‘Succession’ y ‘Fleabag’ llevan a la televisión a un nuevo capítulo en los Globos de oro
El primer año sin representantes en abierto entre las nominadas premia a HBO y Amazon
Ellen Degeneres salió del armario en 1997 en un episodio de una sitcom en horario de máxima audiencia. Unos 42 millones de estadounidenses vieron entonces cómo su personaje tiraba los tejos a Laura Dern. Era la primera protagonista televisiva en dar el paso. Su valentía le iba a costar muchos disgustos, pero cambiaría la percepción de toda una generación de espectadores para siempre. Todos lo habían visto. La televisión cambiaba mentalidades.
Han pasado 23 años, y ese momento volvió a ser recordado este domingo al entregar su Globo de oro honorífico a la presentadora y humorista, pero la televisión en abierto que nos acercaba a esas experiencias colectivas vive en un punto de inflexión del que será difícil recuperarse. Hoy es difícil siquiera que varios millones de espectadores sigan un fenómeno televisivo al unísono frente a una caja cuadrada, incluso aunque se emitan en la aparentemente omnipresente Netflix (que se fue casi de vacío de la ceremonia al rascar dos estatuillas de entre 34 nominaciones). Las series, con Fleabag o Succession a la cabeza como triunfadoras de la noche, han alcanzado cotas de calidad imposibles de imaginar en aquella época, pero ¿tendrán estas producciones tanta relevancia social cuando las revisemos en dos décadas?
El premio a Degeneres fue el único guiño a la tele generalista de unos nominaciones que habían copado por primera vez en la historia todas las categorías (incluso las de actores) con modelos de pago. La televisión en abierto, en concreto NBC, solo apareció para que la ceremonia pudiera seguir emitiendo en esa antigua caja sin la que habrían sido otros premios más, mientras se convertía en participe de erigir al cable de HBO (4 estatuillas) y a la plataforma de un conglomerado electrónico como Amazon (2) en vencedoras de los premios más codiciados en drama y comedia televisiva.
HBO nombró con la ayuda de la prensa extranjera en Hollywood a la inesperada sucesora del fenómeno Juego de tronos, ausente también esta vez de los Globos de Oro (solo Peter Dinklage ganó como secundario en 2012). Algo que ya sabíamos quienes llevábamos dos temporadas conviviendo con los Roy. Succession, vencedora en drama y actor protagonista (Brian Cox), no llega de reinos mágicos ni obra épicas batallas de caballería, sino desde un Nueva York de rascacielos y codicia. Una adinerada familia disfuncional protagonista que haría buenas migas con los Ewing de aquel Dallas que suena a antigua televisión. Mezclado hoy, eso sí, con la corrosión de la escuela de The Thick of It de Armando Ianucci. Porque la serie de Jesse Armstrong es televisión clásica al más puro estilo, incluso si está llena de diálogos inteligentes para avivar batallas sin nada que envidiar a las de Poniente. HBO, que solo había ganado mejor drama en otras tres ocasiones, teje su nuevo día de esplendor.
Menos puñales por la espalda, pero el mismo nivel de conversaciones picantes y falta de respeto clerical son las que han llevado a Phoebe Waller-Bridge a hacer de Fleabag ya un fenómeno en las ceremonias de premios. Uno que encamina a su escritora y protagonista a ser la esperanza del audiovisual. Incluso si se niega a escribir una temporada más para su personaje más famoso, no le faltará trabajo, como artífice de Killing Eve, la nueva comedia de HBO Run, e incluso el libreto de la nueva Bond. El testigo de contar sus devenires en pantalla se lo ha cedido a otros con voz propia como Ramy Youssef, un cómico que con un ejercicio de sinceridad similar sorprendió al erigirse con el premio a mejor actor de comedia por Ramy (en Starzplay, en España). Ambos controlan ese secreto televisivo que repasó Ellen en su discurso, sus razones para ver la televisión: "personajes con los que quieres pasar tus horas en casa", pese a que estos no te hagan sentir siempre bien. Suena sencillo.
Saber dónde acabar como Waller-Bridge es algo que, por suerte, ha aprendido esta moderna televisión, y en ello reside también el éxito de contención del drama histórico Chernobyl, que terminó su carrera el domingo con dos nuevos galardones en las categorías de miniserie, terreno largamente pavimentado por HBO. Al cantado de mejor serie limitada se unió el buen hacer de Stellan Skargard, actor eterno al que hemos visto pasar de El indomable Will Hunting al cine de Lars Von Trier, pasando por Mamma Mia, siempre esperando que algún día le llegaría su reconocimiento como secundario sobre el que se puede levantar toda una industria.
El reconocimiento le llega como el conflictivo líder político soviético, Boris Shcherbina. Uno de los muchos personajes reales destacados en los Globos de Oro. Ese ya es otro clásico televisivo: Olivia Colman alcanzó su tercer globo en cuatro años por meterse en la piel de la reina Isabel II en The Crown, tomando el testigo también en estas lides de Claire Foy; Michelle Williams logró su galardón por interpretar a la bailarina, a la sombra de Bob Fosse, Gwen Verdon; Patricia Arquette lo hizo como la madre psicótica de The Act y Russell Crowe alcanzó la gloria tras llenarse de prostéticos para transformarse en Roger Ailes, magnate de Fox News caído en desgracia tras las continuas acusaciones de abuso sexual de sus presentadoras.
De esa cultura del abuso en la televisión hablaba también The Morning Show, la serie de Apple que se presentaba como gran promesa y que se fue de vacío. "Los canales en abierto están a punto de caer por una ladera y explotar. Estamos a unos años de su final", decía ya en el primer capítulo un ejecutivo, en esta serie con referencias nada veladas a la cultura de la violación que campaba a sus anchas en NBC. La compañía de Tim Cook ha perdido su primera batalla en el mercado de las plataformas televisivas, pero sobrevive un día más en un panorama que se presenta tan despiadado como cambiante e indescifrable. Vivimos en una nueva era televisiva. Quizás no haya Ellens, pero sus voces todavía tienen mucho que decir. Es hora de escucharlas.
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