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Rodin y Giacometti, los escultores que caminaron juntos

Dos exposiciones paralelas en Madrid exploran las conexiones entre ambos artistas y el trabajo sobre papel del francés

'El hombre que camina' de Giacometti (a la izquierda), frente al 'Hombre que camina' de Rodin en la exposición de la Fundación Mapfre 'Rodin-Giacometti'.
'El hombre que camina' de Giacometti (a la izquierda), frente al 'Hombre que camina' de Rodin en la exposición de la Fundación Mapfre 'Rodin-Giacometti'.VÍCTOR SAINZ
Silvia Hernando
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Cual mantra cien veces declamado, como una oración que, una cuenta del rosario tras otra, va forjando la senda hacia la iluminación, algunos artistas han hallado en la repetición la base de su vocación por la perfección creativa. Por sus series de dibujos que incansablemente exploran posturas que son formas y formas que son abstracciones; por sus esculturas que, una y otra vez, buscan el matiz de un gesto, la sutil diferencia de una expresión que transforma el punto de vista, Auguste Rodin (París, 1840 – Meudon, 1917) fue uno de esos tipos. Su incesante vuelta al origen, manifestada también a modo de implacable revisión de la antigüedad clásica y arcaica, enseguida cautivaron la atención del niño Alberto Giacometti (Borgonovo, 1901 – Coira, 1966) quien, en el estudio de su padre artista, en Suiza, absorbió esas enseñanzas para ponerlas en práctica intermitentemente en distintas fases a lo largo de su vida.

En un ejercicio nunca antes visto en España, esa mirada que Giacometti posó sobre Rodin es objeto de una exposición conjunta: Rodin-Giacometti (Fundación Mapfre de Madrid, hasta el 10 de mayo), un repaso por las aspiraciones comunes de ambos escultores, dos de los más destacados de la historia contemporánea, que se complementa con la muestra Rodin. Dibujos y recortes (Fundación Canal de Madrid, hasta el 3 de mayo), una selección de algunos de los trabajos sobre papel del francés.

'Monumento a los Burgueses de Calais', 1889 (copia moderna), de Auguste Rodin, expuesta en la Fundación Mapfre.
'Monumento a los Burgueses de Calais', 1889 (copia moderna), de Auguste Rodin, expuesta en la Fundación Mapfre.Musée Rodin

La inesperada conexión entre ambos nombres y estilos, uno propio del siglo XIX y otro parte definitoria de las vanguardias del XX, va concretándose a lo largo de la exposición a dos en Mapfre hasta llegar a su clímax justo al final del recorrido. Allí se han colocado frente a frente dos de las piezas capitales de cada uno de los artistas: sus Hombres que caminan. El de Rodin, fragmentario, remite a la plenitud escultórica y humana sin necesidad de completar la representación de su figura. Sin cabeza, sin brazos, sin parte del pecho, al caminante no le falta nada para transmitir su carácter de obra conclusa. “Esto le permite reflejar lo que yo llamo un expresionismo, una fuerza expresiva anterior al movimiento artístico alemán”, explicó la directora del Museo Rodin de París, Catherine Chevillot, quien participó en la mañana del martes en la presentación de las dos muestras. Colaboradora de ambos proyectos, la institución ya había realizado “cara a caras” como este en otras ocasiones, enfrentando a Rodin con artistas como Henri Matisse o Robert Mapplethorpe.

El elongado Hombre que camina de Giacometti abre las piernas como el de Rodin para dar un paso adelante, en su caso menos glorioso y más lleno de una pesadumbre, dada la traumatizante época de guerras que marcó el momento de su concepción. “Hay dos ideas que atraviesan el proyecto y que se muestran en estas obras: una es la capacidad de ambos para ver y magnificar la fragilidad del ser humano, la otra es la búsqueda de la verdad en lo esencial”, apuntó Chevillot, quien subrayó la poca querencia de estos escultores por la “anécdota”, al despojar continuamente a sus personajes de ropas o cualquier otro adorno superfluo. “Rodin tenía un sentido de la libertad que le llevó a retomar fragmentos humanos, fragmentos de la historia del arte, para reconstruir algo nuevo con ellos”, agregó Catherine Grenier, directora de la Fundación Giacometti. “Creo que Giacometti es un artista similar: el rasgo que les une consiste en partir de la finitud, que es para ellos un obstáculo y a la vez un recurso”.

'El claro', 1950, de Alberto Giacometti, expuesta en la Fundación Mapfre.
'El claro', 1950, de Alberto Giacometti, expuesta en la Fundación Mapfre.Fondation Giacometti

A lo largo de la exposición, la visión del grupo humano que Rodin plasmó es su Monumento a los burgueses de Calais se compara con la acumulación de figuras espectrales que conviven sobre los pedestales de Giacometti; los pedestales con los que ambos jugaron y experimentaron se convierten en figuras deformadas en muchas de sus esculturas; y la deformidad y el accidente en que ambos se regodean se erige como una categoría artística en sí misma. Todo un juego de relaciones que, aseguró Grenier, se fundamenta en deducciones objetivas extraídas de los archivos del artista suizo que su fundación atesora. “Se trata de una relación obvia, pero que no ha sido enfatizada”, señaló la directora, que recordó una historia: “Cuando Giacometti estaba en la escuela tenía que pagar el autobús, pero durante un tiempo tuvo que ir andando porque dedicó el dinero a comprar un libro con las obras de Rodin”.

La relación del escultor francés con su propia práctica creativa, su aproximación al espacio desde las dos dimensiones del dibujo y las tres de la escultura, marca la temática de la muestra individual de Rodin en la Fundación Canal. En cierto modo, esta idea también conecta con otra que sobrevuela la propuesta de Mapfre: la del trabajo en series. A través de la repetición de dibujos y recortes –que apenas dejó ver en vida y que se anticiparon a los experimentos de las vanguardias–, el artista exploró la noción del volumen por medio de figuras que superan los límites de sus propios soportes.

'Mujer desnuda, tendida de costado, con brazos y piernas plegados', de Rodin, dibujo expuesto en la Fundación Canal.
'Mujer desnuda, tendida de costado, con brazos y piernas plegados', de Rodin, dibujo expuesto en la Fundación Canal.

El papel del modelo, tan crucial para él como después lo sería para Giacometti, se percibe en toda su magnitud ante estas obras sobre papel que replican secuencias de movimientos de bailarinas y mujeres en poses muchas veces tan acrobáticas como de tintes eróticos. La relación “volcánica” que Rodin mantuvo con Camille Claudel a partir de los años ochenta del siglo XIX fue en parte causante de esa propensión a representar su lujuria, según aseguró Chevillot, que rechazó dar credibilidad a las acusaciones de que el escultor robó algunas de las ideas de quien había sido su alumna. “Hay una porosidad entre la arquitectura gótica y la arquitectura humana en la obra de Rodin”, añadió la directora sobre el carácter de sus dibujos. “Y también hay una indiferencia en su actitud a la hora de buscar un sentido en sus figuras, tanto en lo que se refiere a la dirección de sus posturas como a su significado". 

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Sobre la firma

Silvia Hernando
Redactora en BABELIA, especializada en temas culturales. Antes de llegar al suplemento pasó por la sección de Cultura y El País Semanal. Previamente trabajó en InfoLibre. Estudió Historia del Arte y Traducción e Interpretación en la Universidad de Salamanca y tiene dos másteres: uno en Mercado del Arte y el otro en Periodismo (UAM/EL PAÍS).

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