Olafur Eliasson: “Picasso era abusivo con las mujeres, como un Harvey Weinstein de su tiempo”
El polifacético artista, conocido por su uso de materiales como la luz y el agua para crear piezas e instalaciones que indagan en cuestiones como la convivencia colectiva y el cambio climático, presenta una retrospectiva en el Guggenheim de Bilbao
Es uno de los artistas más destacados de nuestro tiempo, y sin embargo, resulta problemático definir a Olafur Eliasson simplemente como eso, un artista a secas. Con intereses y experiencias que van desde la fenomenología a la política, la psicología, la gastronomía y el activismo, este danés de 53 años, hijo de padres islandeses, lleva toda su carrera renegando de las limitaciones de las artes plásticas. Eliasson trata de desarrollar un lenguaje expresivo en el que la naturaleza y la compleja capacidad de percepción del ser humano definen el mensaje que transmite.
De buen humor y con una soltura dialéctica notable, Eliasson presentó ayer en el Museo Guggenheim de Bilbao una selección razonada de su producción. La muestra permanecerá en el museo hasta el 21 junio y llegó procedente de Londres. El acervo abarca tres décadas y los cinco continentes, puesto que muchas de sus obras son intervenciones públicas y proyectos arquitectónicos. Bajo el título de En la vida real, —en alusión a la idea de que el arte y la cotidianidad nunca circulan por caminos separados— la retrospectiva, organizada junto con la Tate Modern, revela cómo este creador ha ido poniendo la lupa sobre ciertos temas para magnificarlos ante sus espectadores, que suman millones.
El recorrido de Bilbao abarca 30 proyectos y ocupa siete salas del museo, con esculturas, pinturas, instalaciones y fotografías, como una serie de instantáneas que documentan el derretimiento de varios glaciares islandeses, unos paisajes extremos que Eliasson evoca una y otra vez en sus propuestas, muchas veces teñidas de inquietud por el calentamiento global. “La exposición contiene lo que he hecho entre la primera y la última fotografía, tomadas respectivamente en 1999 y 2019. Esos años marcan una especie de paréntesis que enmarca todo mi trabajo”, apuntó el creador, que ayer celebró la oportunidad de exhibir su obra en el icónico edificio de Frank Gehry. “Le conozco desde hace 20 años y me siento bendecido por haberle podido mandar un selfi desde aquí con mi obra”, bromeó.
Entre las piezas mostradas —creaciones que se regodean en la organicidad de las formas geométricas y que invaden el conjunto de los espacios donde se instalan a través de elementos como la luz o el agua en sus diferentes estados— no podían faltar algunos de sus más reconocidos proyectos, como Cascada (2019). Esta obra, que Eliasson ya había desplegado en un tamaño mayor en el East River de Nueva York o en los jardines del Palacio de Versalles, consta de un andamio de 11 metros de altura colocado ahora en el exterior del museo del que brotan chorros como si se tratara de una naturaleza construida por la mano del ser humano. Otra pieza Pared de liquen (1994), consta literalmente de un muro hecho de hongos, esos seres vivos que hacen las veces de material artístico, algo que suele ser inerte pero que en esta pieza cobra vida. “Esta mañana hablé con mi pareja de que somos bacterias, átomos, células… naturaleza”, reveló el autor. “Ella me ha dicho que cuando los átomos piensan sobre los átomos, se pasa de la naturaleza a la cultura”.
En los más de 30 años de reflexión creativa, que ha llevado a cabo en colaboración los muchos miembros de su estudio de Berlín, compuesto por decenas de arquitectos, artesanos e investigadores, la carrera de Eliasson alcanzó su punto de inflexión en 2003 con la instalación Proyecto del clima, que levantó en el abrumador vacío de la Sala de Turbinas de la Tate Modern. Allí modeló un enorme sol naranja cubierto de niebla bajo el que el público podía pasear, moverse o incluso tirarse en el suelo para ver su sombra reflejada. Ese proyecto marcó un antes y un después en el modo de aproximarse a las obras de arte que aún se mantiene en el espíritu de todo lo que hace Eliasson, y que en realidad se remonta a los orígenes de su práctica: la involucración del espectador a la hora de insuflar vida a las obras mirándolas, tocándolas, atravesándolas, y otorgarles así significados múltiples a través del punto de vista. Esto queda patente a lo largo de toda la antológica del Guggenheim, con obras como Habitación para un color (1997), cuya luz amarilla hace que todo se vea en blanco y negro
Con barba e indumentarias grises que contrastan con el sol que atraviesa las nubes que se ciernen sobre Bilbao, el multifacético creador habla despacio y repasa cuidadosamente las ideas en su cabeza mientras saborea un café y se extiende en sus explicaciones. “El autor es en parte el público, en parte soy yo y en parte es el museo”, explicó ayer. “Creo que hay que descentralizar no solo la idea que tenemos de autor, sino también de autoridad. En ese sentido, es importante tener un punto de vista más feminista, porque el patriarcado está fuertemente arraigado. Esto lo sabéis muy bien aquí, en el país de Picasso, un hombre que fue abusivo con las mujeres, como un Harvey Weinstein de su tiempo, pero cuyo comportamiento se consideraba aceptable”.
¿Es hoy la industria del arte, con sus ferias de tamaños monstruosos y exposiciones itinerantes por medio mundo, sostenible? “No es lo mismo el mercado que el mundo del arte”, responde. Además, agrega, no conviene equiparar las grandes instituciones culturales con la idea misma de cultura. “No pongo en duda que las ferias de arte no son sostenibles, pero la cultura sí que lo es, porque es local, no es consumista y se basa en la inclusión y en la escucha”, aseguró el artista. Él, a pesar de tantas influencias, perspectivas y medios de trabajo, se siente “afortunado de poder denominarme como tal”, explicó. “Cuando era joven decía que trabajaba en diversos campos”, reconoció. “Luego con el tiempo, al trabajar junto a especialistas asombrosos, he cambiado de parecer”.
Babelia
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