La colonia olvidada de españoles en Estados Unidos
La exposición ‘Emigrantes invisibles’ en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid reconstruye la historia de obreros y campesinos que marcharon a Norteamérica
Eran vascos que emigraron a Idaho y a la Costa Oeste de Estados Unidos para dedicarse al pastoreo; cántabros que marcharon a cavar en canteras de mármol y granito en Vermont y Maine; andaluces y extremeños que viajaron a Hawai a trabajar en campos de caña de azúcar y de ahí saltaron a California; o asturianos que fueron a las fábricas metalúrgicas y minas del cinturón industrial del Medio Oeste. “Su patria era el trabajo. Su destino no era un lugar geográfico concreto sino un empleo. Eran emigrantes económicos y hemos reconstruido su historia a partir de los archivos familiares que conservan sus descendientes”, señalaba ayer el catedrático de la Universidad de Nueva York, James D. Fernández quien, junto al cineasta y periodista Luis Argeo, lleva más de una década investigando la poco conocida historia de la inmigración española que desde mediados del siglo XIX llegó a Estados Unidos —o “el Norte”, como se referían a ese país los españoles en aquellos años—.
Fernández y Argeo han elaborado documentales y libros en torno a este tema según avanzaba su investigación y ahora suman un nuevo capítulo a la difusión de su proyecto con la muestra Emigrantes Invisibles. Españoles en EE UU 1868-1945, organizada por la Fundación Consejo España-EE UU y que ha contado con el impulso, entre otros, de la escritora María Dueñas —su última novela Las hijas del capitán se apoyó en algunas de estas historias— o del chef José Andrés. Desde hoy y hasta el 12 de abril la exposición permanecerá abierta en el Centro Cultural Conde Duque, y los organizadores esperan que pueda viaje a otras ciudades españolas y por Estados Unidos.
Estructurado en seis capítulos el recorrido presenta las fotos ampliadas y restauradas que permanecían en álbumes, cajas metálicas de galletas y baúles, desperdigadas en 16 Estados antes de que fueran compartidas con los investigadores, y restauradas por Paco Gómez para la exposición. Ahí están, por ejemplo, los Salinero estrenando un coche, la fachada del Hotel Los Vascos abierto en San Francisco en 1893 por Juan Francisco Yparraguirre o los pelotaris retratados en el frontón de la calle Cherry en Manhattan, como indican los pies de foto. Las fiestas, piquiniquis o picnics, excursiones, bailes, bodas y entierros dan cuenta de los nexos de unión de esta comunidad que compartía en muchos casos el deseo de regresar a España y que estaba unida por las penurias económicas que inevitablemente impulsaron la solidaridad. “Con el paso del tiempo las sucesivas generaciones van individualizando los recuerdos. Te dicen ‘esta foto es de mi bisabuelo’ cuando la imagen muestra a un grupo de 300 españoles. Es la historia colectiva la que se ha ido borrando y, por eso, hablan de sus antepasados como de casos excepcionales”, apuntaba Fernandez.
Lo cierto es que aunque muchos emigraban a Cuba o Argentina, y el número de españoles en EE UU no era tan abultado como el de italianos, griegos o irlandeses, tampoco era tan pequeño: en 1930 se estima que solo en Nueva York había entre 25.000 y 30.000. Su historia, sin embargo, ha tenido poca mitología y leyenda: ni en el país de acogida ni en el de origen, se les ha prestado atención. “No eran tantos, y eran diversos ya que procedían de distintas regiones y muchos empezaron a sentirse españoles en EE UU porque hasta entonces se sentían más gallegos o asturianos que otra cosa. Además, la Guerra Civil marcó un punto de inflexión; para la gran mayoría cerró la puerta al regreso y en la asimilación total a EE UU por la que apostaron, se borró su historia”, razonaba el catedrático, que reconocía su asombro al ver cómo vuelve a aflorar el regionalismo ahora. “Esta inmigración fue un fenómeno histórico transversal, pero ahora cada autonomía tira de lo suyo”.
La muestra abierta en Madrid arranca en 1868, cuando empiezan los problemas en Cuba, y termina en 1945 con la dictadura de Franco instaurada en España sin que los aliados hicieron nada al respecto. Junto a las fotografías se incluyen objetos como un molde para hacer puros (muchos españoles llegaron de Cuba a Tampa en Florida y allí siguieron con el negocio tabaquero), diarios, y cartillas. También dos baúles: el que recibió la viuda de un español que murió en una fábrica de Ford con sus posesiones, --como explicaba ayer su nieta Juana Gallardo--, y otro que se trajeron de vuelta Isidra Solís y Diego Barquilla a Trujillo tras su periplo norteamericano que les reportó suficientes ganancias para abrir allí el Mesón La Troya. Dos historias de emigrantes con finales dispares, desenterradas en la nueva exposición.
Babelia
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