Pintura en las manos y en la mente
Cuatro exposiciones en Palma de Mallorca, dedicadas a nombres como Eugenio Dittborn o Jessica Stockholder, exploran los límites de la disciplina e interrogan su definición: ¿y si se tratara, después de todo, de un arte conceptual?
Tan difícil es encasillar la pintura como alcanzar la unidad espiritual del mundo. Nació como un medio bastardo y ha pervivido hasta hoy mudable, untuosamente ambigua, hecha con métodos humanos por los mejores mortales, que exhibieron con igual gratuidad ruindades y vanidades pero que nunca se preguntaron a sí mismos cómo crearon sus obras, dejadas a cargo del azar o con la exactitud de una ecuación.
Un artista no se mira por encima del hombro para averiguar qué hizo que, en un determinado momento, su mano moviera el pincel hacia esa línea o empleara aquel material. Se dibuja como se piensa. Leonardo da Vinci definió la pintura como una cosa mentale, y su Mona Lisa es el mejor ejemplo de que la pintura es una cosa diferente de sí misma, hoy más que nunca un reclamo turístico, el catalizador del renacimiento, uno más, de la institución museística. Esta semana, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha anunciado que el cuadro más famoso del mundo tendrá una sala propia dentro del Louvre, y que contemplarlo requerirá el pago de una entrada separada. No hay como añadir algo de misterio a la idea de la pintura. Como si detrás de un cristal blindado se hallara su arcano más profundo.
Todo cuanto amábamos de los museos ha sido destrozado. Y mientras contemporizamos con el bochorno de tanta artificialidad, hay todavía alguna oportunidad de volver a tomar los apuntes y comprender aquello tan poderoso y multiforme que es la pintura. La exposición titulada Nachleben, que sirve de presentación de la nueva etapa del centro Es Baluard de Palma de Mallorca bajo la dirección de David Barro, lanza interrogantes más o menos pertinentes como “por qué la pintura es potencialmente la forma de arte más conceptual de todas las que existen”. “¿Puede cualquier imagen ser una pintura? O ¿por qué seguimos hablando de ella?”, se pregunta la muestra. El recorrido, con apenas medio centenar de obras, no va a fascinar a nadie que busque artistas y producciones extraordinarias. El director de museo estaba ocupado en otra cosa, trabajar con lo que hay, como un boticario, armar un conjunto solvente con piezas seleccionadas de los fondos de Es Baluard y depósitos de otras colecciones públicas, que ha distribuido en dos salas con la efectividad de una sencilla lección de pintura de la segunda mitad del siglo XX, lo que hoy llamaríamos un “museo aula” hecho para las personas. Servicio público.
Nachleben es un término alemán a medio camino entre la idea de “pervivencia” y la de “supervivencia”, que es lo que tratan de hacer hoy en día los museos que no han sido fagocitados como condensadores de lujo por las pudientes firmas del sector. El término le sirve al comisario para mostrar un integrador juego visual de plano y volumen, grueso y fino, pintura pausada y rápida, tenue y chillona, decorativa y real, minimalista y expansiva. Son tránsitos y combinaciones formales, sí, fecundados por la mente del artista con mayor o menor penetración psicológica.
Hay ejemplos de pinturas expandidas, como la del argentino Fabian Marcaccio, donde la obra se construye mediante una superposición de elementos de su archivo mezclados con otros del ámbito de lo real, impresiones digitales y materiales pictóricos. A veces esa misma idea se explica por un emparejamiento casual, como el de Miquel Mont y Sebastian Lloyd Rees, cuyos trabajos evocan respuestas en nuestro cuerpo, no solo en cómo miramos, también cómo nos movemos frente a una obra. Colores blancos o muy vivos, texturas y manchas salpicadas, con Saura, Barceló, Fiona Rae, Ghada Amer, Otto Zitko y Thea Djordjadze, o el tranquilo e inesperado autorretrato de la inclasificable cubista Marie Laurencin, que contrasta con el más expresionista de Miriam Cahn, Manos arriba, colocado justo al final de la muestra, como una admonición de la escalada autoritaria que amenaza el mundo.
Joan Miró, quien hace ya un siglo proclamó el “asesinato de la pintura”, está presente como un faro en el assamblage El abanderado (1977). Y Rebecca Horn, con una instalación en el patio interior del museo, a modo de estructura de acero, que sostiene pigmento azul encapsulado en tres recipientes dispuestos en forma de cono. Su título Three Graces in Blue es un homenaje a la gran elocuencia pictórica de Rubens.
A esta exposición se unen otras tres individuales dedicadas al chileno Eugenio Dittborn, la estadounidense Jessica Stockholder y el mallorquín José Fiol, este último para inaugurar un nuevo programa dedicado a pintores y comisarios jóvenes de las Baleares. De Dittborn poco que decir, salvo que es una rareza poder ver juntas más de una de sus pinturas aeropostales diseñadas para doblarse, meterlas en un sobre y hacerlas viajar por el mundo. Cartas durante el viaje y pinturas en destino, que se reconocen por los pliegues una vez expuestas, marcas entre el umbral de la experiencia personal y el compromiso político común en tiempos de dictaduras y censuras. Y quién sabe si no volveremos a estas prácticas, pictóricas, sí, de ferviente anarquismo. La muestra más admirable es la de Jessica Stockholder, Puntos cardinales, en parte producida en el centro mallorquín. Su trabajo se sitúa en la confluencia entre la arquitectura y la instalación, y los materiales que conforman sus ensamblajes son cualquier elemento cotidiano: cuerdas compuestas con hilos de colores, una tabla de surf, una máquina de escribir, una cortina de ducha, una máscara africana repintada o unas pesas. Una imaginería de encuentros que invocan a la vez el mundo de los muertos y un futuro de ruinas, todo con el fin de hacer concreta la pintura, el color, que siempre se impone al material.
Todo está coartado por los procedimientos: la luz artificial, la presencia y el ángulo visual del espectador son elementos conscientes del tema. La mirada rastrea entre ritmos aparentemente azarosos, fragmentos de madera dispuestos como biombos, espejos y materiales elaborados con hilos de palma, todo es casi un acertijo. La de Stockholder es un caso práctico sobre pintura/concepto que funciona a la perfección.
‘Nachleben. La pintura como arte conceptual’, ‘Eugenio Dittborn. Pinturas aeropostales’, ‘Jessica Stockholder. Puntos cardinales’ y ‘José Fiol. The Green Fog’. Es Baluard. Palma de Mallorca. Hasta el 6 de julio.
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