Malú: “Ya no necesito tener el control de todo”
La cantante publica ‘Mil batallas’, un trabajo donde relata las turbulencias de su vida en los últimos tres años
Malú pide permiso para fumarse un cigarrillo antes de responder a una pregunta sobre cómo se ha sentido tratada cuando se conoció su noviazgo con Albert Rivera, presidente de Ciudadanos cuando comenzaron su relación y hoy alejado de la primera línea política. Se toma su tiempo, como si valorase cuidadosamente lo que va a decir. Extrae de su bolso un artilugio para liar tabaco. Introduce el papelillo y da vueltas con una pequeña manivela. Lo enciende, aspira y ladea la boca para que se marche el humo por la puerta abierta. Y se lanza: “Toda la primera fase fue muy machista, muy machista. Y era doloroso. Parece mentira que no evolucionemos. Todo era: ‘¿por qué?’ y ‘¿pero dónde vamos a ir a parar?’. Como si tú [se refiere a ella] aparecieras de la nada. Luego la cosa se relajó, sobre todo cuando llegó Lucía [la hija de la pareja, de un año]. Pero al principio había cosas muy feas. ¡Dios mío de mi vida: si hubiera sido al revés…! Cómo se puede atacar de una forma tan machista. Yo lo sentía así”. Mientras habla, una imagen de Malú difuminada y con pinturas de guerra la mira desde la portada de su nuevo disco, Mil batallas. El vinilo (lo ha editado también en ese formato) reposa en la mesa donde estamos, un reservado de un restaurante del centro de Madrid, donde Malú ha abierto la puerta para poder fumar. Viste ropa informal y pide una botella de agua. Durante la charla, que se desarrolla a las dos de la tarde, picoteará (tres piezas a lo sumo) jamón serrano y tomate (“uy, está de lujo; mejor que el de mi huerta, aunque me duela”).
Resulta relativamente sencillo trazar el torbellino por el que ha pasado su vida en los últimos tiempos siguiendo las letras de las canciones de su nuevo álbum: el asedio de la prensa en Abran fuego (“si abren fuego me hago grande / nunca supe ser cobarde”, canta); encuentros románticos en Suiza (“citas clandestinas en un descampado… / da igual si es con vino o café cortado / este tiempo es nuestro, nadie va a mirar”) o el embarazo de su hija en Tejiendo alas (“falta poco para verte y escribir esta canción de amor”). Pero para conocer el porqué de Mil batallas hay que echar la vista atrás, a hace dos años y medio…
Toda la primera fase [del trato mediático de su relación con Albert Rivera] fue muy machista, muy machista. Y era doloroso. Parece mentira que no evolucionemos
La transformación de María Lucía Sánchez Malú (Madrid, 39 años) comenzó a principios de 2019 cuando se lesionó un tobillo, necesitó cirugía y, por primera vez desde que comenzó su carrera con 16 años, tuvo que frenar. “Fue un momento terrible. Me dejó destrozada y con una gran frustración. Sentí algo inédito en mí: una pérdida de control absoluta. Fue terrible, porque tuve que cancelar la gira y había mucha gente implicada”. Lo que llegó a continuación lo define como “un hostión que me pegó la vida en la boca para que parase”. En 20 años nunca había estado sola, impedida, en su habitación, con la única compañía de sus pensamientos. El diagnóstico que se hizo a sí misma no le gustó: “Llevaba tiempo que no disfrutaba de lo que hacía. No disfrutaba de los conciertos más importantes de mi vida. Por un exceso de presión y mi obsesión por la exigencia. Estaba cantando y me percataba de que la luz de una esquina del escenario no funcionaba. Eso servía para rayarme. Era una exigencia enfermiza. Yo, 24 horas al día al 100%. No me permitía ni un fallo”.
Se dio cuenta de que convivía con dos Malús: la vergonzosa, la tímida, la vulnerable; y la que salía al escenario o se enfrentaba a los rigores de la profesión, empoderada y “muchas veces borde”. La primera era la verdadera; la segunda, una coraza que se había construido desde los 16 años para sobrevivir en un mundo no demasiado acogedor. “Me fabriqué un personaje. Sentí que había hecho una separación absoluta de las dos. El parón por la lesión me permitió vivir con la Malú vulnerable, la que está en casa. Y la otra la he dejado de lado. Cuando estaba haciendo el disco, de una forma natural, me daba cuenta de que la que lo estaba haciendo no era la perfeccionista, sino la que estaba escondidita y la que llevaba mucho tiempo queriendo salir. Y se unieron. Por eso han sido mis Mil batallas hasta que he encontrado la más importante: la mía conmigo misma para estar a gusto. Si soy vergonzosa y frágil ahora ya no lo tengo que ocultar. Soy así y ya está”.
La cantante evita durante la hora larga de conversación pronunciar el nombre de su pareja, pieza clave en esta transformación. En los créditos del álbum escribe en el apartado de agradecimientos: “Albert, que me acompañas en este viaje y me inspiras a ser libre”. “Cuando escribí esas palabras lo hice con toda mi alma y con todo mi corazón. Sin complejos de ningún tipo. Siempre puede haber alguien en la vida que te aporte confianza en ti misma, y que te diga que te sientas libre a la hora de vivir y de hacer”, explica.
No admite la presencia de personas concretas en las letras del disco: “Me cuesta ser muy explícita con las canciones, salvo con la de mi hija, claro. No quiero condicionar a la gente que las escucha. Que las interpreten como quieran”. Más tarde afirmará: “Es un disco muy liberador, porque no he tenido miedo a contar nada. Mi alma se encuentra ahí”. Pero no esquiva el tema.
—¿Usted no cree que era noticioso que un candidato a la presidencia del Gobierno tuviese una relación con una cantante?
—Por supuesto que era noticioso. Hasta yo misma hubiese dicho: “Guau. A ver cómo es esto, que yo me entere”. Pero al final, ¿qué es? Lo que vivimos diariamente en todo el mundo: la unión de dos personas que se conocen independientemente de donde vivan, de donde estén y de a lo que se dediquen. Son dos seres humanos que se encuentran, que se quieren, que se enamoran y que deciden caminar juntos. ¿Qué tiene el sensacionalismo de decir: “Guau, una artista y tal...?”. Sí, es divertido. Pero no hay nada más: no hay permiso ni para la opinión ni para el juicio de valor.
Musicalmente, Mil batallas realza las virtudes del estilo Malú: baladas arrebatadas, pinceladas rockeras... Pop melódico con su torrente de voz en primer plano. Hija del cantaor y productor flamenco Pepe de Lucía y sobrina del gran guitarrista Paco de Lucía, Malú comenzó su carrera en 1998 siendo una adolescente y con el respaldo de Alejandro Sanz, que le escribió su primer éxito, Aprendiz. Desde entonces, su trabajo incansable y su garra interpretativa le han convertido en una de las grandes estrellas del pop español, sin grandes traspiés en su larga carrera. Mil batallas es su 12º disco. En 2012 su popularidad se disparó cuando comenzó a participar como profesora en el programa musical La Voz. Tiene el récord de llenos del WiZink Center madrileño de una cantante española en una misma gira: hasta cuatro, 15.000 por noche. Unos directos que constituyen el plato fuerte de la cantante: explosivos, apasionados, espectáculos visuales y musicales de altura.
En unos meses, ya en 2022, iniciará la gira de Mil batallas y la artista pondrá a prueba si ha desaparecido la coraza que se construyó al inicio de su carrera. “No significa que me vaya a subir al escenario y que todo me vaya a dar igual. Pero no voy a dejar de disfrutar de un concierto porque en una canción de 25 desafine un poco. El lema es: disfrútalo, que te va a salir mucho mejor. Ya no necesito tener el control de todo. No me hace feliz. Estoy en la fase de disfrutarlo. Solo quiero tener el control de mi: la voz, que esté bien preparada y que con mi hija esté todo en orden. Todo lo demás, que vaya viniendo…”.
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