Los 500 de Jorge Herralde
Anagrama celebró este jueves sus 50 años con una fiesta en torno a su editor que congregó a medio millar de autores, editores y agentes nacionales y extranjeros
Sufría el editor Jorge Herralde reiteradas extrasístoles, desagradable sensación de paro cardíaco, que se desvelaron consecuencia de los nervios; la drástica reducción del café y el tabaco (y, más laxa, del alcohol) las acotaron. Ayer, hubiera estado justificado que asomara un nuevo episodio, esta vez generado, amén de por alguna merecida copa extra, por la emoción de verse rodeado por medio millar de amigos del sector editorial, entre autores, editores y agentes literarios de acá y de allá, que quisieron celebrar en Barcelona con el editor y su equipo el medio siglo de vida de Anagrama.
Sacudía por los hombros Herralde (Barcelona, 84 años) a muchos de sus invitados, como se antoja debía repartir la camaradería el espartano Leónidas a sus 300 hombres ante la larga batalla de las Termópilas. "La edición es el oficio más bonito del mundo o el único que sé hacer", decía, para recordar que empezó luchando contra la censura y ahora lo hace "contra Netflix, Amazon y los videojuegos; es inquietante".
Enlazaba así Herralde con el parlamento que el italiano Carlo Feltrinelli, presidente del grupo que lleva su apellido y propietario de Anagrama y de la cadena de librerías La Central, había hecho a mediodía en la cita previa ante una veintena de autores internacionales de su cuadriga: “En la era de la tiranía de las tecnofinanzas, de las necesidades inducidas, algoritmos sofisticados y tristes pasiones en sociedades aparentemente saturadas, ha hecho un catálogo que es síntesis de su obsesión intelectual y una tenacidad que hacen que hoy pocos sellos en el mundo le sean comparables; fue antídoto en la España de Franco y hoy es la imagen de una Europa ideal, vital, cosmopolita y abierta; ni Roberto Calasso creo que me contradiga”. Y el refinado autor de la casa y editor de Adelphi solo pudo asentir.
“Es brillantísimo, muy coqueto, divertido… y testarudo”, fijó a su editor español con cuatro adjetivos Yasmina Reza, mientras su compatriota Emmanuel Carrère admitía que Herralde le riñe porque hace cine y eso le resta tiempo para escribir, quizá porque, tras 13 años, regresa como realizador adaptando el libro de Florence Aubenas Le quai de Ouistreham, con Juliette Binoche, sobre el submundo de los desempleados.
‘Hermanos’ del extranjero, pero no bibiotecarias
Invitó Jorge Herralde a sus hermanos del extranjero. Y así corrían por el concurrido espacio desde los franceses Dominique Bourgois o Gustavo Guerrero (Gallimard) hasta el alemán Heinrich von Berenberg. En lo político, amén de la inesperada llegada de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, Mariàngela Vilallonga, consejera de Cultura de la Generalitat, y Olvido García Valdés, Directora General del Libro del ministerio, dos presencias que hubo quien asoció a los apetitosos 147 archivadores con la documentación histórica de Anagrama, que se disputan la Biblioteca Nacional de España y la Nacional de Cataluña, cuyas directoras no asistieron.
Algo "atemorizado, pese a que ya tenía 38 años", se recordó también el norteamericano Richard Ford cuando conoció a un editor para él "legendario", hombre "serio, generoso y con empatía, pero es editor", alertó, lo que implica que "debe saber decir que no también a los amigos". "Yo no quisiera que publicara un libro mío si no le gustara. Hoy nadie quiere asumir responsabilidades por nada y él sí; gratificante", abundó.
Y sí, así se veía al editor, decidido, como su esposa Lali Gubern (“mi fichaje número uno, infatigable”, reconoció en público Herralde) en la gala de la noche, donde los invitados se identificaban a partir de tres filas: “Colegas y amigos”, “Autores internacionales y Feltrinelli” y “Autores autóctonos”. Bajo esa división y ante una decoración a base de los libros de Anagrama de los que salían flores o sustentaban jarrones, desfiló toda la competencia: grandes (Núria Cabutí y Josep Creuheras, máximos mandatarios de Penguin Random House y Planeta), medianos (Ricardo Rodrigo, de RBA; Beatriz de Moura, fundadora de Tusquets) o pequeños (Luis Solano, de Libros del Asteroide; Jan Martí, de Blackie Books; Ofelia Grande de Andrés, de Siruela…), escritores (Martínez de Pisón, Mendoza...). “Es para desmentir pequeños equívocos”, dijo el editor.
Gubern, de granate hasta los zapatos, hacía de anfitriona canónica y recibía a la entrada del noble local en un principal del Eixample con jardín y pabellón, que fue de la familia Carandell-Goytisolo. Luis Goytisolo, autor y amigo de infancia de Herralde, era el vértice de una pirámide de una sesentena de autores “autóctonos” dispar: Martín Caparrós, Manuel Cruz (filósofo y presidente del Senado) o Marina Garcés. El puente con las letras catalanas lo construían los propios escritores del sello: Tina Vallès, Jaume Sisa…
Curtido en una gauche divine con cuartel general en la discoteca barcelonesa Bocaccio (de la que Herralde vendió sus cotizadas acciones a José Manuel Lara Bosch), resistían el anfitrión y los suyos, con la editora Silvia Sesé al frente —“tengo con ella una sintonía casi milagrosa”; “no es fácil seguir su ritmo, por inesperado y por su tesón”, se piropearon— de los que iban quedando de los 500. “Somos el olvido que seremos”, citaba Herralde. Visto el voluminoso catálogo de los 50 años (de cubiertas amarillas, claro) que se repartía al salir de la fiesta, no habrá desmemoria para su Anagrama.
Babelia
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