Las esculturas en escayola de Francisco López, piezas de museo
La Fundación de Arte Ibáñez Cosentino expone los modelos que el escultor de los realistas de Madrid usaba para sus obras
Todo empezaba con esas figuras de escayola que luego servían de modelo para las esculturas en bronce, u otros materiales, que el escultor Francisco López Hernández creó a lo largo de su obra y que pueden contemplarse en calles de Madrid, Barcelona, Bilbao, Málaga… Miembro del grupo de los realistas de la capital, de los artistas que, a mediados del siglo XX, cuando predominaba la abstracción y la figuración era mirada con la barbilla arrugada, apostaron por representar lo más cotidiano, aunque fuera el lavabo en el que se aseaban. En lo personal se hicieron amigos o se casaron, en el caso de Francisco López, con la pintora Isabel Quintanilla, fallecida en octubre de 2017. En enero de ese año, había fallecido él a los 84 años. Sus vaciados en escayola, un centenar que estaba en su estudio madrileño, desde los modelados en sus inicios hasta casi los últimos, han sido adquiridos por la Fundación de Arte Ibáñez Cosentino, en la localidad almeriense de Olula del Río.
Fue Francesco López Quintanilla, hijo de la pareja de artistas, quien contactó con la fundación, que preside el artista Andrés García Ibáñez, para que esas figuras y relieves, amontonados entre caballetes y utensilios, estén ahora en una sala del Museo Ibáñez, en Olula. En el estudio estaba, por ejemplo, el modelo para Homenaje al agente comercial, figura que se encuentra en la estación de Atocha (Madrid); o retratos de su esposa y su hijo; un maravilloso relieve en escayola, El metro, en el que se ve a una pareja en un vagón, ambos con la mirada baja; o La nieve, un prodigio en el que consigue que esta parezca real por la profundidad lograda; y bustos de los reyes Juan Carlos y Sofía para las gigantescas esculturas del Museo Patio Herreriano de Valladolid, que firmó con su hermano Julio, también escultor, y con Antonio López…
Estas piezas están ahora en Olula, un esfuerzo que da como recompensa que no desaparezca la primigenia huella de una obra que, según su amigo el pintor Antonio López, “es maravillosa porque en un tiempo en que parece inevitable la interpretación de la parte sombría de la vida, él pone su capacidad de observación, su talento, en la representación de la hermosura del mundo”. El primer paso de Francisco López “era siempre con el barro, de ese molde se obtenía el vaciado de escayola, que se llevaba al taller para hacer la figura en bronce”, explica por teléfono García Ibáñez.
Entre las casi cuarenta obras expuestas en el museo, destacan las escayolas que sirvieron como estudios de los monumentos a Velázquez (en la calle homónima) y a Enrique Tierno Galván, en Madrid. Francesco López respira aliviado por el hecho de que ese conjunto esté ahora cuidado. “Si no se conserva, se deteriora y se ensucia”. Un material que “ha sido denostado, pero se le empieza a dar valor por su pureza”, dice García Ibáñez. En julio podrán verse algunas de estas escayolas en la exposición Paco López. Esculturas y dibujos, en el Museo de Arte de Almería-Espacio2, comisariada por Juan Manuel Martín Robles.
Mientras, el hijo del artista sigue recogiendo moldes que su padre dejó abandonados en las fundiciones con las que trabajaba. Le recuerda como “un trabajador nato”. “Muy humilde, me decía: ‘La que pinta bien es tu madre”. También le vienen a la memoria las conversaciones de él con “Antoñito López. Paco, échame una mano”, le pedía el pintor de Tomelloso cuando quería hacer una escultura. El propio Francisco López dejó dicho que aquellos jóvenes que congeniaron en los cincuenta en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid pensaban “que era posible el realismo en una época en la que esta tendencia atravesaba momentos difíciles”.
Como artista, Francesco López Quintanilla, también escultor, destaca de su progenitor “el amor por las formas de la antigüedad, por las clásicas”, Egipto, Grecia y Roma. “Mi padre y Antoñito eran fanáticos del arte asirio y de Mesopotamia, y él quería expresar eso, pero en un mundo moderno”. El presidente de la Fundación de Arte Ibáñez Cosentino añade que así trabajaba “los temas de la vida cotidiana: hacía un relieve de una ventana, otro de su mujer, de una esquina de su barrio… con un realismo que eliminaba la retórica decimonónica. Hace unos años me confesó que solo le interesaba el arte clásico antiguo”.
El hijo del escultor también recuerda otros diálogos, los que mantenían sus padres, “y que siempre acababan en Roma”, adonde viajaron becados a comienzos de los sesenta. “Fue fundamental para ellos salir de aquella España”. Francisco López, nacido en 1932, había empezado como orfebre en el taller de su padre, el escultor Julio López. Fue becario en la Academia de España en Roma entre 1960 y 1964. En esa etapa se casó con Isabel Quintanilla, que vivió allí con él. De aquella reveladora estancia, López solo le ponía un pero: la luz. “No me gustaba tanto como la de Madrid, era una luz a nivel del mar, lechosa, sin la transparencia que me fascina de la de Madrid”.
El artista repartió los años entre la familia, su obra y las clases en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Cuando murió, el crítico Francisco Calvo Serraller escribió en EL PAÍS: “Tenía un portentoso sentido para modelar y componer espacios y, no digamos, para aproximarse a lo más entrañable de las figuras”. Hoy, cuando García Ibáñez contempla en el museo esas escayolas parece que se traslada al amado mundo clásico de su autor: “Es como un museo de retratos de la antigua Roma, con ese tono adusto y grave”.
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