JazzVitoria se crece en la adversidad
El renovado festival celebra su segunda edición en pandemia apostando por la producción nacional y con una gran presencia femenina en su cartel
En 1971, José Sacristán lanzaba un mensaje rotundo a Alfredo Landa en la clásica película de Pedro Lazaga: ¡Vente a Alemania, Pepe! 50 años después, no deja de tener cierta guasa que una de las mejores jazzistas del país, Lucía Martínez, presente en el Festival de Jazz de Vitoria a su magnífica banda The Fearless, formada en Berlín —donde residió varios años— con músicos alemanes. Dejando en el aire la pregunta de si Martínez hubiese podido desarrollar —y mantener— este proyecto en España, el grupo presentó el sábado en Vitoria su álbum homónimo con un concierto precioso y rico en matices. La música de Martínez es tremendamente variada y sugerente, un caleidoscopio de influencias musicales que va de un referente a otro, mostrando una de sus facetas menos conocidas: su habilidad como compositora, con un talento especial para las melodías y piezas siempre cautivadoras, está a la altura de su capacidad como baterista (y en esto es una de las mejores).
Martínez encabeza toda una lista de grandes músicos nacionales que han pasado por JazzVitoria este año —una tendencia inevitable por la pandemia y por la dificultad para viajar de músicos internacionales, pero que la nueva dirección del festival pretende mantener en el futuro—, y representa otro ánimo del certamen que ha quedado patente en esta última edición: tener en el cartel una gran presencia de artistas femeninas, otra de las líneas que quieren mantener como seña de identidad.
La edición de este año también será recordada por el escenario de Iradier Arena, un espacio que ha servido para salvar los muebles en tiempos aún muy inciertos para la música en directo, en los que un promotor sabe qué aforo tiene hoy, pero no el que tendrá mañana. La frialdad del recinto hizo más mella en unos artistas que en otros, como la pianista danesa Kathrine Wildfeld o la baterista francesa Anne Paceo, que abrieron en Iradier las tardes del viernes y el sábado respectivamente. La primera, con un excelente grupo de improvisadores a su lado, fue víctima de un sonido deficiente que no hizo justicia a su música; Paceo, por su parte, presentó una propuesta tibia y tediosa que se quedó muy pequeña en un recinto como ese. Todo lo contrario ocurrió con Moisés P. Sánchez, que en la noche del viernes supo levantar el pabellón con un espectáculo de primera, apoyado por su excelente grupo. La propuesta de Sánchez tiene diferentes virtudes: contundencia, dinámicas, accesibilidad y, por encima de todo, un solista enormemente brillante (él mismo), una sección rítmica aplastante y la fortaleza de haber ido creando su proyecto con una dirección clara y decidida. Su concierto en Vitoria fue muestra de uno de los directos más compactos y carismáticos que tenemos en nuestra escena.
Con un balance muy positivo de una edición inevitablemente complicada, el festival cerró la noche del sábado de forma inmejorable, con un supergrupo norteamericano capitaneado por el baterista Antonio Sánchez. El mexicano dijo en Vitoria que era todo un lujo tener a esos músicos de gira con él, y no es para menos: poner en el mismo escenario a solistas de la talla de los saxofonistas Donny McCaslin y Miguel Zenón, con la rítmica de Sánchez y el contrabajista Scott Colley, garantiza poco menos que música milagrosa. Todos ellos están en la élite del jazz contemporáneo, y la fórmula no tiene fisuras: de principio a fin, su concierto fue una energética y portentosa muestra interpretativa, con McCaslin y Zenón exultantes y un grupo que no aflojó un solo segundo. Tal y como podríamos aplicar a esta edición del festival, difícil hacer más con menos.
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