Las noches felices de Pilar Bardem
La complicidad de la actriz con sus hijos, Carlos, Mónica y Javier, era de matrícula de honor
La noche del 25 de febrero de 2008 fue una de las más felices de Pilar Bardem. La imagen de su rostro exultante de alegría mientras su genial hijo Javier agradecía el Oscar, el primero para un actor español, obtenido por la película No es país para viejos, dio la vuelta al mundo: “Mamá, esto es para ti, para tus abuelos, para tus padres, para los cómicos de España, que han traído como tú, la dignidad y el orgullo a nuestro oficio”. Era un hermoso tributo a ella y a su familia, pero también a una gente, esos cómicos españoles que ella adoró y mimó cada día de su vida.
Más allá de su condición de madre, Pilar se encontraba especialmente dotada para disfrutar de ese premio y para valorar su alcance. Había convivido desde que nació con la extrema precariedad de un oficio en el que pasar hambre de vez en cuando era algo más que una opción. Cuando descubrió que sus hijos se inclinaban por esta profesión formidable pero endiablada, se echó a temblar, al tiempo que les hacía sentir su apoyo sin fisuras. Su obsesión era que pudieran salir adelante con la cabeza bien alta. Su gran satisfacción fue sentir que lo conseguían. Pero el que uno de ellos llegara tan lejos como para ganar el Oscar y contar con la admiración de los más grandes nunca había entrado en sus aspiraciones más locas.
La complicidad de Pilar con Carlos, Mónica y Javier era de matrícula de honor. Javier, de niño, andaba muy alterado porque creía que llegaba el fin del mundo. Un día le dejó caer a su madre que, si eso sucedía, lo que más sentiría era que él se iba a morir sin saber qué era eso de hacer el amor. Pilar, en un claro ataque de madre, lo tranquilizó: “Hijo, no te preocupes, si veo venir la catástrofe, aquí está tu madre para lo que haga falta”. En 2005, con la ayuda de Carlos, excelente escritor, Pilar escribió sus memorias, ‘La Bardem’, un libro marcado por la verdad y la emoción de esta mujer y cómica maravillosamente irrepetible.
Era una roja fetén que cada noche rezaba a la Virgen y a su madre, Matilde
Pilar era una roja fetén que cada noche rezaba a la Virgen; y a su madre, Matilde. Su adicción a las supersticiones la llevaba a hacer suyas las de los demás, por si las moscas. El fútbol la volvía loca y era una culé desatada. Ver con ella un partido de alta tensión disparaba la excitación del encuentro. Tuve el placer de compartir con ella y su familia el júbilo del gol de Iniesta en la final del Mundial de Sudáfrica en 2010 y sé bien de lo que hablo.
El lunes 5 junio de 2017, sus hijos, inquietos por su estado de salud, le organizaron en el circo Price un homenaje sorpresa en el que participaron más de 1.300 personas, un buen reflejo del inmenso cariño y respeto que convocaba. En esa otra noche feliz, actuaron Serrat, Miguel Ríos, Ana Belén, Luis Pastor, Tricicle o Víctor Manuel. Y, a su lado, Penélope Cruz, que, con Pilar, supo que existía la suegra soñada.
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