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Ramoncín: “Lo jodido es ser de verdad. Y yo lo soy”

El cantante estrena un documental sobre su vida, un relato pendular con rock, polémicas y latas de gasolina en despachos

Ramoncín posa el pasado miércoles en la madrileña Bodega Rosell. En vídeo, el tráiler del documental 'Una vida en el filo'.Vídeo: KIKE PARA | WARNER MUSIC SPAIN
Carlos Marcos

Ha compartido sobremesa con tres premios Nobel de Literatura: Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa y Naguib Mahfuz. También ha provocado la reacción más furibunda que se conoce contra un cantante español en un concierto: aquel Viña Rock donde tuvo que dejar el escenario porque le lanzaron piedras. En los ochenta fue una estrella del rock que vendía 20.000 entradas por noche; en los noventa abandonó la música. Se podría seguir contando la vida de José Ramón Julio Márquez Ramoncín de este modo, un relato pendular que nunca visita las zonas templadas.

Es la que se narra el documental Una vida en el filo (en Amazon Prime Video). Padre a los 19 años, con dos hijos a los 24, este tipo ingobernable se pintó un rombo en el ojo, se abrochó una muñequera de tachuelas y cantó Marica de terciopelo mientras una España ojiplática que olía todavía a dictadura lo veía por televisión. Los padres se asustaban, los hijos sonreían.

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En noviembre cumple 65 años. Quedamos en la Bodega Rosell, en su barrio (Delicias, Madrid). Todo el mundo le conoce. Mantiene una figura envidiable para su edad (“siempre entre 65 y 70 kilos”), se quita la cazadora de cuero y empieza a hablar. Sus representantes (pobres diablos) se han pasado la vida suplicándole: “No por favor, Ramón, no discutas, otra pelea no”. Siempre es el preludio de una nueva batalla.

Pregunta. ¿Es verdad que a usted le han intentado asesinar?

Respuesta. Cuando Loquillo afirma eso en el documental se refiere a una actuación del festival Viña Rock [en 2006, después de que él iniciase una campaña antipiratería]. Creo que inconscientemente me podían haber matado. Tiraron cds cortados como estrellas ninja y piedras así de gordas [hace una figura con las dos manos: un buen pedrusco]. Me di la vuelta y vi cómo un cd se clavaba en un amplificador. Eso fue accidental. Pero después del 23-F salió una lista que habían hecho los golpistas de gente que querían liquidar y allí esta yo con Miguel Ríos. Nos ofrecieron protección. Llevé un guardaespaldas durante seis meses. Y hay una tercera vez, a principios de los 2000, cuando estaba en la SGAE. Llegué a mi casa y en el parking había una foto de mi cabeza cortada y pegada sobre un cuerpo de alguien decapitado. Esos fueron los tipos de la piratería.

P. ¿Quién es su padre?

R. Julio Núñez, de Gijón. Pero nunca lo conocí. Yo tendría ocho años cuando murió. Visité su tumba muchos años después. Mi madre se fue de casa cuando yo tenía tres años. Ella [Antonia] vivía en su mundo, nunca se centró. Después de mí tuvo otros siete hijos. Era artista, cantaba, guapísima. Todos los hombres del barrio la cortejaban. Tenía éxito. Actuaba en el Pasapoga y ponían grandes carteles con su foto. Vivió en su mundo. Yo me crie con mis tíos y con mis abuelos. Más tarde contacté con mi madre y hemos estado viéndonos hasta el 10 de abril de este año, que se murió por coronavirus a los 98 años.

P. ¿Le traumatizó no tener a sus padres biológicos cerca?

R. En absoluto. Al revés. Cuando mi madre se fue de casa me tocó la lotería. Hasta ella me lo dijo tiempo después: “Si te hubieses venido conmigo te habría hecho un desgraciado”. Me crie con mucho cariño gracias a mis tíos y a mis abuelos.

P. Muchas canciones de sus inicios hablan de la vida en el barrio, la delincuencia, el ambiente nocturno. ¿Había en su barrio mucha droga?

R. Solo porros. En el año 68 éramos hippies. En mi barrio había discos y libros. Toda la generación beat. Nos pasábamos los libros de Kerouac, Ginsberg… Éramos hippies: sabíamos que la química no valía la pena.

Ramoncín, a finales de los años setenta.
Ramoncín, a finales de los años setenta.

P. Pero usted era una estrella cuando la heroína pegó duro. Supongo que la vio de forma habitual.

R. Sí, sí. Casi la daban gratis para enganchar a la gente. Me ocurrió una cosa terrible en la sala Morasol de Madrid. Había una chica guapísima que se fijaba mucho en mí y yo en ella. Y un día me agarra de la mano y me dice: “Vamos”. Me lleva al baño de las chicas, saca del bolso una jeringuilla y una goma y me dice: “Quiero que me pinches tú”. Yo me horroricé. Le dije: “Te equivocas. No me gustan las drogas ni la gente que las toma”. Yo hacía deporte y quería vivir cien años. No me iba eso.

Ramoncín editó, de 1978 a 1990, nueve discos, todos con éxito. Sus tres primeros (Ramoncín y WC -1978-, Barriobajero -1979- y Arañando la ciudad -1981-) son habituales en las listas de los mejores del rock español. Luchó duró por los derechos de sus canciones. Tenía el conocimiento suficiente como para quitar y exigir cláusulas. Era un negociador férreo. Y cuando las cosas se ponían raras salía el chaval de barrio: una tarde acudió con una amenazante lata de gasolina al despacho del director de una compañía para reclamar su carta de libertad. Se la dieron, claro. Ganó mucho dinero como músico en los ochenta y cogió la buena ola presupuestaria de los noventa en la televisión. Dice que no es de grandes lujos y que siempre ha vivido sin apreturas. Tiene cuatro hijos con tres mujeres. Las dos mayores son cuarentonas y los dos pequeños son veinteañeros, estos últimos de su relación con Amalia Villar, diseñadora de moda y fotógrafa, con la que lleva 30 años. Sigue dando conciertos (después de la pandemia volverá), componiendo, escribiendo poesía y acudiendo a tertulias de televisión (es habitual en Liarla Pardo, de La Sexta).

P. Usted en un momento dado, a inicios de los años noventa, renuncia a la música. ¿No cree que ahí se desconectó ya para siempre?

R. En parte sí, claro. Es que me cansé. Después del directo de 1990 [Al límite: vivo y salvaje] me dijo la compañía que grabase, lo que sea, porque lo íbamos a vender. Les dije que con ese argumento no. Entonces paré. Incluso no sabía si iba a volver. Tenía el frigorífico lleno.

P. Se vuelca con la televisión y se junta con cierta intelectualidad. Parece que le seduce tanto esto que renuncia a ser músico.

R. No hasta ese punto. Yo soy cantante, autor y compositor. Eso está por encima de todo.

P. En los momentos más duros de su juicio por el tema de la SGAE por apropiación indebida, donde fue absuelto en 2016, cuánto lloró.

R. He llorado mucho, pero solo. Me preocupé de que mi familia me viese entero porque yo sabía lo que estaban sufriendo. Luego me iba a llorar yo solo. Estaba destrozado. Fueron los peores momentos de mi vida. Pero ni me mediqué ni fui a psicólogos. Yo me dije: “Tengo que dormir”. Y lo conseguí.

P. En el documental apenas hay voces críticas, cuando ha sido una persona polémica. Queda un poco feo ¿no?

R. Sí, la verdad es que tiene razón. Es casi un florilegio [risas]. Creo que hay que hacer otro documental donde salga alguien diciendo: “Es un hijo de puta”. Pero, bueno, llevo toda la puta vida discutiendo y peleando, así que pensé en darme un homenaje. Creo que en el documental Miguel Ríos es el más acertado en este sentido, que dice que se ha sido injusto conmigo.

“Disfrazarse de auténtico está chupado”

P. ¿Qué ha hecho mal en la vida Ramoncín para que le aticen tanto?

R. Ser como soy. No callarme nada. El colectivo de músicos que yo defendí está lleno de hipócritas, insolidarios y cómplices silenciosos que ponen la cartera en un sitio y la boca en otro. Y algunos van de auténticos. Disfrazarse de auténtico está chupado. Me sé todas las claves para disfrazarme de auténtico. Lo jodido es ser de verdad. Y yo lo soy.

P. ¿Ramoncín es una persona arrogante?

R. Yo creo que en algún momento sí. Quién no es arrogante o vanidoso si estás en esto. Quién coño no lo es. Con todo lo que me ha pasado a mí, quién no es arrogante.

P. ¿No es demasiado estresante vivir todo el rato metiéndose en charcos?

R. Es que no puedo frenarme. Me pasa también con mi mujer. Sé que si digo “sí” va a ir todo de puta madre. Pero no puedo. Me sale el “no”. Luego lo pienso y me digo: por qué he dicho “no”, por qué me he peleado. Pero es que no lo puedo controlar, no puedo.

P. ¿No es muy egoísta eso? Sobre todo cuando compromete a gente que quiere.

R. Posiblemente sí. No digo que no. Pero por lo general sé cómo hacer las cosas, pido perdón y funciono generosamente.

P. Cuál es el charco en el que se ha metido y del que se siente más arrepentido.

R. Estoy arrepentidísimo de haberme metido a luchar por los derechos de los músicos. Total y absolutamente. Eso de “no me arrepiento de nada” sí que me parece arrogante. Me arrepentiré por el resto de mi vida. Me presenté como adalid de los derechos de los creadores, me maté por ellos y recibí ingratitud. Nada compensará aquello. Imposible.

P. Pero nadie se lo pidió…

R. Claro, claro. Yo metí la pata. No debí hacerlo. Lo tenía que haber hecho la entidad. ¿Se puede alguien imaginar que los que fabrican los cinturones de seguridad tuviesen que hacer la campaña publicitaria también? Pues esto fue lo mismo.

Es la hora del almuerzo en la Bodega Rosell. Ramoncín paga unas raciones y sigue hablando. De lo mucho que le gusta Lana del Rey, de lo seguidor que es del rock californiano, de las esperanzas que tiene en el nuevo disco de Bruce Springsteen (“tras varios pestiños”), de que hija veinteañera le hizo escuchar lo nuevo de Bad Bunny, y de que esta noche le han llamado para una tertulia en Telemadrid. Allí se meterá en un nuevo charco: “La gente de Madrid somos la hostia. Basta ya de meterse con nosotros. El problema es que ha pasado algo que es una catástrofe y que se llama Isabel Díaz Ayuso”.

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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