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“ETA está lejos, no significa mucho”

El escritor Bernardo Atxaga habla sobre su última novela, 'Casas y tumbas', ya publicada en euskera y, desde este jueves, disponible en español

Miquel Alberola
Bernardo Atxaga, este jueves en el Hotel de las letras, en Madrid.
Bernardo Atxaga, este jueves en el Hotel de las letras, en Madrid.B.P.

La última novela de Bernardo Atxaga, Casas y tumbas (Alfaguara), llega, además, con el marchamo de ser su novela final. No es que se haya vaciado como autor. “Contra lo que parece, es que soy optimista”, justifica en una conversación en un hotel de la Gran Vía de Madrid. Va hacia los setenta años y tiene ganas de empezar “otra etapa”. Su vida ha sido “una travesía que empezó con Obabaoak y termina con Casas y tumbas”. Recurre al pintor japonés Katsushika Hokusai, quien admitió que hasta los sesenta no había hecho un dibujo que le gustara, calculaba que a los ochenta empezaría a hacerlo bien y que a los 120 lo que haría sería maravilloso. "Con ese espíritu de Hokusay pienso empezar una nueva etapa, renovarme. Y dejarlo bien cerrado: Obabaoak, estación de salida; Casas y tumbas, estación de llegada".

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La novela, que se puso este jueves a la venta, se publicó hace tres meses en euskera con el título de Etxeak eta hilobiak. Pero se pudo llamar El soldado que llamó a Franco cabrón. "Cuando digo que cuesta tanto escribir una novela es porque hay cantidad de salidas en falso", explica. Primero hizo una versión de esta novela que se llamaba Pamela: "no tenía salida". Luego, El soldado que llamó a Franco cabrón: "Quizá algún día retome este hilo, pero cuando llevaba unas ochenta páginas, en vez de ir abriéndose y abarcando más mundo, como ocurre en las novelas, se iba cerrando". Después se llamó Hilos de agua entre las piedras, pero al final concluyó que "la vida solo puede tener un tema: la vida en general. Y entre la casa y la tumba hay vida, o vidas".

Entre Obabakoak y Casas y tumbas la vida mutó. "Obaba era un mundo sin Marx, sin Freud. La palabra esquizofrenia no existía en el léxico. La comprensión de la vida era a partir de esquemas heredados, que hoy llamaríamos supersticiosos, con restos míticos… Ese mundo en el que se piensa que el jabalí era un niño que se transforma en animal". Ese mundo se derrumbó. "La televisión es el martillo que da en el punto crucial y rompe la campana. Rompe ese mundo, cambia todo. Hasta el mobiliario de las casas: no se sabía qué era una sala de estar", sostiene. La vida sacude Ugarte, el contrapunto de Obaba. Hay televisión para ver los Juegos Olímpicos de Múnich, psicoanalistas, maoístas, hospitales, LSD, marihuana… “Es solo un paso en un mundo que ha durado muchos años”.

La obra es un relato a través de seis capítulos con saltos en el tiempo, entre 1972 y 2017, y un epílogo en forma de alfabeto. Arranca en Ugarte, pasa por un cuartel de El Pardo, salta al colegio francés de Beau-Frêne (en Pau), se expande hacia Texas, hacia California, se traba con historias de amistad, con fricciones familiares, con conflictos sociales, con hondos sentimientos… Pasan animales (una urraca, un jabalí, perros, un caballo…); corren Frank Shorter y Usain Bolt; golpea Anthony Joshua; asoman Bernardette Soubirons, Sigmund Freud y Mao Tse-Tung; resuenan Françoise Hardy, Adamo y Adele.

La vida en Casas y tumbas sucede a naturaleza abierta y con espacios cerrados. Beau-Frêne, donde estuvo Atxaga a los 13 años, es el espacio "más asfixiante". También el hospital. Otro fue el cuartel de El Pardo, a escasos metros de la médula de la dictadura, en el que Atxaga crea un espacio de subversiva libertad. Hay trasiego de vino, choripanes, zurracapote… "Precisamente dentro de los espacios cerrados (cuarteles, colegios internos, hospitales…) es donde está la resistencia y la fuerza que, de uno en uno, no tendrían los cuatro amigos (que protagonizan parte de libro). Dentro de cualquier situación de falta de libertad siempre se puede crear una resistencia". En la vida real, el autor y sus compañeros de servicio militar se encontraron una urraca a la que querían enseñar a decir "Franco cabrón". Pero se asustaron: "Aprendimos a resistir con muchas caídas".

Los animales desarrollan un papel esencial en la obra de Atxaga. "A la hora de escribir me interesa que haya un vínculo con el pasado, con los comienzos de la literatura. Cuando hablo de un jabalí, tengo presente que Ulises fue mordido por un jabalí en la Odisea y le dejó una cicatriz. Cuando narro a partir de un pastor, sé que en Belén los había y que Virgilio también habla de ellos. Intento que la historia que estoy contando no sea la crónica somera de un tiempo, sino que tenga una serie de vínculos con otras historias". Los animales también remiten a Atxaga a la infancia, "incluso al miedo", o a la incomprensión. Es muy probable que mi próximo libro, que no sé qué texto tendrá, se titule La mirada del caballo. Siempre me ha intrigado qué hay detrás de esa mirada".

La naturaleza no es solo un escenario en la obra del escritor. Es mucho más que un personaje. "No soy nada romántico en torno a otras realidades, en cambio, con respecto a la naturaleza soy romántico. Lo soy en el sentido de los románticos, que tenía vida, anima mundi. No es que lo crea: actúo de esa manera. Lo manejo no como un escenario, sino como si fuera parte del espíritu, de la interioridad de las personas que andan por ahí. Es una línea muy fuerte dentro de la literatura considerar la naturaleza mezclada con lo que somos nosotros. Así lo utilizo".

El autor de Casas y tumbas siempre mira más hacia dentro que hacia fuera a la hora de escribir. “Así lo hago. La prueba es que no me documento nada. Solo en la revisión final. Todo lo saco de mi cabeza. No consulto nada. La mente es el gran espacio. Cada vez me interesan más los laberintos mentales”. La novela tiene un desvío lisérgico en el que irrumpe Sergio Leone. “Los viajes lisérgicos”, señala, “me dan oportunidad de narrar de una forma no convencional”. Atxaga tuvo una experiencia con la anestesia en una operación que califica de “viaje agradabilísimo, con colores y rocas que sonaban como música”. Considera que el capítulo en el que aparece Lee van Cleef ha sido el más gozoso de escribir.

En la novela solo aparece “tangencialmente” ETA. Atxaga considera que ya entró directamente en el tema cuando escribió El hombre solo o Esos cielos. “En esa época el tema venía a mí. Reaccioné. Me parece que ahora, salvo los profesionales y quienes tienen ese interés político concreto, el resto lo ve como algo que ocurrió. En la novela lo coloco en el punto en el que está: el pasado. Lo que está lejos no significa mucho. Trato de seguir el movimiento de lo real”.

Una gran parte del éxito del escritor en el mercado en castellano recae en Asun Garikano, su pareja, que traduce y edita sus obras desde el euskera original. “Siendo un escritor bilingüe, no creo que pudiera seguir sin una persona que traduce y edita como ella”. El autor ha hecho algunos textos directamente en castellano, como el epílogo de Casas y tumbas: “Me he acostumbrado a ser un escritor bilingüe. Es más largo, más trabajoso, pero te da una experiencia”. En cierta ocasión, en París, le molestó que se le presentara en un acto como escritor español sin aludir a que escribía en euskera. “Me molestó por cómo se produjo. Era una mesa redonda con Umberto Eco y previamente habíamos hablado que sería presentado como un escritor en ambos idiomas. Me pareció feo. Pero los franceses consideran que lo resolvieron todo con la Revolución Francesa. La actitud de Eco fue reconfortante”.

Atxaga vacila antes de responder si vuelven a ser malos tiempos para la diversidad lingüística en España. “Se tolera mal, en general, la diferencia. No solo en este país. Es un poco deprimente. La diferencia, que es lo más ameno, se considera como un estorbo. Como algo enemigo de la sociedad. Creo que esto en este país se acabará generalizando”, confía. Respecto a si la concesión del Premio de las Letras, que acaba de recibir, constituye un síntoma positivo, advierte: “Lo que no sabe la gente es que yo tengo suerte”. Para él, la suerte es la coincidencia el movimiento general de la sociedad con con el propio. “Estaba acabando el libro y eso coincide en que echan a la derecha española y hay un movimiento político mucho más humanista que el anterior. Esa coincidencia se da en el tiempo. No es retórico: es suerte”.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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