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El color de Miró se instala en la casa de Chillida

Una exposición en el museo dedicado al escultor vasco en Hernani resucita la amistad de dos titanes del arte del siglo XX

'Oiseau solaire' (Pájaro solar), escultura de Miró de 1986, expuesta en los jardines del museo Chillida Leku junto a obras del artista vasco.
'Oiseau solaire' (Pájaro solar), escultura de Miró de 1986, expuesta en los jardines del museo Chillida Leku junto a obras del artista vasco.Juan Herrero (EFE)

Dos esculturas monumentales, Oiseau Solaire (Pájaro solar, 1968) y Femme (Mujer, 1970), de Joan Miró rodean la entrada principal de Chillida Leku, el museo dedicado a la obra de Eduardo Chillida en Hernani (Gipuzkoa). La primera es un pájaro de dos toneladas esculpida en mármol de Carrara. La segunda representa uno de sus clásicos homenajes a la mujer, construido con latas y coronado por un caracol gigante. Son dos obras que nunca habían salido de la Fundación Miró de Barcelona y que ahora forman parte de la exposición Miró en Zabalaga, que estará abierta al público hasta el 1 de noviembre. Es una muestra concebida como homenaje a la amistad que durante décadas mantuvieron Chillida y Miró. La relación entre el vasco y el catalán fue mucho más allá de los intereses comunes que ambos tuvieron por el arte de su tiempo. La relación implicó a las familias de ambos artistas durante sus veraneos compartidos en Saint-Paul-de-Vence, al sur de Francia, en la residencia Maeght, la galería de ambos y en la que se consagraron grandes artistas europeos de aquellos años. Esta es la segunda exposición temporal que celebra el museo (la primera estuvo dedicada a Antoni Tàpies) desde su reapertura, gracias al acuerdo con los galeristas suizos Hauser & Wirth.

En el caserío Zabalaga, que alberga Chillida Leku, los jardines de más de doce hectáreas rodeadas de un impactante bosque de chopos, robles y hayas tienen en el centro un edificio del siglo XVI cuyas paredes de piedra, madera y cristal alojan habitualmente medio centenar de obras de Chillida. Por las campas se esparce la obra más monumental, en hierro y mármol rosa, oscurecida por el golpe del agua y de los vientos.

A ese museo excepcional, puede que uno de los más bellos del mundo dedicados a un solo artista, ha llegado una notable selección de esculturas y obra gráfica de su gran amigo. La comisaria, Stella Solana, explica que ha buscado un reencuentro entre las piezas de los dos creadores. Dividido en tres espacios de las plantas superiores del edificio, Solana ha querido mostrar a un Miró con personajes fantásticos e imaginarios, producto de una mente libre e inagotable capaz de mezclar un ladrillo con un tambor de hierro y un tricornio de la guardia civil.

'Femme' ('Mujer'), escultura realizada por Miró en 1970, expuesta en el museo Chillida Leku junto con otras obras de Chillida.
'Femme' ('Mujer'), escultura realizada por Miró en 1970, expuesta en el museo Chillida Leku junto con otras obras de Chillida.MIKEL CHILLIDA

Las esculturas mironianas están colocadas ante ventanas por las que se cuelan los espectaculares verdes de la arboleda. Casi todas las esculturas han sido prestadas por la Fundación Miró de Barcelona y el resto proceden de colecciones particulares. Por su parte, la Fundación Miró de Palma colabora con un gran tapiz, recreado por Josep Royo. Las serigrafías han sido prestadas por el BBVA.

Luis Chillida, presidente de la Fundación que gestiona la obra de su padre y penúltimo de los ocho hijos nacidos del matrimonio entre Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, cuenta que la amistad entre su padre y Miró surgió en el verano de 1940 y se prolongó durante toda la vida. “Ambos tenían muchas cosas en común, salvo que mi padre era cóncavo y Miró, convexo”, bromea. “Yo, por edad, no llegué a disfrutar de aquellos veraneos en el sur de Francia, pero tengo oídas muchas anécdotas a mis hermanos mayores. A favor de esa unión tenían que ambas pilares, las esposas de los dos, se llevaron muy bien. Siempre han dicho que ellos podían charlar horas y horas. De arte, de teorías que afectaban a la obra con la que trabajaban en esos momentos o también hablaban mucho de política. Recordemos que eran los años duros de la dictadura y que ocurría de todo. A ellos, como figuras relevantes en el mundo de la cultura pronto les convirtieron en lo que se conocía como ‘los abajo firmantes’, aquellos que secundaban los muchos manifiestos que circulaban exigiendo libertad”.

Desde la izquierda, Pilar Belzunce (esposa de Chillida), Eduardo Chillida y Joan Miró a finales de los setenta, en Saint-Paul-de-Vence, en la Costa Azul francesa.
Desde la izquierda, Pilar Belzunce (esposa de Chillida), Eduardo Chillida y Joan Miró a finales de los setenta, en Saint-Paul-de-Vence, en la Costa Azul francesa.Hans Spinner

Uno de los hijos mayores que sí vivió esa amistad de Chillida con Miró es Ignacio Chillida. Del catalán dice: “Todo le hacía gracia y era muy permisivo. Era como uno más entre la chiquillería. Los ojos azules se convertían en una rayito horizontal cada vez que nos veía hacer un disparate. Hay fotografías que me hicieron a mí conduciendo un 600 por la finca de Saint-Paul-de-Vence, cuando yo apenas llegaba al volante”. No recuerda que sus padres regañaran a los hermanos, aunque ninguno de ellos les incitó tanto a cometer diabluras como Miró. “Lo que me gusta mucho es la idea de que los Miró vengan a pasar el verano a nuestra casa de Hernani”, señala Ignacio Chillida.

Mireia Massagué, directora de Chillida Leku, asegura que le gusta pensar que también es Miró quien hace que el caserío Zabalaga se haya inundado de color con estas obras llenas de vida e imaginación. “Son los colores del Mediterráneo hermanados con los del Cantábrico. Son los azules del catalán hablando con la luz del alabastro del donostiarra. Conviven en el caserío en pisos separados, admirados y respetándose. Impacta y emociona teniendo en cuenta que los colores tierra, negro y blanco han vivido en solitario durante décadas. Ahora, Zabalaga es una obra de arte en sí misma”.

Una de las obras de Miró en la exposición en el museo Chillida Leku.
Una de las obras de Miró en la exposición en el museo Chillida Leku.Juan Herrero (EFE)

Chillida y Oteiza, el reencuentro

Jorge Oteiza y Eduardo Chillida están considerados como los dos escultores más importantes que ha dado el País Vasco a lo largo de la historia. Sus conocidas diferencias políticas en el ámbito político (simplificando, se podría decir que el primero era nacionalista vasco y el segundo, socialdemócrata) habían complicado el encuentro de su obra durante décadas. Hasta que el pasado año, la sede valenciana de Bancaja obró el milagro, reuniendo nada menos que 120 obras de ambos artistas. Javier González de Durana, comisario de la muestra, fue también el máximo responsable de lograr que las reticencias de los familiares de ambos se deshicieran. Aquella exposición, titulada Diálogo en los años 50 y 60, acaba de aterrizar en el museo de San Telmo de San Sebastián, llamada a convertirse en una visita obligada para los amantes del arte. “Todo está medido al detalle”, asegura González. “El peso de uno es idéntico al de el otro. Son dos genios que se distanciaron por los chismes de los pueblos. Su talento es superior a cualquier otra tontería que pudiera ocurrir en el pasado”.

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