Albert Camus, periodismo de combate en la larga noche
Los artículos del escritor para la revista clandestina ‘Combat’, recopilados ahora en un libro, reflejan su envergadura moral
“Algunas veces pienso en lo que los historiadores del futuro dirán de nosotros. Una sola frase será suficiente para definir al hombre moderno: fornicaba y leía periódicos“. Esta sentencia de Albert Camus pertenece al periodismo romántico de los tiempos de Combat. La pronunció, tal vez, acompañándose de una mirada irónica después de quitarse el cigarrillo de la boca. El periódico clandestino Combat apareció en Lyon a finales de 1941. Durante la Segunda Guerra Mundial fue el portavoz de la Resistencia francesa frente a la invasión de los alemanes. Su cabecera llevaba, como divisa, este pensamiento de Clemenceau: “En la guerra como en la paz la última palabra es la de aquellos que no se rinden nunca”. Debajo de la mancheta también se podía leer: “Un solo jefe, De Gaulle, un solo combate, por nuestras libertades”. Al principio fue solo una hoja volandera de apenas 2.000 ejemplares, pero terminó lanzando 250.000, tirados desde varias imprentas de la zona libre para facilitar su distribución por todas las regiones. Terminada la guerra se siguió editando hasta 1947, ya en libertad, con la Francia liberada.
A esta altura de los tiempos aquella empresa periodística posee un aura romántica que podía estar ilustrada con la canción de Yves Montand Bella Ciao, o por Edith Piaf con el desgarro de Non, je ne regrette rien, cuyas melodías te llevan a la figura de Albert Camus con las solapas de la gabardina subidas y un cigarrillo Gauloises en los labios, como un galán de cine negro. Era entonces todavía un gran escritor en ciernes llegado a París desde Argelia donde había ejercido el oficio de periodista en Oran.
Su mujer, Francine, se había quedado en Argel mientras el escritor aún vacilante, a caballo del éxito que le había proporcionado la publicación en 1942 de la novela El extranjero y del ensayo El mito de Sísifo, se ganaba la vida como lector en la editorial Gallimard y ensayaba sus dotes de seductor por el Barrio Latino. En aquel momento Camus estaba escribiendo La peste y en 1943 había entrado como editorialista en el clandestino Combat donde también firmaba con seudónimo algunos artículos. Llevaba en el bolsillo un carnet de identidad falsificado por la Resistencia con el nombre de Albert Mathé.
En la terraza del Café de Flore y en la de Les Deux Magots, entre oficiales alemanes que tomaban champán, también se sentaban Jean Paul Sartre y Albert Camus, entonces todavía cómplices y correligionarios, envasados en una mutua admiración. Frente al rostro poco atractivo de Sartre que ni siquiera la pipa podía remediar, Camus traía del Mediterráneo un aura de dicha solar, que, según decía, le había librado de cualquier resentimiento.
No dejaba de ser emocionante jugarse el pellejo por la libertad escribiendo en un periódico clandestino que podía llevarte a la cárcel o al paredón en el peor de los casos. Encima a este peligro se añadía el azaroso combate de una aventura amorosa que Camus y la actriz María Casares habían comenzado a vivir. Una noche en que los dos salían de la redacción, en medio de un París desolado se encontraron con una patrulla nazi que sin duda les iba a pedir la documentación. Camus llevaba en el bolsillo de la gabardina el editorial que acababa de escribir para Combat del día siguiente. Antes de ser detenidos el periodista logró pasar a María Casares las cuartillas de forma solapada y mientras los policías alemanes interrogaban y cacheaban a Camus, su amante se metió en la boca el papel y comenzó a masticarlo y terminó por tragárselo entero.
Si al final Camus ganó la batalla ideológica frente Sartre fue porque era un hombre poseído por una rebeldía moral
Si uno lee hoy aquellos artículos de Camus, que la editorial Debate acaba de publicar con el título La noche de la verdad, más allá de su vigor intelectual salta a la vista la envergadura moral de este escritor a la hora de enjuiciar el papel del periodista comprometido en los momentos más aciagos de la historia. “¿Qué es un periodista?”, se pregunta. “Es un hombre que se supone que tiene ideas… que se encarga a diario de informar al público de los acontecimientos del día anterior… es un historiador sobre la marcha y su principal preocupación el deber de decir la verdad”.
Camus admite que pese a los documentos y los testimonios la verdad es siempre escurridiza. Frente a este hecho, lo mismo en la guerra como en la paz, solo cabe la moral, la objetividad y la prudencia. Parecen ideas muy simples, pero pertenecen al eje de acero del imperativo categórico que te obliga a cumplir con tu deber solo porque es tu deber atado a la ética, incluso a la estética, más allá de cualquier ideología.
El atractivo de la figura de Albert Camus no ha hecho sino acrecentarse a lo largo del tiempo. Su abandono del Partido Comunista, su forma de desenmascarar los crímenes de la Unión Soviética y su actitud equidistante ante al problema de Argelia lo convirtieron en un apestado, pero si al final Camus ganó la batalla ideológica frente Sartre fue porque era un hombre poseído por una rebeldía moral, quien aun en medio de la confusión, ante cualquier clase de injusticia, supo decir no.
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