“Un acto de justicia para un editor único e irrepetible”
El Ayuntamiento de Barcelona entrega a título póstumo la Medalla de Oro al Mérito Cultural a Claudio López Lamadrid en un abarrotado Saló de Cent
Hubiera sido poco probable, aseguró el crítico Ignacio Echevarría, que el Ayuntamiento de Barcelona le hubiera concedido este año la Medalla de Oro al Mérito Cultural a Claudio López Lamadrid si Claudio López Lamadrid, el editor titán “y poderosamente humano” que quiso ampliar y lo hizo, como dijo Elvira Navarro en su discurso de apertura, “el campo de batalla”, siguiera entre nosotros. “Hubiera sido aún demasiado joven para recibir algo así”, recordó, la noche del día en el que hubiera cumplido los 60. “Pero imaginemos”, se aventuró, “que, a despecho, este Ayuntamiento hubiera decidido distinguirle, ¿habría aceptado Claudio la distinción?”. ¿La habría aceptado? “Imaginemos que sí”, se respondió el crítico, que bromeó sobre lo mal que lo habría pasado, de acceder, esperando su turno para hablar.
“Claudio, que era de escabullirse de cualquier situación imaginable, habría estado ahí sentado, mirando con descaro su teléfono, de los nervios, sintiéndose muy honrado de recibir una distinción así, no por vanidad sino por lo que significa: el reconocimiento a una labor que desarrolló con verdadera pasión”, relató Echevarría, desde el atril de un Saló de Cent abarrotado. Su equipo, y prácticamente la división literaria al completo de Penguin Random House encabezada por Núria Cabutí, su consejera delegada, y los directores editoriales Pilar Reyes y Miguel Aguilar, ocupaban una bancada. El resto lo abarrotaban familiares, algunos escritores, agentes, periodistas, y, sobre todo, amigos, que asistieron, emocionados, al momento en el que el propio López Lamadrid tomó la palabra desde una pantalla para recordar cómo de invisible debió ser siempre su trabajo.
En el pequeño clip homenaje, obra de Poldo Pomés, que se pasó en el centro del acto, el editor repasa, desde su despacho, y con la impaciencia que le caracterizó siempre, cómo fueron sus inicios —trasladando el almacén de la editorial Tusquets—, y de qué manera llegó a proyectar la reunión de la literatura de los disintos países de habla hispana, el proyecto sobre el que Echevarría quiso puntualizar. “Se ha dicho que su labor ha ayudado a prolongar la condición de Barcelona como capital del mundo hispánico a nivel editorial, pero la gran apuesta de Claudio en Latinoamérica consistió en dotar de personalidad y autonomía a cada sede para romper la impronta colonial de Barcelona. Así Barcelona funciona en pie de igualdad con Santiago de Chile y México en un mapa capaz de integrar todas las voces, estilos, imaginarios, poéticas”, añadió.
Su discurso siguió al de Elvira Navarro, que trazó un retrato del que fue su editor, un editor que, “de todos los trabajos prefería el editor con acento en la e”, el del que cuida de los textos, rodeado de “un equipo maravilloso que era un reflejo de su enorme talla humana”. “No quería ser Claudio un intelectual encerrado en su oficina, quería dar la cara, establecer una interlocución directa con sus lectores”, apuntó la escritora, y su apunte, que amplió a su omnipresencia en las redes sociales, se sumó a algo que más tarde diría Echevarría al compararle con “el legendario Herralde”, rostro ausente en el homenaje, que López Lamadrid “acuñó el modelo más plausible de editor del siglo XXI” que “no perpetuó el modelo clásico de editor” sino que se enfrentó “sin prejuicios y con espíritu aventurero, los retos de una nueva época”.
“Nuestra ciudad no sería la misma sin gente apasionada como Claudio”, manifestó Joan Subirats, teniente de alcalde, encargado de hacer entrega de la medalla a sus hijos, Jimena y Jacobo López Lamadrid, en ausencia de la alcalde Ada Colau. “El de hoy es un acto de justicia para un editor único e irrepetible que ayudó a prolongar el idilio mágico que esta ciudad tiene con los libros”, sentenció el político, antes de dar la palabra a los hijos del editor que, emocionados, dijeron unas palabras. “La modestia de mi padre no le dejó disfrutar de sus triunfos, pero le hubiera encantado recibir este gran reconocimiento de su ciudad del alma”, dijo su hijo Jacobo. “Mi padre no era de homenajes, entendía su trabajo como algo discreto, pero hoy creo que estaría muy orgulloso de recibir este reconocimiento, tanto como nosotros”, dijo Jimena.
El cierre del acto correspondió a la que su pareja, la escritora Ángeles González-Sinde, que leyó el poema de Antonio Machado Saber esperar, y un emocionante “retrato parcial” del editor que había publicado aquel mismo día en el que se refiere a la corporeidad de lo vivo y a lo que queda después, algo “muy parecido al alma”, que “se puede expandir en los que quedan”. “Lo bueno del mundo es que es grande”, dijo que solía decirle, y que le gustaba la idea de que las posibildades nunca se acabaran. “Si hubiera estado vivo hoy, me habría dado a leer antes de venir su discurso, buscando amarrarme a él, con una necesidad de elogio infantil y tierna que es lo que yo de él amaba”, añadió, y concluyó con un “de corazón, gracias, gracias por el reconocimiento a un vecino de Barcelona”.
Babelia
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