“A pesar de los tópicos, Bután no es el país de la felicidad”
El cineasta butanés Pawo Choyning Dorji llegó este año a la gala de los Oscar con ‘Lunana, un yak en la escuela’, que se estrena en España, una historia sobre maestros y alumnos filmada en la aldea más remota del mundo
¿Es Bután el país más feliz del mundo, como aseguran las encuestas locales que miden el índice de felicidad nacional? “Pues tenemos muchísimos problemas, a pesar de esos tópicos no es el país de la felicidad. Muchos de mis compatriotas, como muestro en la película, solo piensan en emigrar, huir de una nación comprimida entre China e India, en mitad de la cordillera del Himalaya. Hay una gran cantidad de parados”. El que habla es Pawo Choyning Dorji, 39 años, el cineasta butanés más conocido, que no el único, de su país, gracias a Lunana, un yak en la escuela, que protagonizó la mayor sorpresa de la última gala de los premios Oscar, y que acaba de estrenarse en España. “Me preocupa mucho la imagen que muestre de Bután. Como cineasta de un país minúsculo de unos 800.000 habitantes, acarreo una gran responsabilidad cultura y artística como embajador fílmico. Sospecho que pocos españoles habrán visto un filme butanés, y que como mucho mi país les sonará al último Sangri-La en la Tierra, o que aquí todos somos felices según las encuestas...”. Se refería, en una conversación realizada hace 15 días por videollamada, a esas listas de naciones más felices del mundo que suele encabezar Bután, y que sirven como reclamo para el turismo espiritual.
Hasta en la película se habla de esa búsqueda de la felicidad. “Cada vez que viajo al extranjero y me presento, casi todo el mundo me responde: ‘Oh, debes de ser muy feliz’. Butanés y ser feliz parecen sinónimos en la mente de medio planeta. Obviamente, somos una nación budista y alcanzar la felicidad espiritual es un ansia arraigada en nuestra cultura”, comenta el cineasta. “Y entonces te cuestionas: si somos tan felices, ¿por qué tantos butaneses viven en el exilio?”.
Lunana, un yak en la escuela —que se filmó en 2018, pero que tuvo que superar la primera ola de la pandemia para encontrar la distribución por el resto del mundo— cuenta la historia de un cantante veinteañero que vive con su abuela en Timbu, la capital, y que se prepara para emigrar a Australia. Pero es funcionario escolar, y el Estado le reclama que antes del viaje dé clase en Lunana, una aldea remota Himalaya arriba. El guion bebe de clásicos fílmicos de relaciones entre profesores inspiradores y alumnos desencantados como Conrack, de Martin Ritt; El club de los poetas muertos, de Peter Weir, o Los chicos del coro, de Christophe Barratier. “Necesitaba contar una historia local que emocionara a cualquier ser humano. Todos hemos tenido un profesor con el que conectamos, del que nos sentimos herederos en lo emocional o en lo cultural. Y que a través de esa película se escuchara mi voz. Espero que lo entiendan los espectadores españoles”, apunta.
Dorji llegó a ser finalista al Oscar con su primer largometraje en la categoría de mejor película extranjera. “Pues sí, yo era el raro”, comenta. “Enfrente estaban Paolo Sorrentino, Joachim Trier, el documental danés Flee y ganó Ryûsuke Hamaguchi. Es obvio que todo el tiempo me sentí un extraño”, recuerda. Por primera vez su país, Bután, alcanzaba la ceremonia de los Oscar. “Al principio parecía una broma. Al inscribirla ni siquiera salía la etiqueta de Bután en el formulario en línea de la academia de Hollywood. Cuando pasamos la primera criba pensamos que como no teníamos dinero para hacer una campaña ni distribuidor en EE UU ahí nos quedaríamos. Y cuando nos nominaron fue cuando realmente me asusté. Porque era mi debut, y ya había puesto en marcha mi segundo largo, Cuatro días hasta la luna llena. De repente se me señalaba demasiado. A cambio, conocer a Sorrentino o Hamaguchi compensó el estrés”.
El cineasta reconoce que se complicó él solo la vida en su debut: rodar un largo en el pueblo más remoto del país más remoto del mundo supuso un calvario. “Aquí no hay industria cinematográfica. Hasta las cámaras hay que traerlas de fuera. Ya ni te digo un equipo electrógeno. A cambio, al tener que usar placas solares por falta de electricidad, acabamos siendo un rodaje sostenible”, explica. “Algunos me dijeron antes de empezar que no podría solucionar los problemas logísticos. Por eso estuve año y medio recopilando todo el material técnico. Una vez que llegamos a Lunana, no teníamos posibilidad de solucionar cualquier contratiempo. Allí nadie había visto una película... Hasta 1999 en Bután, que ahora es monarquía constitucional, estaban prohibidos la televisión e internet”.
Contador de historias
Hijo de diplomático, Dorji nació en India y su familia solo volvió a Bután cuando él empezó el instituto. El realizador contesta desde Timbu, donde está a punto de empezar su segundo largometraje como director. “A mí me gustaría que todo el mundo conociera mi país, que es bellísimo. He viajado mucho por el mundo [se licenció en la Universidad de Lawrence en Wisconsin] por mis estudios y por mi trabajo como fotógrafo”, asegura. “Ahora cuesta entrar 500 dólares, así que es complicado que vengas de visita. ¿Qué puedo hacer? Pues enseñártelo en películas”. A esa conclusión llegó cuando en 2006 conoció al lama Khyentse Norbu, que además de maestro budista de Dorji fue quien le abrió el camino del cine, profesión en la que se inició como consultor en 1993 del rodaje de El pequeño Buda, de Bernardo Bertolucci. Dorji siguió sus pasos en el budismo y en el cine, como ayudante de dirección y como productor.
A Dorji no le gusta tampoco la etiqueta de cineasta. “Soy un contador de historias [storyteller en inglés]. Y da igual si es a través de películas, de fotografías... Mi pasión es conectar a la gente con narraciones. Es extraño: en mi lengua no existe una palabra para historia, para cuento. Y eso hace que en ese proceso me sienta libre, y a la vez comprometido con la acción. Poco a poco, con los cortometrajes, he descubierto que el cine es una herramienta poderosa para llegar muy lejos”, dice. Uno de los alumnos asegura que de mayor quiere ser profesor porque así “tocará el futuro”. ¿Vale lo mismo para el cine? Dorji ríe y contesta: “Hacía 23 años que Bután no presentaba a los Oscar un filme, porque es muy difícil rodar aquí y más en nuestro idioma. Así que sí, Lunana también quiere impulsar a los jóvenes a ser ambiciosos, a crear más realizadores, a tocar el futuro”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.