El zen de la alteridad
El Koldo Mitxelena de San Sebastián indaga en el éxodo como conflicto interno y social, poético y político
De un modo muy útil, nos llegan exposiciones meridianamente claras, que no aburren ni irritan, ni aspiran a una visión total del tema, sino que más bien recogen visiones, porque todas son pequeñas porciones de una gran verdad. El otro soy yo trata del éxodo como conflicto interno y social, un concepto que Alicia Chillida prefiere llamar “migraciones políticas y poéticas”. La comisaria vasca odia la narrativa y se aviene al testimonio directo, con algunas piedras contundentes, un jardín japonés para emprender una catarsis de las cargas ideológicas que arrastramos desde las últimas décadas. De ahí su predilección por el fragmento: cada uno de los 14 trabajos es una atmósfera fijada en su aparente instantaneidad.
El horizonte es plano, una nítida línea ocre recorre las salas del centro Koldo Mitxelena. En No(w)here Hemen Orain, Rogelio López Cuenca propone una nueva cartografía para la capital guipuzcoana, un sostén horizontal de relaciones donde cada parada es una vértebra de la espalda social que permite modelar —no asaltar— los cielos. Su trabajo introduce las “pinturas aeropostales” de Eugenio Dittborn, desechos del tiempo que viajan en su armazón, como tortugas dispuestas a desovar imágenes, plumas e hilvanes en las playas de la indecencia.
En un mapamundi hecho de tela blanca, Cristina Lucas señala las áreas geográficas bombardeadas a lo largo de la historia por Gobiernos vengativos y paranoicos. Las fotografías de Lara Almarcegui de los descampados de la ría de Bilbao son espacios de resistencia, mientras que las de Hannah Collins de la población gitana de La Mina (Poblenou) condensan una imaginería achocolatada de lo popular, del impenetrable “salvaje” y su tribu. Algún día habrá que volver el ojo sobre estas imágenes que parecen estampas embalsamadas y no lo que pretenden ser, tapices antropológicos magnificados.
Iñaki Garmendia rastrilla un poco más el jardín flotante de las migraciones con la ligereza expansiva que provoca su vídeo realizado a partir de un viaje a Egipto, donde contacta con cinco jóvenes a los que somete a sesiones de ventriloquismo lingüístico. Los participantes se mueven en esa cápsula vacía y erotizante de una nueva piel y el tintineo barato del idioma prestado. Itziar Okariz se afirma/niega en un “yo fono-escultórico”, su sí/no es integración o desaparición, en paralelo al animismo fílmico de Apichatpong Weerasethakul. Y en On Translation. Miedo/Jauf, Muntadas trata la problemática de la frontera en el Estrecho y cómo los gobernantes manipulan a la población al identificar nación/religión con terrorismo, crisis laboral y delincuencia.
En la última sala de la exposición, unos dibujos hechos sin muchas pretensiones de mobiliario y casas, que firma el artista sin techo de Senegal Housseinou Gassama, entran en diálogo con las sillas y sofás del austriaco Franz West. Podrían ser el reverso de aquel collage de Richard Hamilton que inauguró la sociedad de la abundancia y que nos interpela sobre las razones por las que los hogares de hoy son tan diferentes, tan inexistentes.
‘El otro soy yo. Migraciones políticas y poéticas’. Centro Koldo Mitxelena. San Sebastián. Hasta el 12 de enero de 2019.
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