‘Luca’, la tierna fábula de Pixar sobre la inmigración

La nueva película de Pixar ocurre en un pueblo imaginario de la Riviera italiana donde llegan dos niños extraños que desean entregarse a los placeres del verano, a los paseos en scooter y al helado. Dos críos que en realidad son seres mutantes, dos renacuajos de monstruo marino que fuera del agua toman la forma de un niño cualquiera. Los pequeños Luca y Alberto, cansados de su precaria vida en el fondo del mar, ansían un futuro mejor en la superficie para poder así descubrir los placeres de los humanos. Pero el peligro los acecha, porque mientras ellos quieren cambiar de medio para disfrutar de una vida mejor y de esos objetos de consumo que los humanos tiran todo el rato por la borda, para las personas solo son horribles y amenazantes criaturas. Luca tarda en arrancar, pero cuando lo hace proporciona una viaje tan ágil y encantador como los de la Vespa con la que sueñan sus personajes principales. Un paseo cuyo cambio de marcha final acaba mutando una historia de amistad en una fábula sobre la diferencia que, entre referencias y guiños al cine y la cultura italiana, esconde un alegato a favor de la inmigración, a esos “extraños” que llegan a la costa desde el mar.

Luca acierta en casi todo y se sostiene sobre un coro de fabulosos personajes secundarios: el padre de la niña Giulia y su genial gato bigotudo, los padres y la abuela de Luca o el chulo del pueblo. La primera película dirigida por Enrico Casarosa, un italiano emigrado a Estados Unidos que ya escribió y dirigió el cortometraje La luna, mezcla los alegres ocre y azul de la arquitectura y el mar de la Riviera con tópicos bien traídos de la Italia estival de los años cincuenta y sesenta. Incluso la pasta, ese alimento secuestrado en el imaginario popular de Disney por el tímido beso de La Dama y el Vagabundo, deja atrás su añejo romanticismo perruno para hablar de dos niños desesperados que la engullen a cuatro manos.