Los cómics se adentran en el hielo soviético
Varios tebeos recuperan historias reales de víctimas y verdugos de la Operación Barbarroja y de la represión que impuso el régimen comunista
Morían sin parar. Miles de cuerpos amontonados, a un lado y otro de la trinchera. Un fusil; la ráfaga de una ametralladora; un francotirador que, a cientos de metros, aprieta el gatillo. Pero también el filo de una bayoneta. O, simplemente, el invierno. Porque, en una guerra a 40 bajo cero, un descuido como dormirse durante el turno de guardia también resultaba letal. En una página del cómic Hasta Nóvgorod (Norma Editorial), se acumulan tantos cadáveres que no hay tiempo ni modo de enterrarlos. “El frío acaba añadiéndolos a los parapetos de nuestras maltrechas defensas”, constata el soldado Teodoro Recuero Pérez, extremeño de Serradilla que entonces no tenía ni 30 años. Y que terminó en Rusia, en 1941, como uno de los miles de voluntarios de la División Azul que Franco regaló a Hitler para la Operación Barbarroja. A partir de su historia, real, Víctor Barba dibuja el destino de cientos de españoles —y rusos— enviados a masacrarse bajo la nieve: “Era importante para mí mostrar el disparate y la crudeza de la guerra. Y por más que lo hiciera, siempre me quedaba corto”.
Sirve, aún así, para hacerse una idea de aquel infierno. Y, además, la lectura se puede ampliar. Estas semanas, varios tebeos se adentran en el hielo soviético para revivir la contienda y sus consecuencias. Todos cogen como base o inspiración a víctimas y verdugos auténticos del choque que cambió la Segunda Guerra Mundial.
En Sara (Evolution Cómics), el guion de Garth Ennis y los lápices de Steve Epting siguen a un grupo de combatientes rusas, empeñadas en diezmar desde las sombras a las líneas nazis. Su protagonista evoca a Liudmila Pavlichenko, considerada la francotiradora más letal de la historia, con 309 bajas certificadas. De momento, bien (Nórdica Cómic), de Jan Novák y Jaromír 99, en cambio, deja que la Operación Barbarroja resuene de fondo: la URSS ya domina a sus satélites cuando los hermanos Mašín levantan la resistencia de República Checa frente al invasor comunista. No hace mucho, además, que Pasado y Presente publicó una versión ilustrada de La Segunda Guerra Mundial, de Antony Beevor. Muchas veces se han escrito y filmado el frío y la muerte en la Unión Soviética. Ahora, el cómic también quiere dibujarlos. Y con nombres y apellidos.
“La vida de los Mašín podría ser la historia checa más dramática del siglo XX”, apunta la contraportada de De momento, bien. Una mezcla de noir, wéstern y novela de espías, pero agarrada a la realidad. “Todos los eventos retratados en el cómic ocurrieron”, asegura Novák, autor de la novela original homónima, que fue un éxito en República Checa, y guionista del tebeo. Los sabotajes, las torturas, los asesinatos, la lucha partisana. La única licencia creativa es algo de síntesis. Incluso el estilo gráfico rígido sumerge al lector en el frío régimen soviético. “Había cierta monumentalidad, pathos y claridad en el arte y la propaganda de la Europa del Este bajo Stalin”, defiende el creador, que descubrió a los Mašín gracias al cineasta Milos Forman, que estudió con los hermanos en un instituto que también curtió al futuro presidente checo Václav Havel.
La estética también habla en Hasta Nóvgorod: tan dura como la vida en trinchera. “Lo interesante para mí no era la vida de una persona, sino representar a muchos españoles que acabaron en esa guerra”, afirma Barba. De ahí que se concediera añadir sucesos y personajes inventados. El fondo, sin embargo, es todo real, igual que el periplo de Recuero: afiliado al Partido Comunista, se alistó en la Falange para salvarse durante la Guerra Civil. Y, después, se sumó a la División Azul en busca de pan y sustento. “En Rusia, había divisionarios convencidos; otros a los que no les quedó más remedio. Y, luego, tipos como Recuero, que van porque el hambre les acucia. ¿Cuánta gente luchó en un bando teniendo simpatías por el contrario?”, plantea Barba. En todo caso, la historia y las órdenes de la élite arrastraron a unos y otros al mismo baño de sangre.
“Si tienes una gran historia, lo único que debes hacer es no dejar que tu ego interfiera. A veces, la vida dibuja situaciones tan improbables que nunca te atreverías a inventarlas”, sostiene Novák. Y agrega: “Una gran ventaja del tebeo es que viaja muy fácilmente entre fronteras culturales y lingüísticas”. Aunque, para contar e ilustrar la historia, primero hay que conocerla.
Para escribir Sara, Ennis confesó que lleva “toda la vida” leyendo de las militares que defendieron el frente ruso. Al fin y al cabo, casi un millón se alistó en el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial y la Nobel Svetlana Alexiévich ya rescató su memoria en La guerra no tiene rostro de mujer (Debate). Además de varios documentos secretos de la policía, Novák tuvo acceso al relato vivo: fueron los propios Mašín quienes le contaron sus peripecias. En una reseña de la novela original, el escritor checo Josef Škvorecký escribió que sus andanzas traían a la mente a los héroes homéricos, con la diferencia de que los hermanos existen de verdad.
Teodoro Recuero también vivió. Y, para rescatar su memoria, Barba contó con el asesoramiento de su nieto, Ángel L. Fernández Recuero. También se apoyó en varios libros, y en el profesor Carlos Caballero Jurado, experto de la División Azul. Aunque subraya, “desde el respeto”, que no comparte la “visión” del estudioso, a su juicio demasiado generosa con el cuerpo franquista. Barba creía que su obra sería “mirada con lupa” y se esforzó en buscar su equilibrio: “Ni loar a la División Azul, ni denostar a los hombres que estuvieron en las trincheras. Lo que sí debía ser era antibelicista”. De ahí que, ante la enésima matanza, Recuero se pregunte: “¿Qué idea puede justificar algo así?”. La respuesta es el silencio: 10 viñetas, ni una palabra. Solo rostros de soldados fallecidos.
El millonario de la chatarra que comerció en dos bandos
El frente occidental de la Segunda Guerra Mundial también tiene sus historias reales dibujadas. La última es la edición integral de 'Érase una vez en Francia', que acaba de publicar Norma, relata las polémicas vivencias de Joseph Joanovici, judío rumano que emigró al país transalpino en los años veinte y construyó un imperio económico sobre la chatarra. Lanzada en distintos tomos, entre 2007 y 2012, la obra de Fabien Nury y Sylvain Vallée profundiza en todos los claroscuros éticos de un empresario que ofrece materiales muy preciados a la resistencia francesa pero también entrevé la posibilidad de hacer el agosto comerciando con las tropas de ocupación nazis. Unos lo consideraron un héroe, otros, un monstruo. Lo cierto es que se convirtió en uno de los hombres más ricos de Francia en esos años. El cómic, que vendió más de un millón de ejemplares en su país de origen, obtuvo el premio a la mejor serie en el festival internacional de tebeos de Angulema.
Babelia
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