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La Movida sobrevive a su mito de movimiento fugaz

Con la muerte de la fotógrafa Ouka Leele desaparece un icono de la corriente cultural y artística que tomó Madrid en los ochenta y cuyo legado perdura a pesar de los intentos de desacreditarla

La sala Rock-Ola, de Madrid, en 1983.
La sala Rock-Ola, de Madrid, en 1983.BERNARDO PEREZ

La muerte el pasado martes de la fotógrafa Ouka Leele, icono de la Movida madrileña por sus imágenes de retratos coloreados y surrealistas, vuelve a poner sobre el tapete un movimiento artístico y cultural controvertido, mitificado y machacado, que más de cuarenta años después de su eclosión sigue alimentando discusiones y recuerdos. “Fue un grupo de imberbes que se rebelaron contra sus hermanos mayores, los del pelo largo y las trencas que corrían delante de los grises”, dice por teléfono el fotógrafo Miguel Trillo, nacido en Jimena de la Frontera (Cádiz) en 1953 y retratista de la juventud de las calles y bares de la Movida. Él estuvo en lo que se considera la fecha de inicio de la Movida, el concierto del 9 de febrero de 1980 en la Escuela de Caminos de Madrid, en homenaje al batería del grupo Tos, Canito, muerto en accidente de tráfico en la Nochevieja de 1979. Sin embargo, antes de aquel recital, Ouka Leele, por ejemplo, ya había presentado su serie Peluquería, retratos de amigos que adornaba con tocados que elaboraba con objetos o animales muertos. La propia Ouka Leele (Bárbara Allende) contaba en este periódico en una entrevista hace un año cómo se enteró de lo que era la Movida: “En la Navidad de 1981 volvimos a Madrid [de Barcelona] y el fotógrafo Carlos Serrano me decía: ‘¿Sabes lo que se lleva? La Movida… la Movida es ir a casa de tal y luego ir a otra...”.

Quien conoce aquel magma creativo es el coleccionista de arte José María Lafuente, propietario del Archivo Lafuente, donde se encuentran importantes fondos con obra y documentación de, entre otros, Ouka Leele, Miguel Trillo y los pintores José Alfonso Morera Ortiz, El Hortelano, fallecido en 2016, y Carlos Sánchez Pérez, Ceesepe, muerto en 2018. El Archivo Lafuente, a través de exposiciones, ha ido contando la singular contracultura madrileña. “Hay dos personas clave: Ceesepe y el fotógrafo Alberto García Alix, y a partir de ellos, ramificaciones de movimientos, revistas… Son además los dos que entraron en el mercado convencional”, explica Lafuente. La periodista Elsa Fernández-Santos, colaboradora de EL PAÍS y que ha trabajado en el Archivo Lafuente en la parte de Transición y contracultura, apunta que “en ellos cristalizó una nueva cultura juvenil, cuyos referentes venían de fuera; se interesaban por los cómics, los fanzines y la música…”. “Fui a ver a Ceesepe y con el material que encontré, de los setenta, se montó una exposición en La Casa Encendida (Madrid) en 2019. Más del 90% de su producción de cómic, por ejemplo, estaba intacta”, añade Lafuente. Este empresario del sector lácteo ha aglutinado el fondo documental y artístico de un grupo que ha suscitado una valoración desigual. Sin embargo, apunta que en las exposiciones organizadas, como la de Ouka Leele de hace un año en el Círculo de Bellas Artes, ha comprobado la gran respuesta del público.

Otro ejemplo reciente fue la que comisarió este año (clausurada el 20 de marzo) Carmen Alcaide sobre El Hortelano en Alcalá de Henares. Alcaide, que dirige el aula de Bellas Artes de la universidad de la ciudad complutense, recuerda que en 2019 visitó el taller que El Hortelano tenía en Madrid, cerca del Retiro: “Me quedé fascinada. Había mucha obra que va más allá de la Movida, y en otros formatos, como láminas, carteles...”. La familia tiene la mayoría de su producción, que también se reparte entre amigos y colecciones particulares.

Ouka Leele en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en 2014.
Ouka Leele en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en 2014.Álvaro García

El vínculo de El Hortelano con Alcalá venía de 1975, cuando hizo allí el servicio militar. En sus días libres iba al Rastro madrileño, donde conoció a Ceesepe, que tenía un puesto de tebeos. Fue el comienzo de su amistad. El Hortelano y Ouka Leele se hicieron pareja y los tres se trasladaron a un piso que se convirtió en punto de reunión para los miembros de la Movida. Los tres, junto a García-Alix, formaron lo que se llamó la Cascorro Factory, versión madrileña y cachonda de The Factory de Warhol, lugar de inspiración y fiestas para el artista y sus amigos en Nueva York.

Miguel Trillo subraya que “lo que está haciendo el Archivo Lafuente no lo están haciendo las instituciones, por ejemplo, el Museo Reina Sofía, que en la reorganización de sus salas ha pasado de puntillas por este periodo; ni tampoco hay un museo de la Movida”. No obstante, el Ministerio de Cultura ha decidido recientemente adquirir el Archivo Lafuente, que quedará en la órbita del Reina Sofía una vez que se formalice la compra. A ese olvido se han sumado en ocasiones las invectivas desde distintas tribunas, que han tildado a los de la Movida de niños pijos, o subvencionados, o que el PSOE los utilizó porque veía en ellos un caladero de votos (”Movida promovida por el Ayuntamiento”, cantaban The Refrescos). “Éramos jóvenes y conscientes de que vivíamos una situación de libertad, había un afán de supervivencia porque había mucha violencia: ETA, los Grapo, la extrema derecha… Teníamos ganas de felicidad y el cuerpo nos pedía disfrutar sin pensar en grandes proyectos”, añade Trillo, que recuerda que en noviembre de 1983 nació la revista La luna de Madrid, “el boletín oficial de la Movida”.

Este fotógrafo ve en esa tirria a la Movida el desprecio ante “algo que no estaba previsto y que costaba digerir”. “Quizás porque no había una potencia literaria. Si hubiéramos tenido un gran escritor, pero, claro, se preguntaban: ‘¿Y estos niñatos son los protagonistas de la cultura?”. Fernández-Santos completa: “Aún falta mucho para ponerles definitivamente en valor. Son artistas a los que se irá descubriendo y mirando de otra manera. Hay más prejuicios en la gente mayor. La gente joven es infinitamente más desprejuiciada porque no han vivido ese movimiento, lo ven de una manera más limpia”. Un hecho que corrobora Lucía Casani, que comisarió la exposición sobre Ceesepe en La Casa Encendida en 2019, titulada Vicios modernos: “Fue un precioso homenaje con el que se puso en contacto su obra con una generación más joven que no le conocía. Esa obra posee elementos que hoy no superarían la censura de lo políticamente correcto”.

Desde la izquierda, Nacho Canut, Ana Curra y Carlos Berlanga en los camerinos del concierto homenaje a Canito, en la Escuela de Caminos de Madri, en febrero de 1980. / JESÚS ORDOVÁS
Desde la izquierda, Nacho Canut, Ana Curra y Carlos Berlanga en los camerinos del concierto homenaje a Canito, en la Escuela de Caminos de Madri, en febrero de 1980. / JESÚS ORDOVÁS

En esa línea se expresa el galerista Pedro Maisterra, que organizó una exposición en 2021 sobre el dúo de artistas de la Movida conocido como Costus, los pintores Juan Carrero y Enrique Naya. “Ahora hay un grupo de expertos, de una generación de los que algunos ni habían nacido en aquella época, que los miran de una manera desmitificadora. Muchos jóvenes de entre 15 y 25 años venían a ver la exposición desde el descubrimiento, no desde el cliché. Esa época tuvo un valor artístico en la libertad creadora y en la hibridación entre disciplinas, pero se la ha pintado con muchos tópicos y prejuicios para denostarla. Solo eran un grupo de amigos, unos chicos que vivieron la explosión de la cultura juvenil”.

Trillo, que lleva veinte años fotografiando a la juventud del sudeste de Asia, señala que es “un territorio en el que hay un icono que es Almodóvar; a los detractores de la Movida les diría que piensen en otro movimiento que tenga esa obra y esos nombres. La Movida actualizó un país en blanco y negro con colores chillones, y por eso no fueron aceptados”. El nombre de Almodóvar también lo pronuncia Maisterra: “Este movimiento persiste al paso del tiempo gracias en buena parte a él. No solo por el boom que supuso, sino porque fue la esponja que absorbió a gente variopinta”.

Del trato que han recibido de las instituciones puede hablar el conservador Salvador Nadales, del Museo Reina Sofía y experto en la obra del pintor Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948). Nadales subraya que el precio de mercado de obras de la Movida se mantiene “bastante asequible, a pesar de la eclosión e importancia que adquirieron por su concepción pop del arte”. Son autores muy demandados por instituciones públicas y grandes colecciones. En el caso de Pérez Villalta, la mayoría de su producción está en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), en Sevilla. “En el Reina Sofía tenemos bastantes obras suyas, 26 de pintura y dibujo”. Él define el arte de la Movida como “intrascendente y banal”, pero aclara: “No lo digo como algo despectivo, sino reivindicativo. Ellos no eran conscientes de ese movimiento que se crearía posteriormente”.

El Hortelano, en la exposición retrospectiva de su obra en el Conde Duque (Madrid).
El Hortelano, en la exposición retrospectiva de su obra en el Conde Duque (Madrid).Bernardo Pérez Tovar

Nadales indica que la revalorización de esta corriente se debe “a que siguen provocando interés, como sucedió con la muestra de Villalta, titulada El arte como laberinto”, en la sala Alcalá 31, de Madrid, una retrospectiva que pudo verse en 2021. “Atrajo a todo tipo de públicos. Los que están vivos del grupo no se han quedado anclados en el pasado, evolucionan”.

Este renovado interés por la Movida no está solo en la capital. Uno de sus coleccionistas es el artista Pablo Sycet, que ha conseguido que Gibraleón (Huelva, con 12.600 habitantes), sea otro punto del mapa de ese movimiento. Sycet ha reunido unas 2.500 obras del siglo XX, especialmente de la década de los ochenta. Es juez y parte. Sycet fue letrista del grupo Fangoria durante 25 años (1990-2015) y autor de algunos de éxitos de Luz Casal como Loca o Sentir.

¿Cuándo acabó la Movida? La respuesta daría para otro largo artículo, pero Trillo sitúa ese final en dos incendios, el de la discoteca Alcalá 20, en el que murieron 81 personas, en diciembre de 1983, y el de la sala Rock-Ola, centro neurálgico de la Movida, al año siguiente. Unas cenizas de las que este movimiento parece resurgir una y otra vez, como dice Carmen Alcaide: “La Movida no se acaba nunca”.

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