La tímida vuelta del teatro en América Latina: entre la tragedia y la innovación
Con nuevos experimentos y suerte dispar, los escenarios Santiago de Chile, Ciudad de México, Buenos Aires y Bogotá intentan reactivarse
En febrero, cuando Chile celebraba ser el país donde se vacunaba con mayor celeridad de América Latina, seis actores estaban listos para presentar una obra de Jean Anouilh, Orquesta de señoritas. El elenco era de lujo —Luis Gnecco, Tomás Vidiella, Cristián Campos— y la sala era una de las más importantes de Santiago: el Teatro Oriente. La pieza, situada en la Francia de la posguerra y en la que un grupo de mujeres toca música para pacientes con estreñimiento, “calzaba con la realidad que estábamos viviendo”, explicó Jorge González Granic, director ejecutivo de la Fundación Cultural de Providencia, que gestiona el teatro, y recordó la frase de Anouilh, sobre cómo “lo trágico, a veces, produce risas”.
Pero no hubo tiempo para risas. Después de las primeras tres funciones al final de febrero, uno de los actores, Cristián Campos, reveló que su última prueba PCR había salido positiva. El teatro canceló inmediatamente las siguientes funciones, pero era demasiado tarde: el actor Tomás Vidiella, de 83 años, también tenía el virus. Tuvo que ser hospitalizado inmediatamente y falleció días después. Era uno de los actores más queridos en el gremio chileno del teatro. “Siendo actor, yo he muerto muchas veces. Solo me gustaría encontrarme en el más allá con la Marilyn Monroe”, había declarado un año antes.
Dos actores más —de los seis que actuaban— también se contagiaron. Uno de ellos, Luis Gnecco (conocido por interpretar a Pablo Neruda en la película de Pablo Larraín, Neruda), también fue internado en un hospital, al igual que Patricio Ayala, estilista de la producción. El coronavirus, al parecer, había estado en el escenario con todos ellos, a pesar de que el Teatro Oriente había planeado todas las medidas de protección posibles: limitando el aforo a 75 espectadores en un teatro con 913 butacas, mascarillas especiales para los actores, ventilación, exámenes PCR y un camerino propio para el mismo Vidiella. “Desgraciadamente estamos inmersos en una pandemia mundial agresiva y caprichosa”, publicó la Fundación Cultural de Providencia el 16 de marzo. En Chile han seguido aumentando los contagios y Santiago está una vez más en confinamiento.
La tragedia del Teatro Oriente sucedió justo cuando los escenarios de América Latina están probando distintos experimentos para volver a actuar frente al público en directo y no solo frente a una pantalla de televisión, de Zoom, o de YouTube. En Ciudad de México, por ejemplo, el Teatro de los Insurgentes abrió en marzo para presentar Blindness, un monólogo inspirado en Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, pero transformado en una compleja producción de luces y sonido. En Blindness —una adaptación inglesa que se estrena el 2 de abril en Nueva York, donde los teatros llevan cerrados un año— el aforo es muy reducido y el público está sentado sobre el escenario, a metro y medio de distancia. A través de audífonos desinfectados pueden escuchar (y seguir en el espacio del teatro) la voz de la protagonista, que intenta sobrevivir a una extraña pandemia en la que todo el mundo se ha quedado ciego. “Yo nunca podría pensar en el teatro como un arte no presencial”, dice Marina de Tavira, la actriz de la obra, sobre este experimento teatral en el que el público nunca la encuentra. “Puede ser que en Blindness no esté ahí el actor o la actriz, pero lo que sí hay son espectadores que se miran mientras esta experiencia está sucediendo”.
Otro experimento que mezcla un aforo reducido con una innovadora producción audiovisual es la obra Infinitos, que se presentó este mes en el Teatro Colón de Bogotá, uno de los principales de la capital colombiana. A finales del año pasado, el Colón invitó a Carmen Gil, directora del colectivo de actores Quinta del Lobo, a imaginar una obra multimedia para reactivar el teatro, y en el que el mismo lugar se convirtió en una pantalla con rayos de luz que cubren todo el espacio. Gil propuso hacer una página web interactiva donde más de 200 personas escribieron su testimonio anónimo en pandemia, que quedaron divididos en cuatro temas: Revelaciones, Nostalgias, Desapegos y Presagios. Los testimonios luego fueron interpretados en cuatro filmes cortos —performances de baile y canto— y, del 19 al 21 de marzo, en cuatro funciones diarias y con un aforo muy reducido (200 butacas de las casi mil que tiene el teatro), el público pudo ver la representación en directo.
“No teníamos un guion en el sentido tradicional, porque lo nuestro no es teatro tradicional”, dijo Gil, la directora, que trabajó en este experimento multimedia con el artista digital Sebastián González y el músico Camilo Giraldo. “En la última función se agotaron las entradas, vinieron muchos jóvenes y muchos mayores. La gente ha aprendido a convivir con el virus y, digamos, esta fue una oportunidad de conectarse de nuevo”.
Buenos Aires es otra de las ciudades que, desde noviembre, ha intentado conectar muy lentamente con el público teatral. Sandra Comisso, directora de la web Todo Teatro y periodista del diario Clarín, dice que de las más de 400 salas de la ciudad —entre públicas, comerciales y teatros independientes— un 90% están cerradas. Las pequeñas que se han atrevido a abrir no logran sostenerse económicamente con un aforo del 30%, y solo las más comerciales, como Broadway o el Multiteatro Comafi en la calle Corrientes, han podido cambiar sus equipos de aire acondicionado para reforzar las medidas sanitarias. Pero ha sido difícil hacer que el público regrese. “Los que más asisten al teatro, por lo general, son mayores de 40 años, público adulto, que tiene más riesgo”, explica Comisso.
Una de las obras que se han presentado es Jauría, la pieza española inspirada en el caso de violación de La Manada, adaptada en Argentina para el teatro El Picadero. “Los actores en el escenario usaban mascarilla cuando tenían que acercarse, y en otros momentos, con más distancia en escena, se la quitaban”, explica Comisso. “Yo he ido a un par de funciones y es raro ver las salas a la mitad. Pero cuando termina la función siempre hay una emoción, por el aguante de todos. Hay como una catarsis tanto en el escenario como entre los de abajo. La gente extraña el teatro y cualquier regreso es muy emotivo”.
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