De la cumbia psicodélica al trap quechua: los sonidos fusión de Perú
El rock se encuentra con la cumbia a través del amazonas, el rap en quechua se toma las montañas de los Andes, la música afroperuana se transforma en electrónica en Lima
La cantante Renata Flores tiene 20 años y no está segura si llamar su último disco como uno de rap o como uno de trap, o como algo en el medio, pero sabe que está haciendo algo distinto: buscando sus versos en quechua. La cantante nació en Ayacucho, Perú, y a los 13 se lanzó a cantar por primera vez inscribiéndose a la tercera temporada del reality musical La voz kids, donde le sugirió a los directores presentar sus canciones en quechua. “Y ellos pensaron que era en broma”, recuerda. No era broma. La temporada se canceló, y ella le pidió entonces a sus abuelas –cuya lengua materna es el quechua– que le ayudaran a traducir canciones de Michael Jackson o Alicia Keys. En junio del 2015, a sus 14 años, lanzó a Youtube una versión de The Animals, The House of the Rising Sun. “Hay una casa en Nueva Orleans” se convirtió en “Kachkan huk wasi llaqtampi”. Tiene más de 100 millones de visualizaciones. Este año acaba de lanzar su primer disco de trap, Isqun, que quiere decir ‘nueve’ en quechua, y que cuenta la historia de nueve mujeres andinas. “Kaypiraqmi Kachkaniku” (“Todavía estamos aquí”) dice en una canción sobre Francisca Pizarro, hija del colonizador español Francisco Pizarro y la princesa inca Quispe Sisa, reconocida como la primera mestiza en Perú. “Somos fusión, acéptalo Rosalía”, dice el coro.
Flores es la cantante famosa más joven de una ola de músicos peruanos que vienen en las última décadas combinando la tradición con los géneros dominantes: de la cumbia psicodélica al trap quechua, o de las guitarras eléctricas de Los Mirlos hasta la electrónica de Novalima con son afroperuano.
“El cambio en la música es constante”, dice la joven Flores. “Con los españoles llegaron la guitarra, el violín, o el arpa que usamos en la ‘danza de tijeras’, pero los sonidos son nuestros, al igual que lo son las quenas [flautas andinas]”. Flores creció con sus padres como fans de Uchpa, una banda de hard rock quechua de Ayacucho, pero también le llegaban los Inka Beats del español-peruano Miki Gonzalez, o el trap de los argentinos Nicky Nicole, Nathy Peluso y Trueno.
Casi 50 años antes, en la prehistoria de los sonidos urbanos actuales, Jorge Rodríguez y sus hermanos ya andaban jugueteando con una batidora de folklore peruano, caribe y vanguardia anglosajona de la época. En 1973, Rodríguez bajó a la capital, Lima, del valle amazónico de Moyobamba, al pie de los Andes, para fundar Los Mirlos y, con ellos, la cumbia psicodélica. “El rock llegó a Perú antes que la cumbia”, cuenta Rodríguez para explicar los arcanos de su invento. Mezclado ya con géneros andinos como el huayno o la pandilla, el sonido caribeño, que llevaba tiempo desparramado desde la costa colombiana por toda Latinoamérica, acompañó el viaje de los trabajadores migrantes de las montañas a la capital.
En cuanto al ingrediente psicodélico, su rastro es un poco más enigmático. En la radio peruana se escuchaba rock pero la influencia lisérgica, según Rodriguez, tiene que ver más con una evocación de los sonidos de la selva que con Jimi Hendrix o The Zombies. Es decir, que Los Mirlos incorporaron aquellas guitarras con delay, wah-wah, fuzz y toda la artillería de efectos y distorsiones porque se parecían al zumbido del Amazonas por la noche o a las ondas que hace el agua tras lanzar una piedra al río.
Lo de Rodríguez y su banda sería entonces como una especie de regreso mítico al origen, a las fuentes de las que bebieron los hippies y la contracultura. Hacer psicodelia antes de la psicodelia. De hecho, la etiqueta no estaba tan clara al principio. “Nosotros hacemos cumbia amazónica. Lo de psicodélica vino después”, añade el fundador. Con después se refiere más o menos a 2007, cuando un dj y productor de Brooklyn “descubrió” la cumbia peruana y lanzó un recopilatorio que puso de moda un puñado de viejas producciones lo-fi de ritmos sinuosos en los ambientes hipsters de Nueva York. Aquel recopilatorio se llamó The Roots of Chicha y reunió a otros pioneros como Los Destellos o Los Hijos del Sol. En la última década, Los Mirlos han vivido un auge en su reconocimiento como grupo de culto con giras por Europa y Estados Unidos. Aunque a Rodríguez la etiqueta que eligieron desde Nueva York, chicha, no lo convence demasiado. “Eso es la cumbia andina, nosotros somos amazónicos. Al principio me incomodó un poco pero es cierto que nos ha hecho recontraconocidos en muchos sitios”.
“Escuchar cumbia fue para muchos, durante mucho tiempo, una vergüenza, y eso dió un giro de 180 grados, se volvió popular y hasta cool”, cuenta Ramón Pérez Prieto, fundador de Novalima, un grupo de música afroperuana que se mezcla con electrónica. “Eso no pasó con la música afroperuana. O bueno, hasta cierto punto sí, porque las nuevas generaciones no han sido como nosotros de niños, que escuchábamos solo música afro tradicional, sino que ya han empezado a crecer escuchando Novalima”.
Novalima es un exitoso grupo de música afroperuana y electrónica cuyos fundadores son cuatro limeños –Grimaldo del Solar, Rafael Morales, Ramón Pérez Prieto y Carlos Li Carrillo– que habían tirado la toalla intentando hacerse conocer como rockeros y punkeros en los ochentas y noventas, y empezaron a estudiar más detenidamente los tripletes de la música afroperuana con sus computadores a principios del 2000. En 2006 lanzan su primer disco exitoso, Afro, en el que el cajonero Mangue Vásquez grabó 80% de las percusiones, y luego buscan a otro famoso, Juan Medrano Cotito, y a la que hasta ahora es la voz e imagen principal de la banda, Milagros Guerrero. “Novalima logró traer el espíritu y el alma del blues peruano al siglo 21″, dijo entonces una reseña en Londres después de escuchar Afro.
“El combo de Mangue, Cotito y Milagros nos nutrió de toda la cultura afroperuana que habíamos escuchado desde niños pero nunca habíamos realmente investigado”, cuenta Ramón Pérez Prieto, uno de los fundadores. “Como estaba en Lima, me fui de la mano con Mangue recorriendo todas las peñas (fiestas de música criolla), toda la música, y entendiendo un poquito más”.
La población afroperuana representa solo 3.6% del país –algunos herederos de esclavos que fueron traídos desde Cartagena durante la colonia española– por lo que su música ha sido opacada frente a los sonidos andinos y sobre todo el mainstream del rock, pop o punk. “La juventud no escuchaba esa música en la radio, podrás escucharla en la casa de tu abuela quizás, pero no sonaba al lado de Madonna”, dice Rafael Morales. Novalima –que ya lleva 6 discos, nominaciones a los Grammy Latino, reseñas en The Wall Street Journal, conciertos en el Tiny Desk de NPR, y giras en casi todo continente– trajo también una conciencia de las raíces de la música afro a Perú y a quienes desconocen que el país tiene una población afrodescendiente.
“Cuando sacamos la canción Machete nos escribió gente de Angola, en ese tiempo por MySpace”, recuerda Rafael Morales. “Y que todo lo habían remixeado, y me di cuenta que nuestros ritmos están muy relacionados. Son ritmos que están en una métrica que se cuenta en tres –la cumbia es en cuatro– pero en la música afroperuana y Angola, está en tres: tacatacataca, tacatacataca. Eso hace que te muevas distinto. Ese tres te mete en un trance increíble”.
Los fundadores no pueden terminar una entrevista sin hacer una lista a los que hicieron música afroperuana antes de ellos sin el hit de la electrónica –Susana Baca, Eva Ayllón, Perú Negro. Ellos construyeron la plataforma para que estos nuevos músicos puedan experimentar con la electrónica. Pero su éxito lo atribuyen también a ese momento de los 2000 en el que las fusiones se volvieron la regla en vez de la excepción. Bajo Fondo y Gotan Project en Argentina ya mezclaban el tango con sintetizadores, Sidestepper hacía lo mismo con ritmos colombianos, Dengue Dengue Dengue con la cumbia de Perú, y en México estaba el Nortec Collective. Ahora ven como parte de los herederos de la fusión afro-electrónica a Qoqeca o DJ ShuShupe.
“Pero ninguna banda tan fusión y experimental como la nuestra había logrado cruzar fronteras”, asegura orgulloso Ramón Pérez Prieto .”Yo creo que esto sirvió bastante de ejemplo a otras bandas, generaciones quizás menores que nosotros, para ver que sí, que sí se puede”.
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