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El abandono de Las Ventas y cómo hay desconchones que no se podrán tapar con yeso

El edificio, que cumple 91 años el próximo viernes, está tan deteriorado como la nueva ‘afición’, festiva y poco rigurosa

Antonio Lorca
Dos de las imágenes sobre el deterioro de Las Ventas, enviadas por los aficionados a la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Dos de las imágenes sobre el deterioro de Las Ventas, enviadas por los aficionados a la presidenta de la Comunidad de Madrid.Asoc. El Toro de Madrid

A principios del pasado mes de mayo, la Asociación El Toro de Madrid envió una carta a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en la que denunciaba el estado de abandono que sufre el edificio de la plaza de Las Ventas. Apelaba, asimismo, a la consideración de Bien Cultural Protegido, categoría que el Ministerio de Cultura reconoció a la plaza en 1994, y a la de Bien de Interés Cultural, aprobada por el Parlamento autonómico, para pedir que la administración competente acometa las obras de rehabilitación, tan imprescindibles como urgentes.

La carta iba acompañada de un amplio reportaje fotográfico en el que quedaban patentes las muchas arrugas de un edificio que cumple estos días 91 años, y en el que parece evidente que se han invertido cortos presupuestos en su rehabilitación. No hay que darse más que una vuelta por el interior del edificio para constatar que huele a viejo y que las paredes no conocen la cal nueva desde hace muchos años.

Es una indecencia la deprimente conservación de la plaza, que depende de una administración que se autoproclama taurina y que recibe cada temporada una millonada por el canon de explotación. Contrasta, además, con la impecable imagen que presenta cada primavera La Maestranza de Sevilla, en la que la propiedad, la privada Institución Maestrante, invierte anualmente una considerable cantidad de euros para que luzca como lo que es, un templo de la tauromaquia.

Un multitudinario bar de copas, amenizado por un ruidoso grupo musical, ha funcionado durante San Isidro en los interiores de la Puerta Grande

¿Alguien se imagina que la empresa Pagés montara una discoteca en los aledaños interiores de La Maestranza? Pues un multitudinario bar de copas, amenizado cada noche por un ruidoso grupo musical en directo, ha funcionado durante la Feria de San Isidro junto a la Puerta Grande. ¿Cabe mayor insensatez en la plaza de toros más importante del mundo?

“Madrid es la capital mundial del toro”, decía Díaz Ayuso recientemente en un acto público; y destacaba que la de San Isidro “ha sido una gran feria por su impacto económico en sectores como la hostelería, el turismo, el sector comercial de la zona o la red de transportes”. “Se calcula”, añadía, “que los más de 500.000 espectadores que han acudido a la Monumental de Las Ventas han traído unos 70 millones de euros a la región, lo que demuestra, una vez más, que el mundo del toro genera riqueza, empleo y notables beneficios a la economía madrileña”.

Beneficios para todos los sectores menos para la propia plaza. Bien haría la presidenta en no presumir tanto de taurina y dedicar una parte del dinero que recibe a lavarle la cara a una plaza que pide a gritos una puesta a punto acorde con su categoría.

Pero no son esos desperfectos los únicos que luce Las Ventas. Al hilo de la carta de los aficionados a la presidenta, un mensaje en Twiter llamaba la atención sobre otros no menos preocupantes de la plaza madrileña: “En Las Ventas no solo se ha deteriorado el edificio; hay desconchones que me temo no se van a poder arreglar con yeso”.

El ruedo, inundado de almohadillas, la tarde de la encerrona de Paco Ureña.
El ruedo, inundado de almohadillas, la tarde de la encerrona de Paco Ureña.Alfredo Arévalo

La plaza de Madrid ha sido considerada siempre como la referencia fundamental del toreo, donde un triunfo o un fracaso podían determinar la carrera de un torero; los tendidos los ha poblado una afición variopinta, donde la mayoría la constituían aficionados exigentes, muchos de ellos llegados de fuera de la capital.

Pero esa fotografía pertenece al pasado. La crisis económica, la pandemia, la corriente animalista, los ataques permanentes de pequeños e incansables grupos antitaurinos, que, sorprendentemente, encuentran un hueco desmedido en los medios de comunicación, el desapego manifiesto del Gobierno y los partidos políticos, y la idea imperante —y políticamente correcta— de que manifestarse alejado de la fiesta de los toros es signo inequívoco de modernidad y progresista han configurado una nueva afición, festiva, generosa y poco rigurosa.

Así, ha habido tardes en la pasada feria en las que la plaza se ha comportado como una de tercera, el triunfalismo se ha contagiado en los tendidos, y se han concedido trofeos o se han aplaudidos lances de la lidia que han sonrojado a cualquier aficionado de medio pelo. Pero, guste o no, esta es la fiesta de los toros del año 2022.

Porque esta frivolidad galopante no es un problema de Las Ventas; la Feria de Abril sevillana ha sido otro reflejo de la nueva sociedad que se sienta en la dura piedra de las plazas. No hay que olvidar, no obstante, que ese público festivo, bullanguero, triunfalista y orejero es imprescindible para la pervivencia de la fiesta de los toros.

La exigente afición madrileña pertenece al pasado; la primera plaza del mundo se ha comportado muchas tardes como una de tercera

Ese público es el que mantiene la taquilla y el que permite que los aficionados puedan presenciar algunas tardes por las que merezca la pena seguir yendo a los toros. Hace unos años, Manuel Chaves, presidente entonces de la Junta de Andalucía, asistió a la entrega de unos premios taurinos en La Maestranza, y dijo una verdad que parece indiscutible: “Nadie se atreverá a prohibir la fiesta de los toros, que solo desaparecerá el día que estén los tendidos vacíos”.

Porque, ¿dónde está la afición? A pesar del compromiso de meritorias asociaciones de aficionados repartidas por toda España, la afición está desaparecida. Hoy, manda el público, que impone su criterio sin discusión y pone contra las cuerdas a los presidentes, que deben aplicar un reglamento que no representa a la inmensa mayoría de los asistentes a los espectáculos taurinos.

El recordado maestro Pepe Luis Vázquez decía: “Cuando mandan los aficionados, gana la fiesta, pero cuando manda el público, ganan los taurinos”. Y al taurino —toreros, empresarios, ganaderos— lo que interesa es un público festivo que conceda muchas orejas y carezca del sentido de la exigencia.

En fin, que Las Ventas —la fiesta de los toros, mejor dicho— tiene desconchones que no se pueden tapar con yeso. Es el signo de los nuevos tiempos, sin duda…


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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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