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Noa pone letra a la música de Bach para celebrar sus 30 años de carrera

La artista israelí, producida por Quincy Jones, visita Madrid junto a Ana Belén, Marina Heredia y Ara Malikian

La cantante Noa, en un concierto en Barcelona este 2019.
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Achinoam Nini se acostumbró a escuchar desde muy pequeña que la música de Bach era sesuda, matemática, complejísima. La mayor pesadilla imaginable para cualquier intérprete cualificado de música clásica. Pero la primera vez que su profesora de piano rusa le colocó el Minueto de Johann Sebastian en el atril, supo que su flechazo con el genio sería probablemente eterno. Ahora Noa, su nombre artístico, satisface esa deuda de gratitud con Letters to Bach, su trabajo más atípico e inopinado, 11 versiones de otras tantas partituras clásicas a las que ella ha puesto voz y letra bajo la supervisión de, asómbrense, Quincy Jones. “No soy ninguna estudiosa de la música barroca, pero quise afrontar el reto desde el amor y sin prejuicios. Los estigmas son el mayor problema de nuestro tiempo”, asegura esta israelí de sangre yemenita, que estrena el próximo miércoles en el Teatro Circo Price de Madrid su “disco barroco”.

Hace tiempo que Noa aprendió a escuchar más a su instinto que al entorno. A principios de la década de los noventa, cuando debutaba a nivel internacional con un álbum homónimo producido por Pat Metheny, el guitarrista de Misuri le ofreció una enseñanza más valiosa aún que alguna melodía: “Una buena crítica te permitirá ser feliz durante cinco minutos. Acostúmbrate a que el enfado ante una mala crítica no te dure más que otros cinco…”. Desde aquella, le perdió el miedo al vértigo. “Nunca hago un disco semejante al anterior. Ahora trabajo en una obra muy libre y loca, de improvisación radical, que quizá sorprenda a algunos. Pero es una especie de pacto que he alcanzado con mis espectadores. Yo les ofrezco La vida es bella, Ave María, los grandes éxitos que no se quieren perder. A cambio, les invito a que se adentren sin miedo en mis aventuras menos conocidas”.

Así sucederá en su esperada visita madrileña del día 15. Celebra 30 años sobre las tablas y ha confirmado que la acompañarán “amigos muy especiales” a la hora de revisar algunos de sus éxitos; en concreto, la incombustible Ana Belén, la cantaora flamenca Marina Heredia y el ubicuo y virtuoso violinista Ara Malikian. Y, entre medias, su aventura más reciente y heterodoxa. Porque en ese Letters to Bach confluyen de alguna manera su vertiente popular y la exploratoria.

“Algunas de estas melodías”, anota, “son éxitos omnipresentes. Las hemos escuchado desde niños en el cine, en la radio, hasta como tonos para el móvil. Yo he querido conectarlas con el siglo XXI. Sin alardes ni vibratos. Sintiéndome más cerca, digamos, de Joan Baez que de Maria Callas. Y con letras y temáticas que le gustarían al propio Johann Sebastian, porque conectan con el espíritu real de nuestros tiempos, no con las raves o la música electrónica…”.

El cambio climático, el conflicto palestino-israelí o la incertidumbre de la pasión amorosa (escuchen No, baby, lectura en clave de scat jazzístico de la popular Badinerie) conviven en estas adaptaciones libérrimas. Pero de ninguna se siente tan orgullosa Noa como de Oh, mama dear, donde la Invención número 13 se convierte en carta a su hija quinceañera (la cantante tiene otros dos retoños, de 19 y de 10), una chavala tan fascinada por Instagram y la cultura del selfi como otros tantos millones de integrantes de su generación. “Son más inteligentes que nosotros y disponen de todas las facilidades”, argumenta la vocalista, “pero necesitan amor para comprender que el yo no es lo único ni lo más importante. Y me maravilla comprobar cómo una música tan antigua puede capturar el espíritu de estas problemáticas del tiempo presente”.

Noa, con todo, es optimista hasta extremos casi temerarios. No solo opina que “las cosas más maravillosas aún no se han inventado”, sino que confía en verlas “si antes esa gente inmadura que ahora gobierna el mundo no acaba por destruirlo”. Le habría gustado celebrar su 50 cumpleaños, el pasado mes de junio, “con el final de medio siglo de ocupación israelí en el territorio palestino”. Pero le reconforta formar parte ahora del festival Inverfest para reencontrarse con el público madrileño, uno de los que mejor la ha comprendido desde el primer día. Y se siente afortunada como una mujer “rica en experiencias, mucho mejor que rica en dinero”. “Cuando me hice conocida con el primer álbum”, revela, “mi discográfica me ofrecía canciones odiosas con las que, según ellos, conseguiría un éxito enorme. Pero el éxito es una gran mentira. Hoy no lleno estadios, pero sí teatros con gente hermosa que aprecia la belleza”.

Desde esa postura de integridad, asegura que los artistas más humildes y generosos que ha conocido nunca son los que más motivos tendrían para la soberbia. “Metheny es uno de ellos. Stevie Wonder, otro. Nos invitaron a un homenaje televisivo en Los Ángeles y preparamos 15 canciones suyas. Él prefirió interpretar una mía, Child of man, y quedarse en segundo plano, tocando la armónica". Y el tercero es Quincy Jones, responsable (entre millares de logros) de la grabación de Thriller y demás discos celebérrimos de Michael Jackson, e inesperado productor ejecutivo de este Letters to Bach.

"Quincy es un gran activista, como yo. Coincidimos en el Hall of Fame y me propuso que trabajáramos juntos. Su nivel de perfeccionismo es supremo, así que cada vez que mi guitarrista, Gil Dor, y yo le mandábamos una grabación a Los Ángeles, nos temblaba el cuerpo entero. Pero acabó dándonos su bendición…". Igual que el pianista francés David Fray, uno de los mejores intérpretes mundiales de Bach y admirador confeso de este trabajo. "Nos están pasando cosas tan bonitas", resume Noa, "que mi profesora de canto, Hanna Hacoen, asistiera a sus 90 años a ver el estreno del proyecto en Tel Aviv. Y me dio las gracias así: 'Yo no creo en Dios, Noa, pero creo en Bach".

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