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Torerísimo Emilio de Justo

El diestro extremeño cortó las dos orejas al mejor toro de una desigual corrida de Victorino Martín

Emilio de Justo, con las dos orejas del cuarto toro de la tarde.
Emilio de Justo, con las dos orejas del cuarto toro de la tarde.Pagés
Antonio Lorca

El alguacilillo, que es hombre enjuto y de tímida apariencia, esperaba entre las dos rayas con las dos orejas del cuarto de la tarde. Arrastrado el animal, De Justo se acercó a él con celeridad y una sonrisa de oreja a oreja, recogió los trofeos y lo abrazó con tal ímpetu que a poco lo parte por la mitad.

No era para menos. Dos orejas en La Maestranza no es cualquier cosa. El torero estaba radiante, y muy feliz la plaza tras presenciar la obra de arte que acababa de realizar el homenajeado.

La vuelta al ruedo fue apoteósica, de una intensidad indescriptible. De Justo agarraba con fuerza las orejas en sus manos, las zarandeaba mientras se las enseñaba al público y se las llevaba al pecho en señal de abrazo. Y así, emocionado, con pasmosa lentitud, recorrió el anillo derrochando felicidad y repartiendo cariño y agradecimiento.

La verdad es que De Justo estuvo torerísimo toda la tarde con capote, muleta y espada, menos a la hora de matar al sexto, que falló y se cerró la Puerta del Príncipe que tenía entreabierta.

Pero ha dejado una huella de torero grande en la plaza sevillana; especialmente, ante el cuarto, el mejor toro de una muy desigual corrida de Victorino Martín. A ese toro lo recibió con el capote con las piernas flexionadas, y en el tercio final dictó toda una lección de buen toreo de principio a fin; desde la primera tanda con la mano derecha, obligando a embestir a un toro que fue a más, humillado, repetidor y obediente a los toques de su matador.

Martín/Ferrera, De Justo

Toros de Victorino Martín, -el segundo, de bella estampa, fue devuelto tras romperse un pitón contra un burladero-, bien presentados y astifinos; mansos y descastados los tres primeros; bravos los restantes; muy noble el cuarto; de corto recorrido el quinto, y noble el sexto.

Antonio Ferrera: casi entera fulminante (ovación); casi entera baja (silencio); media (petición y vuelta).

Emilio de Justo: pinchazo y estocada (ovación); estocada (dos orejas); metisaca y estocada contraria (ovación). Salió a hombros por la puerta de cuadrillas.

Plaza de La Maestranza. 23 de septiembre. Quinta corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada sobre un aforo del 60 por ciento.

 

La faena fue ganando en intensidad al tiempo que el toro derrochaba nobleza, calidad y templanza, y la muleta de De Justo se acoplaba a tan alta clase con un toreo profundo, repleto de empaque. Grandes fueron también dos tandas de naturales, largos y bellísimos, y así hasta una larga faena por ambas manos en las que todos disfrutaron con la mágica conjunción de un toro y un torero.

Nada es perfecto, no obstante, y Emilio de Justo abusó del toreo al hilo de pitón y varias fases se basaron en el toreo despegado, no exento, es verdad, de emoción por el compromiso de su ejecutor.

Con buenas verónicas recibió a su primero, blando y soso, al que muleteó en el inicio por bajo, con elegancia suprema, y dibujó un manojo de derechazos henchidos de hondura. Antes de que alcanzara tal gesta resbaló en la cara del toro y este lo enganchó por el vientre antes de que pudiera levantarse, y le propinó una aparatosa voltereta sin más consecuencia de un susto grande.

Y se empleó en el sexto, ante el que se lució con magníficos naturales y dejó entreabierta la Puerta del Príncipe que él mismo se cerró al marrar con el estoque.

No tuvo tanta suerte Antonio Ferrera, quien pechó con el peor lote; soso y rajado el primero y manso el segundo, y con ambos se mostró voluntarioso y comprometido. Mejor el que hizo tercero, de corta y acelerada embestida, con el que no acabó de centrarse en una faena correcta y algo embarullada.

Por cierto, la supuesta rivalidad que justificara el ‘mano a mano’ solo se vio en el tercio de quites al sexto: Ferrera se lució en dos verónicas y media, y De Justo le contestó con ceñidas chicuelinas. Y no hubo más.

También fue una buena tarde de los subalternos: Joao Ferreira y Fernando Sánchez protagonizaron en el primer toro un tercio de banderillas sencillamente espectacular: dejándose ver, llamando la atención del animal, acercándose con lentitud, -la plaza, en absoluto silencio-, los dos se asomaron al balcón, clavaron en el hoyo de las agujas y salieron con torería mientras la plaza estallaba en una sonora ovación.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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