Pandemia: bienvenidos al desierto viral
En su nuevo ensayo, el filósofo esloveno reflexiona sobre el mundo que seguirá a la covid-19. Anagrama lo publica este miércoles. Adelantamos un capítulo
La propagación actual de la epidemia de coronavirus ha activado también una vasta epidemia de virus ideológicos que estaba latente en nuestra sociedad: noticias falsas, teorías de la conspiración paranoicas, estallidos de racismo. Junto a la fundamentada necesidad médica de las cuarentenas, nos encontramos también con la presión ideológica para establecer nítidas fronteras y poner en cuarentena a los enemigos que suponen una amenaza para nuestra identidad. Pero quizá se propague y con suerte nos infecte otro virus ideológico mucho más beneficioso: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad que vaya más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualice en forma de solidaridad y cooperación global. Se ha extendido la especulación de que el coronavirus podría conducir a la caída del régimen comunista chino, del mismo modo que, tal como admitió el propio Gorbachov, la catástrofe de Chernóbil fue el suceso que desencadenó el final del comunismo soviético. Pero aquí se da una paradoja: el coronavirus también nos obligará a reinventar el comunismo basándonos en la confianza en la gente y en la ciencia.
En la escena final de Kill Bill: Volumen 2 de Quentin Tarantino, Beatrix derrota al malvado Bill y le golpea con la “Técnica de los Cinco Puntos de Presión que Hacen Explotar el Corazón”, el golpe más mortal de todas las artes marciales. El movimiento consiste en una combinación de cinco golpes con las puntas de los dedos en cinco puntos de presión distintos del cuerpo del contrincante; en cuanto este da cinco pasos, su corazón estalla y cae al suelo. Dicho ataque forma parte de la mitología de las artes marciales, pero no es posible en un combate auténtico. En la película, Bill, después de que Beatrix le haya aplicado ese golpe, hace las paces con ella, se aleja cinco pasos y muere.
Necesitamos una catástrofe para ser capaces de repensar las mismísimas características básicas de la sociedad en la que vivimos
Lo que hace que este ataque sea tan fascinante es el tiempo transcurrido entre el momento del golpe y el de la muerte: puedo mantener una agradable conversación siempre y cuando esté sentado tranquilamente, pero soy consciente de que en cuanto empiece a caminar mi corazón estallará. Y probablemente aquellos que consideran que el coronavirus puede llevar a la caída del régimen comunista de China creen que la epidemia de coronavirus funcionará como una especie de “Técnica de los Cinco Puntos de Presión que Hacen Explotar el Corazón” en el régimen comunista chino: los líderes chinos pueden sentarse, observar y llevar a cabo su cuarentena, pero cada cambio real en el orden social (como confiar de verdad en la gente) acarreará su caída. Mi modesta opinión es mucho más radical: la epidemia de coronavirus es una especie de “Técnica de los Cinco Puntos de Presión que Hacen Explotar el Corazón” en el sistema capitalista global, una señal de que no podemos seguir como hasta ahora, de que hace falta un cambio radical.
Hace años, Fredric Jameson señaló el potencial utópico de las películas que tratan de una catástrofe cósmica, como cuando un asteroide amenaza la vida en la tierra o un virus barre a la humanidad entera. Dicha amenaza universal origina una solidaridad global, nuestras mezquinas diferencias se vuelven insignificantes, todos trabajamos juntos para encontrar una solución: y ahí estamos ahora, solo que en la vida real. Esto no es una invitación a disfrutar de manera sádica del sufrimiento generalizado en la medida en que contribuya a nuestra causa. Todo lo contrario: lo importante es reflexionar sobre el triste hecho de que necesitamos una catástrofe para ser capaces de repensar las mismísimas características básicas de la sociedad en la que vivimos. El primer modelo de dicha coordinación global podría ser la Organización Mundial de la Salud, que en lugar de la habitual jerigonza burocrática, ha optado por realizar advertencias precisas, anunciadas sin pánico. A dichas organizaciones se les debería dar más poder ejecutivo. Mientras los escépticos se burlan del candidato presidencial Bernie Sanders por su defensa de un sistema de salud universal en los Estados Unidos, ¿no debería enseñarles la epidemia de coronavirus que ahora hace más falta que nunca, que deberíamos comenzar a crear una especie de red de salud pública global?
China ya se está preparando para la vuelta a la normalidad. Ya ha anunciado que cuando la epidemia termine, la gente tendrá que trabajar sábados y domingos para recuperar las horas perdidas
Un día después de que el subsecretario de Sanidad de Irán, Iraj Harirchi, apareciera en una conferencia de prensa para quitarle importancia a la propagación del coronavirus y afirmar que las cuarentenas masivas eran innecesarias, tuvo que hacer una breve declaración admitiendo que había contraído el coronavirus y se mantenía en aislamiento (incluso durante su aparición en televisión, mostró signos de fiebre y debilidad). Harirchi añadió: “Este virus es democrático y no distingue entre pobres y ricos ni entre hombres de Estado y ciudadanos corrientes”. Y acertó plenamente al decirlo: estamos todos en el mismo barco. Es difícil pasar por alto la suprema ironía de que lo que nos ha unido y promovido la solidaridad global se exprese en la vida cotidiana en forma de órdenes estrictas para evitar la proximidad con los demás, e incluso para aislarse. No nos enfrentamos tan solo con amenazas virales, sino que hay otras catástrofes que asoman en el horizonte o que ya están ocurriendo: sequías, olas de calor, tormentas mortales..., la lista es muy larga. En todos estos casos, la respuesta no es el pánico, sino una labor ardua y urgente para establecer algún tipo de coordinación global eficaz. Lo primero que tenemos que olvidar es la quimera que planteó Trump durante su reciente visita a la India: que la epidemia remitirá rápidamente, y que solo hemos de esperar a que alcance su pico para que la vida regrese a la normalidad. China ya se está preparando para ese momento: sus medios de comunicación anunciaron que cuando la epidemia termine, la gente tendrá que trabajar sábados y domingos para recuperar las horas perdidas. Contra todas estas esperanzas demasiado simplonas, es importante aceptar que la amenaza ha venido para quedarse: aun cuando esta oleada remita, probablemente reaparecerá de una forma quizá incluso más peligrosa. El hecho de que ya haya pacientes que han sobrevivido a la infección del coronavirus y, tras ser dados de alta, hayan vuelto a infectarse es un signo de mal agüero en esa dirección.
Por esta razón, cabe esperar que esta epidemia viral afecte nuestras interacciones más elementales con los demás y con los objetos que nos rodean, incluyendo nuestros propios cuerpos. Abundarán las instrucciones acerca de cómo afrontar esta nueva situación: evitar tocar cosas que podrían estar (invisiblemente) sucias, no tocar los asideros y barras del transporte público, no sentarse en retretes públicos ni en bancos públicos, evitar abrazar a los demás y estrecharles la mano... y ser especialmente cuidadoso con el control de tu propio cuerpo y tus gestos espontáneos: no tocarte la nariz ni frotarte los ojos: en resumen, no tocarte ni tus partes. De manera que no solo el Estado y demás instituciones pretenderán controlarnos, ¡deberemos aprender a controlarnos y disciplinarnos nosotros mismos! Quizá solo la realidad virtual se considere segura y moverse libremente en un espacio abierto quede reservado para las islas propiedad de los superricos. (Le debo esta idea a Andreas Rosenfelder).
Los países fueron capaces de regular la economía cuando estuvieron en guerra, y ahora, de hecho, nos estamos acercando a un estado de guerra médica
Pero incluso en el ámbito de la realidad virtual e internet, deberíamos recordarnos que, en las décadas anteriores, los términos “virus” y “viral” se utilizaron mayoritariamente para designar virus digitales que infectaban nuestro espacio web y de los que no éramos conscientes, al menos hasta que no desataban su poder destructor, es decir, su poder de destruir nuestros datos o nuestro disco duro. Lo que vemos ahora es un regreso masivo al significado literal original del término: las infecciones virales ahora van de la mano en ambas dimensiones, la real y la virtual.
Otro extraño fenómeno que podemos observar es el regreso triunfal del animismo capitalista: el hecho de tratar fenómenos sociales como los mercados o el capital financiero igual que si fueran entidades vivas. Si uno atiende a los grandes medios de comunicación, la impresión que saca es que lo que debería preocuparnos de verdad no son los miles de personas que ya han muerto y los muchos miles que morirán, sino el hecho de que “los mercados se dejan llevar por el pánico”: el coronavirus perturba cada vez más el buen funcionamiento del mercado mundial. ¿Acaso no es esto una clara señal de que necesitamos urgentemente reorganizar la economía global para que ya no esté a merced de los mecanismos del mercado? No estamos hablando aquí del comunismo a la vieja usanza, desde luego, sino de algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía y limitar la soberanía de los Estados-nación cuando hace falta. Los países fueron capaces de hacerlo cuando estuvieron en guerra, y ahora, de hecho, nos estamos acercando a un estado de guerra médica. No debería darnos miedo observar en la pandemia algún aspecto potencialmente benéfico.
Uno de los símbolos perdurables de la epidemia son los pasajeros atrapados en cuarentena en los grandes cruceros. Adiós con viento fresco a la salida de tales navíos, digo yo, aunque hemos de procurar que viajar a islas solitarias u otros lugares exclusivos no se convierta de nuevo en el exclusivo privilegio de unos pocos ricachones, como ocurría décadas atrás con ir en avión. Los parques de atracciones se convierten en ciudades fantasma..., perfecto, no imagino lugar más aburrido y estúpido que Disneylandia. La producción de coches se ve seriamente afectada..., bien, puede que esto nos obligue a imaginar alternativas a nuestra obsesión por ir cada uno en su propio coche. La lista podría continuar. En un reciente discurso, Viktor Orban dijo: “Los liberales no existen. Un liberal no es nada más que un comunista con un diploma”. ¿Y si es cierto lo contrario? Si llamamos “liberales” a los que se preocupan por nuestras libertades y “comunistas” a los que son conscientes de que solo podemos salvar esas libertades con cambios radicales, pues el capitalismo global se acerca a una crisis, entonces deberíamos decir que, hoy en día, aquellos que todavía nos reconocemos como comunistas somos libera-les con un diploma, liberales que seriamente han estudiado por qué nuestros valores libera-les están amenazados, y han adquirido con-ciencia de que solo un cambio radical puede salvarlo.
Pandemia. La covid-19 estremece al mundo. Slavoj Žižek. Traducción de Damià Alou. Anagrama, 2020. Se publica el 6 de mayo. El autor destinará enteramente las royalties mundiales de este libro a la ONG Médicos sin fronteras.
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