Barbara Hammer, el correctivo lésbico
La Virreina de Barcelona ultima una retrospectiva sobre el rompedor trabajo de esta directora experimental, que fue aplazada por la crisis sanitaria
Algunos artistas, de tan metafísicos e inclusivos, se saltan las leyes más básicas del humanismo, y el feminismo –disculpen los que lo toleran con condescendencia o por esnobismo– es una de las principales. La lucha por la igualdad entre hombres y mujeres es un universal, como la ecología, a la que frecuentemente se la asocia. Por ese cristal miramos la vida, y ya no se vuelve atrás. Stan Brakhage, por ejemplo, filmaba con la misma pulsión experimental la disección de un cadáver en una morgue (The Act of Seeing with One' s Own Eyes, 1971) y el parto de una mujer en una bañera (Window Water Baby Moving, 1959). Cuando en 1973, la artista Barbara Hammer –nacida en Hollywood en 1939 y fallecida en Nueva York hace poco más de un año– vio aquella película en color de 12 minutos donde la esposa de Brakhage aparece reducida a un cuerpo que da a luz en el confinamiento de un cuarto de baño, su admiración por el cineasta se transformó en aborrecimiento. En aquellas imágenes no vio ningún hecho emocionante o candoroso, sólo el cuerpo desnudo de un ser humano cosificado e hipersexualizado, el paroxismo de la mujer como esposa heterosexual y madre. Buscó reseñas sobre el filme y dio con la de Archer Winsten para el New York Post que describía la película como “directa, rebosante de maravilla y amor primitivos, tan lejos de la civilización en su aceptación que la convierte en una experiencia como pocas en la historia del cine”.
Su mente hizo un click. Hammer escribió a Jane Brakhage para preguntarle si estaría dispuesta a protagonizar su película, que sería el correctivo feminista de la que su marido había hecho años antes. “Supongo que puedo hacerla –le respondió– pero tengo la sensación de que lo que soy es como un electrón. Cuando intentas iluminarlo, el haz de luz lo golpea”. “Electrón o no –le replicó Hammer–, quiero intentarlo”. Presentó Jane Brakhage (10') como tesis doctoral de su grado en Psicología y fue un sonado azote a la contracultura masculinizante del cineasta más admirado del momento. En ella, le devuelve la voz a la mujer que nunca la tuvo en el corto de Brakhage (se sabe que se negó repetidamente a posar dentro de la bañera como una musa dolorosa, y que tras volcánicas discusiones, aceptó e incluso colaboró activamente con el cineasta). Rodada en 16mm en blanco y negro, se convirtió en uno de los trabajos más deslumbrantes sobre cómo una mujer mira a otra mujer en un medio natural, rodeada por las Montañas Rocosas, hablando con animales y plantas y expresando sus ideas sobre el trabajo doméstico como “formas creativas”.
Para el arte feminista, la agorafilia que Hammer vierte en su obra tiene el mismo efecto empático que la reclusiva Una habitación propia de Virginia Woolf. El corto se incluye en la retrospectiva Sisters!, que ofrecerá La Virreina (Barcelona) hasta finales de verano –de momento visitable a través de un puñado de textos e imágenes en su página web y en algún momento del mes de junio, en directo, cuando el centro vuelva a abrir sus puertas–, entre un conjunto de 70 películas, collages, dibujos, fotografías e instalaciones que ilustran la devoción de la autora californiana por visibilizar sin complejos el mundo de las lesbianas y sus mitos en unos años en que el movimiento en favor de los derechos de la mujer las ponía aparte. Hammer no sólo fue pionera en dignificar la vida alternativa de los colectivos LGTBIQ, también trabajó sobre los procesos del envejecimiento y la enfermedad desde su propia experiencia, de la que resultó el cortometraje premiado en Berlín A Horse is not a Metaphor (2008), de estética cercana a la de su admirada Maya Deren.
Barbara Hammer nunca rechazó las etiquetas (“Soy una cineasta gay que busca sacar a la luz lo que hay debajo de la sexualidad. Trabajo con lo invisible”) y se opuso contundentemente a la industria de Hollywood por considerarla un manantial de estereotipos que sólo servían para saciar el voyeurismo masculino. En Dyketatics (1974) propinó otro latigazo al campeón del arte del siglo XX, Marcel Duchamp y su enigmática Étant Donnés (1946-66), cambiando la perspectiva del cuerpo de la mujer desnuda, -un cadáver tirado en un descampado, con las piernas abiertas mostrando su sexo rasurado al espectador- por el placer y la pilosidad de las tríbadas. Tácticas que habrá que recordar para un mundo próximo rescatado de la vorágine.
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