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Pender de un hilo: el incierto otoño de la música clásica

Es imposible saber a día de hoy qué sobrevivirá, y cómo, de la programación musical clásica de este otoño

Leigh Melrose (Clov) y Frode Olsen (Hamm) en 'Fin de partie' de György Kurtág, cuyo estreno en España podrá verse en el Palau de les Arts.
Leigh Melrose (Clov) y Frode Olsen (Hamm) en 'Fin de partie' de György Kurtág, cuyo estreno en España podrá verse en el Palau de les Arts. RUTH WALZ
Luis Gago

En los últimos meses hemos aprendido que hacer planes sirve actualmente de muy poco y que es mucho mejor vivir al día. Sin embargo, sin planificación no hay programación cultural, que requiere conjuntar calendarios, aunar voluntades, diseñar ensayos y armonizar miríadas de pequeños detalles. A las dificultades habituales se añade ahora otra no menor: ¿qué hacer con todos los conciertos, óperas, recitales y espectáculos nonatos de los últimos meses? Para quien programa a varios años vista, no es tarea fácil reacomodarlos a corto plazo, porque todas las fichas del tablero están ya ocupadas con nuevos futuribles ya prefijados. Por otro lado, los grandes nombres tienen también las agendas completas a muy largo plazo, por lo que encajar y reubicar lo que ellos mismos no han podido hacer desde marzo requerirá de múltiples seísmos interconectados (e intercontinentales) que se saldarán con ganadores y perdedores, casi siempre sinónimos de fuertes y débiles, y que trastocarán a buen seguro presente y futuro. El pasado inmediato ya sabemos en lo que se ha traducido y no vamos a olvidarlo así como así.

Pensemos, por ejemplo, en la ópera. Calixto Bieito iba a dirigir su primer Anillo del nibelungo en la Ópera de París. Primero, estrenos individuales de cada uno de los cuatro integrantes de la tetralogía y, luego, en otoño, representaciones contiguas del prólogo y las tres jornadas de la epopeya. Nada ha sido ni va a ser posible. Christof Loy habría tenido que revelar en mayo, en la Royal Opera House de Londres, una nueva producción de Elektra, de Richard Strauss, protagonizada por Nina Stemme, que también pasó a mejor vida. Uno de los grandes proyectos recientes del Teatro Real era presentar, justo cuando se declaró el estado de alarma en nuestro país, una resurrección en toda regla de Achille in Sciro, de Francesco Corselli. Pero nos quedamos con la miel en los labios cuando hubo que cerrar todo a cal y canto. Son tan solo tres ejemplos entre centenares posibles. Con todas las escenografías realizadas, con gran parte del inmenso trabajo previo muy avanzado (o consumado, en el caso de Madrid), ¿cómo recuperar ese tiempo perdido? ¿Podremos hablar realmente en algún momento de un tiempo recobrado? ¿Cuántos cadáveres artísticos dejará la crisis?

El teatro de la Plaza de Oriente, sin embargo, no se amilanó y, a poco que hubo resquicios que permitieron subir el telón, lo hizo a bombo y platillo, cumpliendo, claro está, con todas las recomendaciones sanitarias, en una Traviata de Verdi que preparaba abiertamente el camino de –las coincidencias sí existen en este trasiego de mascarillas en el que se han convertido nuestras vidas– otro título verdiano que inaugurará el 18 de septiembre la nueva temporada: Un ballo in maschera. No podrá hacerse en el montaje de David Alden inicialmente previsto (procedente de la Metropolitan Opera de Nueva York), sino otro del Teatro La Fenice que, a buen seguro, habrá a su vez de modificarse para no traspasar ninguna de las líneas rojas que marcan las restricciones actuales, y que nadie sabe si irán a más o a menos. Aunque la gran apuesta operística de este otoño en Madrid será una nueva producción de la infrecuente Rusalka, de Antonín Dvořák, dirigida escénicamente por Christof Loy, factótum del mejor Capriccio de Strauss que se recuerda en Europa en mucho tiempo. La presencia de Asmik Grigorian en el papel de la ondina garantiza no solo una excelente cantante al frente del reparto, sino también una soberbia actriz.

En Bilbao, la ABAO coronará, quince años después, su macroproyecto de ofrecer todas las óperas de Giuseppe Verdi. Se cerrará el círculo con una de las que muy raramente se representan, Alzira, pero para una empresa como Tutto Verdi todas son igualmente importantes. Y coronar con éxito este largo y ambicioso empeño no es logro pequeño. En Barcelona, Víctor García de Gomar ha aterrizado en la dirección artística del Liceo en plenas turbulencias. Su Don Giovanni (de Christof Loy) va a anteceder por poco al del Teatro Real (de Claus Guth) y ambas producciones cuentan, curiosamente, con idéntico cantante para encarnar al burlador de Sevilla: Christopher Maltman. En Valencia, los cambios introducidos por el nuevo director artístico del Palau de les Arts, Jesús Iglesias, van a empezar a notarse de inmediato, con un comienzo de temporada arriesgado en el que se verán los estrenos españoles de dos espectáculos muy recientes del Festival de Aix-en-Provence y el Teatro alla Scala de Milán: el Réquiem de Mozart escenificado por Romeo Castellucci y la primera y, con seguridad, última ópera del nonagenario György Kurtág, Fin de partie.

Otros teatros han sido más cautos: París ha cerrado sus puertas varios meses para hacer obras (y, de paso, esperar a que escampe); Londres mantiene de momento silencio; Múnich se aventura a estrenar el próximo martes el último espectáculo de Marina Abramović, Las siete muertes de Maria Callas, inspirado en la cantante estadounidense y también cancelado en plena pandemia. Casi todas las orquestas y salas de concierto están reelaborando sus programas, reduciendo la duración a una hora aproximadamente, a la espera de tiempos mejores en los que vuelvan a ser posibles los intermedios, la sociabilidad, la cercanía, la antigua y dilatada normalidad. Todo ello es, más que nunca, sobre el papel. Puede quedar reducido a humo, o a cuerpos amputados, o a transmisiones en streaming sin público, o a quién sabe qué. Nadie, ni aun los más osados, se atreverá a poner la mano en el fuego por nada, porque todo pende de un hilo. Más fino y frágil que nunca.

Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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