_
_
_
_
_

Canarios en la mina de América

La música estadounidense reciente pone banda sonora a un país dividido

Los artistas DaBaby y Jabbawockeez, durante una actuación en los MTV Video Music Awards, el pasado agosto.
Los artistas DaBaby y Jabbawockeez, durante una actuación en los MTV Video Music Awards, el pasado agosto.Kevin Winter (Getty Images for MTV)
Fernando Navarro

Como los canarios en la mina, siempre que la democracia de Estados Unidos amenaza con explosionar surgen los músicos para alertar de la presencia del peligro. Desde que los Almanac Singers, liderados por Woody Guthrie con aquella guitarra en la que se podía leer “esta máquina mata fascistas”, recorrieron la nación de costa a costa durante la Gran Depresión para animar a las personas que iban dando tumbos —víctimas de “esa enfermedad insidiosa y destructiva que fue el desempleo”, como escribió John Steinbeck—, la música norteamericana ha sonado como contrapeso a los desmanes gubernamentales.

Los ejemplos abundan. Las canciones siempre han indicado la atmósfera nociva con la que la democracia estadounidense entraba en colisión con sus valores originales. Bob Dylan y Joan Baez cantaron durante la Marcha sobre Washington en 1963 poco antes de que Martin Luther King Jr. pronunciase aquel famoso I have a dream. Jimi Hendrix distorsionó el himno The Star Spangled Banner en Woodstock contra la guerra de Vietnam. Public Enemy y Run D.M.C. descargaron rimas y ritmos salvajes para reivindicar el orgullo negro en los paupérrimos guetos barriales en los ochenta. Y, más recientemente, Bruce Springsteen, Neil Young, ­John Fogerty, R.E.M. o Pearl Jam encabezaron en 2004 el movimiento Vote for Change, que pedía el voto contra George W. Bush tras las guerras de Irak y Afganistán.

Con Donald Trump convertido en presidente y ante la posibilidad de que su reelección reafirme sus políticas y su ardor populista, la música vuelve a ser como un canario cumpliendo su función. Alerta, pero también se convierte en un arma de combate. De esta forma, un reguero de discos publicados este año parecen impulsados por el activismo, la indignación e incluso la ira, sumándose a las destacadas aportaciones que desde la llegada de Trump a la Casa Blanca realizaron Death Cab for Cutie, Father John Misty, DJ Shadow o los raperos Kendrick Lamar y YG.

Como canta Bob Mould en America Crisis: “Nunca pensé que volvería a ver esta mierda… / Despertar todos los días para ver una nación en llamas”. Al frente de los arrasadores Hüsker Dü, banda epítome del hardcore norte­americano, Mould ya fue un azote en los ochenta contra Ronald Reagan y ahora acaba de publicar su 14º álbum en solitario, Blue Hearts, un rabioso tratado de guitarras eléctricas sonando como apisonadoras porque “el silencio siempre fue la muerte”. Con urgencia, Mould batalla con sus canciones llenas de fuzz contra “la abominación que es Trump”. Es el álbum más colérico contra el actual presidente, pero no es el único.

En ‘Murder Most Foul’, Bob Dylan viaja al pasado hasta el día de la muerte de Kennedy y alerta de los peligros del presente

Desde estilos conservadores como el country, Willie Nelson, un hippy en el género vaquero y declaradamente afín al Partido Demócrata, llama en Vote ‘Em Out a la acción a través del voto, “el arma más grande que tenemos para echarlo”, como sostiene respecto a Trump. Drive-By Truckers también dan cera como si les fuera la vida en ello. Después de sacar en 2016 el sobresaliente American Band, donde cargaban contra un país irreconocible que fomentaba el racismo y el odio, publicaron en enero The Unraveling, otro grito de furia ante la situación estadounidense, y a pocos días de las elecciones sorprenden con The New OK, una obra que incide en la pérdida de credibilidad de Trump. Con su country-rock revitalizante, se preguntan en la canción que da título al disco: “¿Nos levantaremos de donde estamos plantados / o nos conformaremos con los ojos llenos de lágrimas / mirando la pistola que nos apunta?”.

También se posicionan los elegantísimos Mastersons en No Time for Love Songs, dejando de lado las canciones de amor para reflexionar sobre su país “a la deriva”, y The Chicks, antes conocidas como Dixie Chicks, pero que el pasado verano se desprendieron de la primera parte del nombre por sus alusiones sureñas y connotaciones racistas. En su día, The Chicks ya atacaron a George W. Bush, por lo que fueron duramente criticadas, y ahora incluyen en Gaslighter la canción ‘March March’, que hace referencia a las multitudinarias protestas de Black Lives Matter. “Soy un ejército de uno. / Marcho, marcho con mi propio tambor”, cantan.

El hip-hop también toma posición. Como en los viejos tiempos, Public Enemy disparan rimas como balas contra el trumpismo en What You Gonna Do When the Grid Goes Down, un álbum que contiene la contundente ‘State of the Union (STFU)’, nacida de la furia negra ante tanta humillación blanca. “Estado de la unión, / cállate la boca. / Lo siento, hijo de puta. / Aléjate de mí”, canta Chuck D, padre del rap más político y quien revisa con el resto del grupo su clásico Fight the Power para llamar a la acción. Igual hace otro célebre como Nas. Su nuevo disco, King’s Disease, es menos agresivo en el sonido, guardando sus características huellas de hip-hop más ambiental y funky, pero no deja de supurar orgullo herido afroamericano en composiciones como ‘Ultra Black’ o ‘Till the War Is Won’.

El auge de Black Lives Matter se cuela también en lo último de Alicia Keys a través de Perfect Way To Die, una balada en la que el icono pop reconoce hablar en primera persona con relación a las protestas. Lo mismo que Yola, el último gran talento de Nashville con su extraordinaria mezcla de country y soul, que ha lanzado Hold On, un imponente medio tiempo donde reivindica su condición de mujer negra con el fin de que las nuevas generaciones luchen por sus derechos civiles. A la fe perdida en la identidad americana dedica Sufjan Stevens The Ascension, una abstracción electrónica de fuertes connotaciones políticas que se pregunta por el papel ciudadano ante la debacle institucional. Algo muy parecido a las reflexiones que, a modo de insatisfacción espiritual, firmeza inconformista y cubismo lírico, ha hecho Bob Dylan en Rough and Rowdy Ways, donde la conciencia americana revive camino del purgatorio. En los 17 minutos de Murder Most Foul, la canción más larga de su carrera, hay un paseo al pasado en el día de la muerte de John F. Kennedy para mostrar los peligros del presente. “En América se respira el peligro”, sostenía hace unos días el escritor Richard Ford. Algunos de sus mejores músicos cantan, una vez más, para evitar la explosión.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_