Romanones, el monárquico que ayudó a la caída de Alfonso XIII
Una biografía del aristócrata recorre su intensa vida política y su papel en el advenimiento de la República en 1931
La figura de Álvaro Figueroa y Torres (Madrid, 1863–1950), conocido en política como el conde de Romanones, está ligada al turnismo, a la alternancia pacífica en el poder durante casi medio siglo entre el Partido Conservador y el Liberal, al que él perteneció. Esto sucedió desde la Restauración monárquica con Alfonso XII, en 1875, hasta la dictadura del general Primo de Rivera, en 1923. Una etapa sin pronunciamientos ni espadones, pero basada en un sistema electoral fraudulento de la mano del caciquismo. A intentar despegar de Romanones la etiqueta de valedor de ese pasteleo entre las formaciones dinásticas se afana la biografía publicada en Espasa por el historiador Guillermo Gortázar (Vitoria, 69 años), quien también fue diputado, como su biografiado. En su caso, por el Partido Popular.
Romanones fue alcalde de Madrid, presidente del Congreso, del Senado, varias veces ministro y en tres ocasiones jefe del Consejo de Ministros (presidente del Gobierno). Y una de las voces que más consultaba el rey Alfonso XIII. Casi siempre en primera fila, era ministro de Gobernación, responsable del orden público, cuando un anarquista perpetró el atentado con bomba contra el cortejo real el día de la boda del monarca con Victoria Eugenia de Battemberg, el 31 de mayo de 1906. La pareja salió ilesa, pero hubo 25 muertos y Romanones dimitió.
La extensa biografía, de 688 páginas, resume en el subtítulo la idea que quiere transmitir su autor, La transición fallida a la democracia. El fracaso del bipartidismo para formar un sistema de libertades, debido a las negativas del rey, que tenía la cosoberanía del sistema con las Cortes, y de los sectores más reaccionarios a aceptar reformas que permitieran la desautorización del régimen por las izquierdas. La puntilla llegó con la aceptación del monarca del golpe de Estado de Primo de Rivera que, según el autor, se debió al temor de Alfonso XIII a que su oposición provocara una guerra civil, que estalló una década después. Para Gortázar, el conflicto fratricida fue la consecuencia de “aquellos 13 años mal dirigidos y administrados [1923-1936], lo que constituye una tesis más analítica y menos cainita que la llamada memoria histórica”. Con ello mete en el mismo saco la etapa primorriverista y la II República.
Romanones fue encarcelado en la Guerra Civil y se salvó de ser fusilado en Hondarribia gracias a sus contactos con Francia
Gortázar aporta la abundante correspondencia que dejó Romanones, así como sus memorias, discursos, entrevistas y obras de teoría política; un interés del conde por explicar lo que veía que lo eleva por encima de sus coetáneos. Romanones, que comenzó como diputado por Guadalajara en 1888, gracias a su buena relación con el líder de los liberales, Sagasta, vio pasar a dos reyes, innumerables Gobiernos, asesinatos de tres presidentes del Gobierno (Cánovas, Canalejas —al que sucedió en noviembre de 1912— y Dato). También, dos dictadores, una guerra mundial (su segundo Gobierno fue entre 1915-1917) y la Guerra Civil, durante la que fue encarcelado y salvado de ser fusilado por milicianos en Hondarribia gracias a sus relaciones con la diplomacia francesa. Tras la guerra regresó a Madrid, donde pasó sus últimos años volcado en escribir.
En sus textos se resume una actitud en política marcada por el determinismo. “Los hombres se hacen la ilusión de que dirigen los acontecimientos cuando no son más que los adaptadores de las imposiciones de las circunstancias”, dijo quien nunca fue partidario de grandes reformas, sino de modificaciones que encarrilaran la monarquía alfonsina a una democracia, lo que a la larga fue un fracaso. Rico desde la cuna, de familia aristócrata, Figueroa padeció desde los siete años una cojera por un accidente que lo convirtió en un niño triste, que sufría dolores y curas. Sin embargo, usó esa merma como acicate para destacar en los estudios.
Duelo con pistola
Dejó la abogacía por la política y empezó a destacar en sus discursos y declaraciones. Su vehemencia le llevó a batirse en duelo con pistola con el alcalde de Madrid, Alberto Bosch, del que ambos salieron ilesos. Entonces el Gobierno nombraba al alcalde de la capital y Romanones no cejó hasta que logró serlo en 1894. La Alcaldía, en la que pasa a la historia por las reformas y medidas modernizadoras, se le quedó pequeña. En marzo de 1901 se estrena como ministro de Instrucción Pública (educación) y logra que el Estado asuma el precario sueldo de los maestros, hasta entonces en manos de los ayuntamientos. “Pocas veces en mi vida política he sentido satisfacción más intensa”, declaró.
Su vehemencia le llevó a batirse en duelo con pistola con el alcalde de Madrid, Alberto Bosch, del que ambos salieron ilesos.
Romanones dio un paso atrás con la dictadura de Primo de Rivera, con quien mantuvo una relación muy tirante. Poder en la sombra del Gobierno provisional tras la caída del general en 1930, convence a sus compañeros de que se tome una decisión que los monárquicos no le perdonarán: que, en contra de lo que estaba previsto, se celebren antes las elecciones municipales que a Cortes, en las que no iban a participar las izquierdas. Como los municipios y diputaciones designaban a muchos senadores, las creía necesarias para que esa cámara fuera legítima.
Lo que ocurrió en las horas en que España pasó de ser una monarquía a una república lo dejó escrito. La derrota de las candidaturas monárquicas en las principales ciudades el 12 de abril de 1931 hizo comprender a Alfonso XIII “que todo estaba perdido”, como le dijo, y que estaba “resuelto a que no se vertiera ni una gota de sangre” por él. En la mañana del 14 de abril el rey le pide que se reúna cuanto antes con el líder republicano Niceto Alcalá-Zamora “para convenir los detalles del tránsito de un régimen a otro, y preparar mi viaje y el de mi familia”. Romanones subraya lo ingrato de ser “el encargado de tremolar la bandera blanca”. Ese encuentro fue en casa de un amigo común, el doctor Gregorio Marañón. Cuando otros ministros se enteraron, acusaron al conde de no haberles consultado una decisión histórica y le culparon de abandonismo y precipitar la pérdida del trono. Alfonso XIII ya iba en coche a Cartagena para abandonar el país.
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