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Las Vegas 2: la sala de conciertos que llevó a los Ramones a un pueblo de Burgos es hoy un supermercado

Un documental recupera la memoria de la enorme discoteca que convirtió la localidad de Melgar de Fernamental en referente de la música en directo en los años ochenta y noventa

El director Javier Castro y el productor Jorge González, en la zona que aún se conserva de la antigua sala Las Vegas 2, sobre el falso techo de un supermercado.
El director Javier Castro y el productor Jorge González, en la zona que aún se conserva de la antigua sala Las Vegas 2, sobre el falso techo de un supermercado.Ricardo Ordoñez
Juan Navarro

Los mercaderes han ocupado el templo musical de Melgar de Fernamental (Burgos). Los compradores con carrito sustituyen a las masas apelotonadas para escuchar a los Ramones, y la pescadería ocupa el antaño escenario donde Mötorhead reventaba las noches en aquellas giras de los 90, cuando la banda británica de rock solo paraba en tres puntos de España: Madrid, Barcelona y Melgar. La antigua Las Vegas 2, icono de la música en directo, hoy es un supermercado sobre cuyo falso techo hay sorpresa. Ahí, casi intacta y cubierta de polvo, se conserva la parte de arriba de esa antigua sala, donde se encontraba la cabina del dj y los ahora esqueletos de las barras, los reservados y la moqueta que revelan su perdido postín.

Javier Castro mira con nostalgia esas baldosas negras y pilares cubiertos de pequeños espejos. La morriña de este melgarense de 46 años, que conoció bien las noches de ese inmenso garito, le impulsó a inmortalizar esos recuerdos y ese legado cultural en un documental que relatara la historia de una sala que atraía hasta 10.000 personas cada fin de semana a un pueblo de 2.500 habitantes (ahora 1.500). Esa idea, surgida “cubata en mano en Nochevieja” junto al periodista musical Jorge Bobadilla, también melgarense, se ha empezado a materializar con el productor Jorge González, madrileño de 42 años, entusiasmado también con el proyecto de narrar la épica de Las Vegas 2. Castro está dirigiendo ya el rodaje, y el equipo espera que el filme esté listo para su estreno en primavera de 2023.

Sentado sobre unos antiguos sofás de los que solo queda el hormigón de su base, González recuerda que el inmueble abrió en la Nochevieja de 1982, momento en que se inauguró una era que llevó al pueblo al estrellato musical hasta 2003, cuando el dueño, Paco Vega, lo cerró. Ese hombre cojo “pegado a una garrota”, a quien Ramoncín define en el documental como “una especie de Corleone”, dejó paso en 2007 a una compañía de techno que lo gestionó hasta 2014. Desde entonces hasta 2019, cuando Castro dio los primeros pasos del proyecto, nadie entró en la nave. “Cuando fui estaba exactamente igual, para dar un concierto”, detalla el director, que recuerda que se sintió alarmado cuando se enteró de que Vega, fallecido al poco de ser entrevistado, lo había vendido a la cadena de supermercados. Entonces empezó a mover el documental, entró en contacto con González y su productora Moussambani y lograron que los nuevos propietarios del local les permitieran grabar esa zona, que ahora solo utilizan como almacén.

Imagen de la sala de conciertos, cuando estaba en funcionamiento.
Imagen de la sala de conciertos, cuando estaba en funcionamiento.

Allí, entre el ruido de la refrigeración y el hilo musical de la cadena, Castro y González evocan la época en que los acordes de Ramones, Mötorhead, Helloween o Extremoduro restallaban entre las paredes o la pasión ante Bertín Osborne, Alaska o Manolo Escobar. La sala acogía también bodas, tómbolas, concursos de belleza y cualquier sarao que atrajera gente a Melgar de Fernamental, donde crecieron 20 pubs y diversa hostelería para atender a los espectadores. Los responsables del documental calculan que unas 500.000 personas pisaron esos suelos durante su esplendor, y a ellos dirigen la obra, que cuenta con la colaboración de guionistas como Fernando Martín y Lola Mayo, además del director de cine Juanma Bajo Ulloa. De momento llevan invertidos unos 100.000 euros y aspiran a recibir más financiación y material de la época antes de su estreno. González detalla que tienen entradas, carteles, fotos, baquetas y material audiovisual filmado a escondidas por algunos espectadores con cámaras primitivas que ilustra el desfase que reinaba allí dentro. Además, confía en que tras la producción se pueda crear un museo que exhiba esos años gloriosos del pueblito burgalés.

Bandas internacionales “en mitad de la nada”

Para contar cómo nació y se desarrolló aquel fenómeno, los responsables del documental se han volcado en la búsqueda de anécdotas y vivencias de aquel público anónimo —y en muchos casos melenudo— que llenaba la sala en su época dorada. Algunos recuerdan que primero hubo un Las Vegas, nombre que Vega eligió en honor a las mujeres de su familia. Cuando aquel primer local empezó a desbordarse por la gran afluencia, abrió Las Vegas 2 en un nuevo emplazamiento. Muchos de los asistentes, como señala en la grabación el humorista vallisoletano José Juan Vaquero, llegaban de Valladolid en tren a Osorno (Palencia) y alcanzaban Melgar “a dedo”. Hasta los colegas vascos de Castro configuraban sus fines de semana para dejar Bilbao y viajar a aquel paraíso musical. Aquellas vías secundarias, antaño en peor estado que el actual, también las recorrían las comitivas de artistas internacionales que podían haber tocado en pabellones monumentales de Australia, Londres o Estados Unidos antes de que la gira los llevara “a la mitad de la nada”, entre vastos campos de cereal amarillento pero con una multitud aguardando a sus ídolos y dispuesta a dejar toda su energía en la pista. Aquellos pases costaban unas 2.000 pesetas (12 euros).

Restos de Las Vegas 2 sobre el falso techo del supermercado.
Restos de Las Vegas 2 sobre el falso techo del supermercado. Ricardo Ordoñez

Los artistas hablan con cariño de Las Vegas 2. Al principio alguno no creía que en una localidad tan pequeña pudiesen celebrarse tales conciertos. Todo quedaba en casa: el hijo pequeño de Vega contaba dinero debajo de una mesa y un pastor diurno se convertía en portero de discoteca de noche. En el documental, Rosendo indica entre risas que una vez intentó acceder a la sala antes de cantar con Leño, pero que el guardián se lo impidió al son de “Aquí han pasado muchos Rosendos, apártate y saca entrada”. Castro, con una camiseta de Ramones para la ocasión, destaca: “Molaba ser de Melgar, era una locura hasta que llegó la decadencia”.

Todo crecía en un tiempo que no había internet ni redes sociales, solo empujado por Vega pegando carteles por Burgos y con los productores descubriendo que en esa localidad había una infraestructura ideal para sus representados. Tanta gente se llegaba a juntar que una vez, tras varias horas de conciertos, se abrieron las compuertas y, de la cantidad de humo que salía, ya que entonces se permitía fumar en espacios cerrados, los vecinos de Melgar pensaban que se estaba quemando el edificio.

Exterior del supermercado que ocupa ahora el local de la antigua sala de conciertos.
Exterior del supermercado que ocupa ahora el local de la antigua sala de conciertos. Ricardo Ordoñez

El paso del tiempo ha hecho que el único peregrinaje que vive Melgar de Fernamental sea el de los viajeros que hacen el Camino de Santiago. La carretera nacional frente a Las Vegas 2, que compartían los camiones de las bandas con los tractores locales, ya no se colapsa de madrugada. Esos tiempos quedan atrás en el calendario, pero no en la memoria. Tanto lo echan de menos quienes fueron sus fieles, que muchos se niegan a volver a visitarlo. No quieren ver que allá donde saltaron y gozaron tantas noches legendarias, ahora solo hay estantes con mermelada o leche.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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