chicago Underground Duo.
En 2009, Sanders concedió a este diario una de sus raras entrevistas. Fue en A Coruña, horas antes de un concierto, el primero que daba en España en 15 años. Se mostró hosco y desconfiado con un mundo que había dejado de entender. “Estoy por encima de las críticas”, dijo desafiante. “Yo me consuelo recordando”, añadió, “lo que una vez me contó [el también saxofonista] Sonny Stitt: ‘Tío, que escriban sobre ti, malo o bueno, es bueno, porque así tu nombre circulará’. Y eso es lo importante, que te recuerden”.
Eso, al menos, supo garantizárselo. Sus seguidores llenaron en las primeras horas de este sábado Twitter, Instagram y otros libros de condolencias del siglo XXI con su recuerdo, con sentidos mensajes en reconocimiento a su influencia y la importancia de su legado.
Babelia
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