Gus Van Sant salda su deuda con Warhol
El cineasta estrena en Lisboa ‘Andy’, su primera obra de teatro, dedicada al visionario artista del ‘pop-art’
Gus Van Sant tenía una deuda con Andy Warhol. A comienzos de los noventa escribió un guion para rodar una película sobre el artista que conquistó lo que parecía imposible: convirtió símbolos populares del consumismo en fetiches culturales para millonarios al tiempo que revolucionaba la historia del arte. A pesar de que Van Sant ya se había convertido en una de las criaturas predilectas del cine independiente estadounidense gracias a Drugstore Cowboy y Mi Idaho privado, el proyecto no cuajó. Así que cuando John Romão, el director de la Bienal de Artes Contemporáneas de Portugal (BoCA), le invitó a dirigir una obra de teatro para la edición de este año, el cineasta decidió saldar su deuda tres décadas después.
Andy, que se estrena hoy en el Teatro Nacional Dona Maria II, en Lisboa, es la primera incursión en la escena de Gus van Sant, aficionado a explorar otras formas de expresión artística distintas al cine. De esa versatilidad ha dejado constancia en dos álbumes de música, la novela Pink (1997), una larga colección de pinturas (algunas se pudieron ver en La Casa Encendida, en Madrid, hace tres años) y el libro de fotografías, 108 Portraits, una sucesión de retratos naturales en blanco y negro tomados entre 1988 y 1992 a actores y amigos como River Phoenix, Matt Dillon, Annie Leibovitz, Faye Dunaway o David Bowie.
Si para la pantalla, Van Sant había pensado en River Phoenix como Warhol (el actor llegó a teñirse el pelo de blanco para estudiar su transformación no mucho antes de su muerte, ocurrida en 1993), para el musical ha optado por un elenco portugués con Diogo Fernandes en el papel del artista. Aunque al principio barajó la contratación de actores estadounidenses, el limitado presupuesto de la BoCA y las restricciones de la pandemia han favorecido la elección de jóvenes actores locales, que hablan y cantan en inglés (la obra se ofrece con subtítulos en portugués). Tanto el texto como la música y las letras son obra del propio Gus Van Sant, que ha contado en la dirección musical con el rockero Paulo Furtado, The Legendary Tigerman, que buscó ambientación en las canciones que inspiraron a Warhol.
En una entrevista con el semanario Expresso, el cineasta explicó que descartó el guion de los noventa para escribir un texto que incorporase aspectos que han salido a la luz en posteriores biografías y documentales sobre Warhol, al que nunca conoció. Lo más cerca que estuvo de él fue durante un encuentro casual en Madison Avenue, en Nueva York. “Pasó a mi lado, era fácil reconocerlo en la calle. Iba hablando con alguien, ni siquiera me miró”, recordaba Van Sant. Eran los días en los que el hippismo estaba llamando a la puerta: “Había un espíritu coleccionista que se convirtió en moda, las personas comenzaron a guardar en casa objetos extraños y empezaron a tratar como arte tanto a los caballos de carruseles antiguos como a voluminosas señales de tráfico”.
La atmósfera cultural que acompañó la trayectoria de Warhol es parte esencial del musical, que arranca con el ambiente de resistencia ante el empuje de unos creadores que cambiarían el paradigma del arte, personificado en el influyente crítico Clement Greenberg, gran defensor de expresionistas como Jackson Pollock y feroz opositor del pop-art. “Uno de los aspectos que encuentro más relevantes de la obra es el choque entre lo que era el mundo del arte en los años cincuenta, sesudo y cerebral, dominado por el expresionismo abstracto, y la explosión instintiva del pop-art, que comienza levantar vuelo”, señalaba Van Sant en aquella entrevista.
El musical de Van Sant no es una historia lineal ni carente de humor, como se puede ver en las escenas de oración de Warhol a la Virgen María o en el azar que propicia el cambio de imagen del artista. El retrato se construye a partir de una narrativa discontinua, que salta por la biografía del padre del pop-art para recrear algunos de los episodios más significativos, desde los días en que buscaba la amistad de Truman Capote y era ninguneado como un don nadie hasta los años de fama que le disculpaban cualquier extravagancia como su aparición en el programa de televisión The Merv Griffin Show en 1965 en la que cuchicheaba sus respuestas a la actriz Edie Sedgwick para que ella respondiese al entrevistador.
Warhol fue más que el ideólogo de los quince minutos de fama. Elevó objetos vulgares (la lata de sopa) al restringido cielo de los iconos y reivindicó el efecto de la producción en serie. Ayudó a democratizar el arte realzando elementos de la cultura popular, pero también construyó un ecosistema elitista a su alrededor. Él mismo acabó siendo un sofisticado producto de su factoría, aunque para Gus Van Sant nunca dejó de ser “un outsider”. En junio de 1968 recibió en The Factory varios disparos de Valerie Solanas, que se había sentido menospreciada por el círculo warholiano y el propio artista, al que había entregado el manuscrito de una obra de teatro para conocer su opinión. Este es uno de los momentos en los que se detiene Andy y que resulta esencial para el broche final de la obra, que se representará en el Teatro Nacional Dona Maria II hasta el domingo 3 antes de iniciar una gira internacional por Italia, Países Bajos y Francia. En España están previstas funciones en el Teatro Calderón, de Valladolid, los días 12 y 13 de febrero de 2022.
En paralelo a las funciones de Andy, la Cinemateca Portuguesa ha proyectado una retrospectiva de la filmografía de Gus Van Sant, desde sus trabajos independientes como Mala noche a películas que aspiraron a los Oscar como Mi nombre es Harvey Milk. El director, además, solicitó la proyección de Batman Drácula, la película que Andy Warhol filmó en 1964 como homenaje a sus superhéroes de cómic y que apenas ha visto la luz. DC Comics, que no había autorizado la filmación, exigió que se destruyesen las copias y solo han sobrevivido algunas en manos privadas.
Babelia
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