Un camaleón dibujado basta para explicarles la identidad a los niños
Dos libros infantiles editados estas semanas acuden al mismo animal y sus cambios de color para reflexionar sobre el sentirse distinto y la aceptación
Simón es un camaleón y cambia de color. Pero no le sale muy bien. Cuando todo es rojo, él se pone verde. Si su entorno es amarillo, se hace lila. El animal no lo entiende: solo querría ser como los demás. Justo lo que desea, en otro libro, una criatura parecida, que también choca con su naturaleza: si el elefante es gris, el cerdo rosado y cada cual tiene su tonalidad, ¿por qué ella ha de modificarla cada poco? Sobre el sentirse distinto y la aceptación se interrogan desde hace décadas ensayos, películas o artículos. Pero se editan estas semanas dos obras infantiles —Simón (Flamboyant), de Amaia Arrazola, y Su propio color (Kalandraka), de Leo Lionni— que apuestan por una receta sencilla, y casi idéntica entre sí: bastan un camaleón, una treintena de páginas ilustradas y algo de texto para plantearles a los niños un asunto tan complejo. O, más bien, para lanzarles preguntas. Ya encontrarán ellos las respuestas.
Arrazola justo esperaba una, muy importante, cuando ideó Simón. “Durante mi embarazo, los médicos vieron una cosa en los pies que podía ser la nada o que mi hija tuviera una malformación cromosómica que incluso resultara incompatible con la vida. Me hicieron una amniocentesis y sabría los resultados a los cinco días. Mientras, me planteé qué le diría si ella no pudiera hacer lo mismo que el resto de niños”, relata la ilustradora. Acostumbrada a pensar por imágenes, enseguida acudió al camaleón.
El color, en el fondo, ya ayudó a la literatura infantil a hablar de la identidad, de ¡Pink! El pingüino que se volvió rosa, de Lynne Richards, al variopinto elefante Elmer que creó David Mckee. Cualquiera se ha sentido alguna vez como ellos, o como Simón. Del hospital, entretanto, Arrazola recibió buenas noticias. Y, así, se sumó una nueva: ya tenía lista la idea para su primer álbum ilustrado.
A saber cómo concibió Leo Lionni, fallecido en 1999, el libro que ahora rescata Kalandraka. Aunque, a juzgar por su biografía, la creatividad del dibujante podía estallar en cualquier momento: su obra más famosa, Pequeño azul, pequeño amarillo, editada por el mismo sello, nació durante un viaje en tren, cuando no tenía más que trozos de papel para entretener a sus nietos. En todo caso una de las claves, según el traductor de muchas de sus historias, Xosé Manuel González, reside en la sutileza. Hace tiempo que la literatura infantil confía más en la inteligencia de los niños. Tanto que hoy en día afronta sin miedo temas como el acoso o el cáncer. Pero Lionni lo entendió mucho antes. “Lo importante es aproximarse a una cuestión sin simplificarla, ni darle todo masticado al lector. Sus libros no resuelven problemas, sino que reflejan una realidad, para pensarla y que cada uno busque su solución”, subraya González.
He aquí otro punto de contacto: Simón tampoco quiere ser demasiado explícito. “Un niño no es tonto y a veces menos es más”, afirma Arrazola. Confiesa que, para decidir los límites, le sirvieron mucho los consejos de la editorial. Y, por otro lado, la pequeña lectora de su casa. “Solo de estar juntas veo qué le gusta, qué quiero transmitirle, y qué no. Me ayuda observar a través de sus ojos. Al final, lo hago para ella. Quería decirle que no tuviera miedo a ser diferente”, agrega.
De ahí que le enseñara los bocetos y aprendiera de sus reacciones. Aunque, antes de hablar de asuntos profundos, madre e hija debieron tener una conversación previa: con tres años, no hay por qué saber que un camaleón cambia de color. Aunque las dudas de Simón, en realidad, afectan a muchos más aspectos de la vida. Hace nada, de hecho, la pequeña se sintió distinta: no entendía por qué todos recibieron la mona de Pascua típica de Cataluña, donde residen, y ella no. Por una vez, la respuesta es sencilla: es hija de una vasca y un canario.
Babelia
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