El último canon de Harold Bloom
El influyente crítico estadounidense dejó escrito a su muerte en 2019 su primer libro dedicado por entero al arte de la novela, un canto al poder de la relectura que ve la luz de forma póstuma
Hay una escena que ilustra a la perfección la manera que tuvo Harold Bloom (1930-2019) de relacionarse con la literatura a lo largo de su dilatada existencia: su forma de impartir clases durante sus últimos años de vida. Severamente afectada su movilidad, conectado de manera permanente a una bombona portátil de oxígeno y aquejado de innumerables achaques que dificultaban de manera indecible su día a día, el viejo profesor tenía necesidad de estar en contacto directo con sus estudiantes. A fin de complacerlo, la Universidad de Yale fletaba minibuses que transportaban reducidos grupos de jóvenes en cuya presencia el sabio se transfiguraba. El espectáculo tenía algo de ritual sagrado. En función del libro que se tratara, el exégeta podía prorrumpir en una declamación de una tirada de centenares de versos de poetas de las más diversas épocas: Homero, Dante, Milton, Whitman, Emily Dickinson, Wallace Stevens, John Ashbery… (Y Shakespeare, por supuesto, el Bardo era para él el centro del universo).
Y como con la poesía, con la prosa. Bloom recitaba de memoria fragmentos de obras narrativas, que impresos, podían llegar a ocupar varias páginas. Como si se dirigiera a un oráculo que tenía a bien contestarle, el número de voces invocadas comprende lo más sublime (palabra clave de su universo) de la literatura universal: Cervantes, Melville, Pushkin, Proust, Virginia Woolf, James Joyce, Flaubert, Tolstói…
Bloom murió a los 89 años, días después de haber impartido su última clase, dejando entre sus notas el bosquejo de varios manuscritos de los que tras su muerte se han publicado dos, el más reciente y enjundioso el titulado The Bright Book Of Life. Novels to Read and Reread (El brillante libro de la vida. Novelas para leer y releer, editado por Knopf, aún sin traducción en español). El volumen tiene una característica notable en la bibliografía de Bloom: por primera vez el erudito dedica un libro con carácter exclusivo al género novelesco.
El brillante libro de la vida (Knopf) se ocupa de medio centenar de novelas, las que a él más le han afectado tras haberlas leído y releído a lo largo de más de ocho décadas (desde los cinco hasta los casi 90 años). Cabría sospechar que estamos ante un libro que el autor ha escrito ya en varias ocasiones, pero no es así. La clave está en el término “relectura” que figura en el subtítulo. Bloom nos hace tomar conciencia de que cada vez que se regresa a un libro la experiencia es diferente, estética, cognitiva y emocionalmente.
Bloom asegura, y quien lo conoció de cerca sabe que es cierto, que muchos de los libros que comenta (Proust, Faulkner, Cervantes, Melville, Joyce) los leía todos los años, algunos varias veces. No en vano, un crítico aseveró en una ocasión que ver leer a Bloom le inspiraba temor físico. Uno de los rasgos más interesantes del libro es que los largos fragmentos que se sabía de memoria (y que a veces recitaba en plena noche en voz alta para sí, como en el caso de Moby Dick) están ahí, y es una experiencia luminosa regresar a ellos.
El favor que nos hace es infinito, porque nos ayuda a revivir lo que significó para nosotros leer el Quijote, Anna Karenina, El rojo y el negro, o En busca del tiempo perdido. También, en algún caso, puede tener el efecto desasosegante de señalar cosas que no supimos ver cuando leímos algunos de aquellos textos. El efecto inmediato es querer regresar a ellos, lo cual es imposible, por supuesto. Entre los más afortunados que se acerquen a este insólito volumen estarán quienes no hayan leído las obras en él dilucidadas, en particular quienes no lo han hecho por ser muy jóvenes.
Haciendo honor a uno de sus títulos más conocidos, Bloom les explica cómo leer y por qué. Hay una sombra que se proyecta sobre todo el texto de manera que no resulta ignominiosa, la de la muerte, de cuya inminencia es perfectamente consciente el autor. Una de las sorpresas más gratas es la presencia de Ursula K. Le Guin, a quien Bloom dedica el libro, además de dos enjundiosos capítulos. Desde el punto de vista emotivo, algunos de los momentos más valiosos que proporciona la lectura de la obra póstuma de Bloom son los comentarios que hace el autor acerca de su amistad con autores o sabios como él, todos desaparecidos. A Le Guin la empezó a tratar muy cerca ya del final de la vida de ambos y su conmovedora amistad se desarrolló de manera epistolar.
Cuenta Bloom que cuando le escribió su última carta lo hizo sin saber que la novelista había fallecido dos días antes. El momento es evocado con un profundo sentimiento de nostalgia, el mismo que se apodera del lector cuando cierra este libro, cuyo tono íntimo hace pensar en la carta de un amigo del que hacía tiempo que no sabíamos nada.
El viaje a la cervantina cueva de Montesinos
Los dos momentos más impactantes de The Bright Book of Life, libro póstumo de Harold Bloom, quizá sean el prólogo y el epílogo, en los que se despide de la vida con emoción apenas contenida. Sus títulos anuncian, de manera conmovedora, un aspecto relativamente poco conocido del genial crítico y erudito: la del creador puro, el orfebre de la palabra capaz de modular sentimientos y pensamientos en torno, huelga decirlo, al territorio, para él sagrado, de la literatura.
El prefacio se titula El sueño perdido del viajero, y en él viaja, entre otros lugares en los que sucede lo inefable, a la cervantina cueva de Montesinos, para desde allí dar forma, con serena belleza, al sueño de los libros que lo acompañaron hasta el fin.
En el epílogo, El recién nacido suplantado por otro en la cuna, juega con la idea de la eternidad, entreverando sus pensamientos con las voces de quienes lo guiaron en el viaje al que acaba de poner fin: el del libro que no pudo concluir porque es un libro interminable.
Este es el comienzo del párrafo final: “Hace varias noches, en vísperas de cumplir 88 años, tuve un sueño en el que aparecían niños cambiados de cunas al nacer”. Y nombra a algunos, todos personajes de los libros que nos ha enseñado a leer.
Cuatro siglos de tradición occidental
El recorrido de 'The Bright Book of Life' comienza con el 'Quijote' (1615) y termina con 'Book of Numbers' (2015), de Joshua Cohen, una de las voces más atractivas de la narrativa estadounidense reciente.
En ese arco temporal, de 400 años, Bloom escribe sobre 52 novelas que han marcado la tradición literaria de Occidente y que van desde 'Cumbres borrascosas',de Emily Brontë, a 'Ulises', de James Joyce, 'Moby Dick', de Herman Melville, 'El hombre invisible', de Ralph Ellison, 'Los anillos de Saturno', de W. G. Sebald o 'Al faro', de Virginia Woolf. Cohen es, junto a Cormac McCarthy ('Meridiano de sangre'), el único escritor vivo del libro.
Entre los autores escogidos hay pocos que aporten dos títulos: Stendhal ('El rojo y el negro' y 'La cartuja de Parma'), Charles Dickens ('Casa desolada' y 'Nuestro amigo común'), Ivan Turguénev ('Relatos de un cazador' y 'Primer amor') Henry James ('Los embajadores' y 'La princesa Casamassima'), D. H. Lawrence ('El arcoíris' y 'Mujeres enamoradas') y Ursula K. Le Guin ('La mano izquierda de la oscuridad' y 'Los desposeídos'). Solo Joseph Conrad ('Nostromo', 'Bajo la mirada de Occidente' y 'El agente secreto') cuenta con tres libros en la lista. Aunque León Tolstói es el más citado, con cuatro novelas: 'Guerra y paz', 'Anna Karenina', 'Hadji Murat' y 'Los cosacos'.
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