Anna Castillo sostiene los devaneos de Jaime Rosales por la masculinidad tóxica
Cuatro años después de ‘Petra’ el realizador catalán explora tres arquetipos de hombres en ‘Los girasoles silvestres’. También se presentan a concurso las producciones ‘El suplente’ y ‘Runner’
Pese a su aparente happy-end, Los girasoles silvestres muestra la encerrona de una mujer joven cercada por diferentes formas de machismo. Cuatro años después de la emocionante y trágica Petra, quizá su mejor película, el director Jaime Rosales se adentra en su nuevo filme en la masculinidad tóxica a través de tres arquetipos de hombres: el violento, el que no quiere o no sabe comprometerse, y el que aparentemente sí está dispuesto a formar una familia. Mientras los dos primeros exhiben músculo y tatuajes, el último responde a un tipo de hombre más educado y sensible, pese a que, en el fondo, y de espaldas a la intención de la propia película, esté lejos de ser el hombre ideal que nos quiere vender un filme envolvente en las formas pero muy torpe en su discurso.
Los girasoles silvestres incurre en una contradicción de peso que va directa a su línea de flotación y de la que si sale airosa es gracias a su protagonista, Anna Castillo, una actriz con tanta viveza y talento que en ese happy-end que nos quiere vender Rosales ella impone la ambigüedad de su destino. Cuesta creer que un personaje aún lejos de la madurez, una madre precoz perdida ante su futuro, cuyos pasos seguimos con la mística del rock progresivo del grupo de Triana, encuentre su camino de rosas en un chalé adosado, las excursiones de domingo y una cuadrilla de niños de los que seguramente se ocupará ella sola. ¿De verdad es ese regalo envenenado lo que busca hoy una joven mujer?
El amor es un aprendizaje y en eso Rosales sí acierta, gracias a ese tono de educación sentimental de un filme en el que su personaje central aprende a vivir a disgustos y a golpes, por desgracia, literales. Pero resulta enojoso que convierta en una caricatura al hombre primitivo y violento y que se vaya de rositas su némesis: el hombre bajo en testosterona que tiene sueldo y estudios aunque, como la propia película muestra, coquetee con la infidelidad, anteponga su trabajo al de su pareja, sea aburrido y convencional hasta el sopor y, por tanto, incapaz de hacer feliz a nadie.
Los girasoles silvestres ni siquiera aprovecha la única historia de verdadero amor que encierra, la del padre que interpreta Manolo Solo, ese hombre incondicional que se traga con una dolorosa mezcla de devoción e incapacidad los inevitables tumbos de su hija. Castillo y Solo se reservan los mejores momentos, los únicos en los que asoma la verdadera familia de este filme que si se sostiene es por la brújula de una actriz inmensa, que sabe meterse donde sea y salir adelante con arrojo y credibilidad.
La América profunda y el conflictivo en Buenos Aires
Las otras dos películas que abrieron el concurso del festival fueron la argentina El suplente, de Diego Lerman y la estadounidense Runner, meritoria ópera prima de Marian Mathias. Runner es una miniatura de 76 minutos sobre una pobre chica arrastrada por la oscuridad de un hogar vacío en el que vive sola bajo la sombra de un padre arruinado y enfermo. Un filme pictórico, de grises y marrones, donde la América profunda se presenta como metáfora teológica, un agujero negro insondable. Mathias compone cuadros graves, de paredes empapeladas de flores y televisores en blanco y negro que evocan un mundo ya sin tiempo. Un entorno opresivo e irrespirable, de pocas palabras, cuya miseria explica la deriva de un país de cuya sombra enferma es mejor salir huyendo.
El suplente, que se inscribe en ese emotivo subgénero de las películas de profesores y alumnos, se sitúa en un instituto conflictivo de Buenos Aires, en el que un grupo de estudiantes que bordea la delincuencia se cruzará con un joven maestro de literatura y escritor fracasado. El joven profesor (en la piel del actor Juan Minují) buscará su lugar entre las obligaciones con su viejo padre, interpretado por Alfredo Castro, los conflictos con su hija y exmujer, Bárbara Lennie, y los quebraderos de cabeza de unos alumnos señalados por una sociedad cada vez más fracturada e incapaz. La película de Diego Lerman crece en su panorámica de una ciudad bronca, donde la delincuencia sustituye a las clases y donde un hombre sin demasiada fe en sí mismo descubre con contagiosa emoción los eternos valores de la pedagogía.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.