Santiago Sequeiros: “Quería matarme bebiendo”
El dibujante publica ‘Romeo muerto’, el cómic que ha ido rehaciendo durante 25 años conforme evolucionaba su alcoholismo. Celebra su última década sobrio como un tiempo prestado
La Mala Pena de Santiago Sequeiros (Buenos Aires, 49 años), la ciudad inventada y el hecho real, comenzó con el traslado de su familia de Vigo a Sevilla. Tampoco la experiencia gallega había sido cómoda para el adolescente, tan acostumbrado a moverse detrás de los destinos profesionales de su padre, que su sensación dominante era la desubicación permanente. En el instituto andaluz se inventó la urbe donde transcurren sus historietas, un Macondo lúgubre y asfixiante, mientras a él le ocurrían cosas igual de lúgubres en secreto.
En Romeo muerto (Reservoir books), el cómic que acaba de publicar, vuelve sobre ello, lo ficticio y la pulsión real que lo alimenta. Procesiones de nazarenos desfilan bajo una lluvia de orujo en una ciudad conmocionada por el asesinato de la Mamá Grande, su alcaldesa, un crimen que se atribuye a un antiguo artista circense. Están los personajes de aquellos tebeos de los noventa que convirtieron a Sequeiros a la vez en una promesa y en un maldito: Ambigú, Nostromo quebranto y To Apeirón. Si las ventas fueron limitadas, el culto fue desbordante.
Algunos premios del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, la Society for News Design de EE UU o el Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy (Francia) parecían apuntalar el futuro. Un espejismo. “Yo quería vivir del cómic, pero llegué al final de la fiesta. Publiqué en revistas profesionales que se estaban empezando a hundir y dejaban de pagar”. Se guardó las viñetas de La Mala Pena para sí. “El fondo de La Mala Pena”, cuenta durante una entrevista presencial en Madrid, “es una representación de mi psique y funciona como funciona mi psique, a la que voy añadiendo cosas”.
Su psique ha mutado mucho en los últimos 25 años conforme evolucionaba su alcoholismo, tan determinante que el dibujante estructura su vida según las etapas de su adicción. “Cuando una persona se alcoholiza eres tú y la copa y luego todo lo que te rodea: los amigos, el trabajo y el dinero, que nunca lo hay porque te lo bebes. Entonces empiezas a apartar las cosas que te complican tu relación con el alcohol… que tu familia se entromete, pues te organizas para que te echen y eludir la responsabilidad, empiezas a imaginarte que el alcohol es tu compañero… Un montón de trampas mentales. Al final la copa y tú ya sois demasiadas personas. Lo lógico sería dejar de beber, pero no, sigues bebiendo y tú desapareces, dejas de dibujar, dejas de pensar, yo no podía ni ver una película entera y ahí lo que queda es el insomnio, la enfermedad pura y dura. Hay gente que sigue así, acaba en la calle demente y otra que se suicida. Mi idea era quitarme de en medio de una vez, tenía muy claro que quería matarme bebiendo. Realmente yo iba hacia donde quería”.
–¿Por qué quería ir hacia ahí?
–Huyes de la vida. Lo que pasa es que luego te encuentras con que, cuando quieres matarte, descubres que no toleras el hecho de desaparecer, tu mente no lo tolera, en mi caso. Yo no tenía ningún problema excepto que de un año a otro me iban a echar del piso de alquiler porque no tenía casi dinero, pero mis padres habían muerto, creía que nadie me iba a echar de menos y aunque me echaran de menos, me daba igual…
En ese último año en el que deseó y temió a la muerte, Sequeiros bebía vodka con naranja nada más despertarse de madrugada atormentado por la necesidad —aprendió que era lo único que podía beber a esas horas en la película Leaving Las Vegas, donde Nicolas Cage se mata a colocones—. Dejó de dibujar, vegetaba. En ese camino decidido hacia el final se encontró con la sorpresa del miedo a dejar de vivir, que le llevó al tercer intento de abandonar el alcohol. Esta vez en casa con la ayuda de su exmujer y la farmacología que ya conocía de dos intentonas fallidas en clínicas. “Los alcohólicos no quieren dejar de beber, lo que quieren es dejar de tener problemas con el alcohol, por eso las recaídas son tan frecuentes. La vez que me funcionó fue porque hice los otros intentos y también porque estuve a punto de palmar el año anterior y encontré la motivación: no tolero la desaparición, estoy condenado a vivir. En las clínicas había aprendido lo que tenía que tomar para no tener un delirium tremens o un ataque cardiaco y, al cabo de una semana, estás hecho una mierda, pero has pasado el mono”.
Hubo momentos anteriores en los que el dibujante se acercó al abismo como las noches que durmió en el metro de Madrid. Dio tumbos durante años por pisos de colegas hasta que un ensayo de José Luis Sampedro, El mercado y la globalización, le salvó de la calle en 2002. El libro, ilustrado por Sequeiros, que también acompañaría al escritor en Los mongoles en Bagdad (2003), permaneció durante 18 meses como el título de no ficción más vendido. Un respiro económico que permitió al dibujante pagar una fianza para un alquiler y comprar un ordenador. Comenzó entonces a colaborar con El Mundo, donde sigue publicando, al tiempo que se adentraba en el universo excluyente del adicto, hasta alcanzar ese punto final donde solo quería beber hasta morir.
El próximo octubre cumplirá una década sobrio. Desde 2015 vive en Carboneras, un pueblo frente al mar en el Levante almeriense. “Tengo 10 años más de los que debería tener, son como de prestado. Lo uso para relativizar situaciones. Son 10 años en los que he estado bien”. Su nuevo estado le hizo replantearse Romeo muerto, una especie de cómic fantasma que se esperaba desde los noventa y que no acababa de llegar. “Hice una última reescritura al año de dejar de beber, tuve una terapia intensiva de tres años. Para la rehabilitación de un alcohólico se necesita toda la vida, y a saber si te saldrá bien. La perspectiva cambia. Todos los autoengaños que había escrito en mis notas los veía como lo que eran, ves que has tapado las cosas con una envoltura, que profundizas en un aspecto para evitar el otro”.
Los tatuajes de sus manos resumen su tránsito biográfico. En la derecha un corazón de María con llagas, dagas, vulvas y garras. “Un autorretrato de la hostia”, afirma, ”un tipo con una coraza frente a lo femenino”. En la izquierda las llamas se han convertido en raíces. El corazón ya no está blindado.
El mundo onírico que dibuja Sequeiros en blancos y negros sin huecos para la huida exige un esfuerzo. “Requiere una capacidad de inmersión bastante fuerte, son materiales densos y a la gente le gustan las cosas masticadas. Mis tebeos exigen la implicación del lector. Yo intento entender mis propios tebeos cuando escribo, comprendo que haya gente que se sienta perdida ante ellos”. Planea más entregas de La Mala Pena, esa ciudad ficticia que es también un testamento vital donde todavía acechan viejos demonios.
Babelia
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