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El funeral de Pau Riba fue una fiesta

La vida del músico y cantante fue celebrada por sus allegados en una despedida con forma de sonrisa

Despedida Pau Riba
Último adiós a Pau Riba rodeado de familiares, amigos y políticos, en el tanatorio de Sant Gervasi de Barcelona.CRISTÓBAL CASTRO

“Recuerdo que íbamos con él al cine, a Badalona. Una cola enorme. Él, rodeado por tres de sus hijos, llegaba a primera fila, le pedía a quien allí estaba que le aguantase al cuarto que llevaba en brazos, y pedía cinco entradas. Siempre tuvo mucho morro”. Mientras la asistencia oía esta anécdota, unas criaturas correteaban por el pasillo central de la sala del tanatorio, haciendo retumbar su pequeñez sobre las losetas del suelo. Jugaban. Las autoridades, Pere Aragonés, Ada Colau y Jaume Collboni, diluidos entre la multitud, se empequeñecían con sensatez, quizás recordando que a él no le gustaba la auctoritas. Fuera, el cielo era la única nota gris en una mañana coloreada por el feliz recuerdo. Recuerdos como el del cine de Badalona, contado entre sonrisas por Àngel, uno de los cinco hijos del protagonista. “Para haber tenido cinco hijos de cuatro mujeres no ha salido mal la cosa”, remataba entre salvas de carcajadas. Sí, era un funeral, en el tanatorio de Sant Gervasi de Barcelona. El único funeral posible para Pau Riba.

Antes de comenzar la celebración de una vida, que no su despedida, decenas de músicos, vestidos con un genuino desaliño propio de Pau, charlaban bajo un tenue sirimiri. Más tarde iniciarían la fiesta entrando por la parte de atrás de la sala cantando sin respeto alguno por la afinación, como tocaba en un caso así, D’uns temps, d’uns botons. Pero antes, en esos corrillos que se forman en los funerales, nadie parecía triste, nadie hablaba de muerte ni soltaba esas verdades de Perogrullo que se nos ocurren ante nuestra fragilidad. Sisa le puso palabras a la situación “yo he sufrido muchos estos meses, ahora hay que celebrar la vida”, dijo enfundado en un vistoso jersey color calabaza. Amigos, músicos, familia y conocidos recordaban risueños a Pau, saltando por encima del dolor de su desaparición, que fue también la merecida: músicos jóvenes le cantaron en su casa hasta que se apagó cuando la mañana del pasado domingo despuntaba. La mejor muerte para un músico: ser cantado por otros mucho más jóvenes que él. Y así se celebró su vida, con una especie de concierto lleno de música, humor, recuerdos y alguna irrefrenable lagrimita que no justificó la amenaza de Stan Laurel cuando dijo: “si alguno de vosotros llora en mi funeral, no volveré a hablaros nunca más”.

Y allí estaba vigilándolo todo Pau, en un ataúd de madera clara, apenas trabajada, en las antípodas de esos ataúdes de color circunspecto que siempre se vinculan a la severidad de la muerte. Encima estaba su guitarra, algunas flores y los confetis que se arrojaron entre vítores y más risas luego de que la comitiva de músicos diese por iniciada la celebración en medio de las palmas que desacompasadamente los acompañaban. Fue una fiesta. Hermanos, sus cinco hijos y dos de sus sobrinos lo recordaron entre sonrisas que mostraban un caudal de cariño oceánico. Más tarde Sisa, a capella, cantó con intención El setè cel mientras los pies descalzos de algunos presentes seguían un ritmo imaginario.

Lo evocaron también Oriol Tramvia y Enric Casasses, que hizo suya una letra de Pau (Per què fer res) “hi ha coses que, quan passen, passen tant si ens agrada com si no, simplement passen” (hay cosas que, cuando pasan, pasan tanto como si nos gusta como si no, simplemente pasan). Y, cómo no, hubo un recuerdo a Memi March, su mujer, que no asistió a la fiesta, probablemente demolida. Fue un detalle recordar a la compañera, la que viajó estos últimos meses en ese coche conducido por Pau, un coche en el que lo único que funcionaba era el acelerador que él seguía apretando con sus cada vez más menguadas fuerzas. Justicia poética, un 8 de marzo cupo recordar que dada la inveterada manía de los hombres de morirse antes que ellas, son entonces las mujeres sus mudas cuidadoras.

Embocando el final de aquella exaltación, Àngel y Caïm cantaron Noia de porcelana con la guitarra de Pau, y La Orquesta Fireluche, Los Mortimer y quien quiso sumarse despidieron el ataúd con más música, con una de las canciones que Pau estaba grabando con la Fireluche. Al salir, un empleado de la funeraria decía que solo había vivido algo así en el funeral de Peret, y que ojalá todas las despedidas tuviesen esa vitalidad y carácter. Minutos después, bajo el sirimiri, los músicos seguían cantando en el patio del recinto, con Barcelona a sus pies. Pau hubiese estado allí más feliz que una criatura el 6 de enero. Las consecuencias de su vida viven.

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