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La venganza discográfica de Frank Sinatra

Hace 60 años, el cantante fundó su propia compañía, Reprise, tras dejar Capitol. La ruina inicial que terminó en gran inversión

Diego A. Manrique
Sinatra y Bing Crosby, durante su primera grabación juntos para el recién nacido sello Reprise.
Sinatra y Bing Crosby, durante su primera grabación juntos para el recién nacido sello Reprise.Bettmann (Bettmann Archive)

En 1960, Frank Sinatra dio un puñetazo encima de la mesa. Rompió con la discográfica Capitol, que le había ayudado a rescatar su carrera musical. Aseguró que tenía la garganta averiada y que permanecería así siempre que Capitol le requiriera grabar los discos que debía por contrato. Más aún; anunció que fundaría su propia disquera, donde acogería a sus amigos y a los artistas de verdad, nada de esa basura del rock & roll. Se llamaría Reprise, en referencia al término automovilístico o —según algunos suspicaces— como una sugerencia de “reprisal”, es decir, algo tan sinatriano como “represalia” o “venganza”.

La Reprise de Sinatra ha pasado a la historia como ejemplo pionero de los sellos fundados por artistas y dorado modelo de que esas iniciativas podían ser rentables. Lamento informar que ninguna de las dos cosas es cierta. Reprise, en sus primeros años, cometió casi todos los errores atribuibles a lo que, en la jerga de la industria, se conocería como vanity labels.

En realidad, Reprise nació como una cláusula en el contrato que convertía a Sinatra en actor exclusivo del estudio cinematográfico Warner Brothers. La rama discográfica de Warner proporcionó infraestructura a la naciente compañía y Frankie se ocupó de los fichajes. Ofreció libertad creativa y condiciones ventajosas: sus contratos no eran exclusivos y permitían incluso a los artistas adquirir sus masters. Se trajo a buena parte de sus colegas del rat pack, a muchas de las estrellas de los casinos de Las Vegas y a un puñado de figuras del jazz: Dizzy Gillespie, Duke Ellington, Ben Webster, Barney Kessel. Puesto a echar la casa por la ventana, también puso en marcha el Reprise Repertory Theatre, organizando costosos dream teams para grabar versiones rutilantes de musicales de Broadway.

Al menos, todo eso era defendible en términos estéticos, aunque fuera la estética de la era Eisenhower. El problema residía en que la generosidad de Sinatra como cazatalentos también se extendió a jugadores de béisbol, humoristas, presentadores de televisión, actrices veteranas. Con semejante alineación, la compañía era una pura hemorragia de dinero: solo vendían discos en cantidad el propio Frank, su amigo Dean Martin y un festivo tejano llamado Trini Lopez. Hundida en números rojos, la única manera de mantener abierta Reprise era fusionarla con la discográfica del estudio, Warner Bros. Records. Eso ocurrió en septiembre de 1963 y en las semanas siguientes se rescindieron los contratos con la mayoría de los sesenta artistas de Reprise.

No con Sinatra, que se quedaba con el 33% de la empresa resultante, Warner-Reprise. Perdía, eso sí, el poder de veto. A partir de ese momento, Reprise comenzó a fichar el tipo de melenudos que Frankie detestaba: The Kinks, los Electric Prunes, Jimi Hendrix, Neil Young, Arlo Guthrie, Fleetwood Mac, incluso freaks del calibre de The Fugs o Tiny Tim. Y el crooner no rechistó: las cuentas de la nueva compañía mejoraron ostensiblemente. Frank aprendió la lección: en plenos años sesenta, no podía ignorar a la juventud como motor del mercado.

Sammy Davis Jr., en Londres, en la fiesta de lanzamiento del sello Reprise.
Sammy Davis Jr., en Londres, en la fiesta de lanzamiento del sello Reprise.J. Wilds (Getty Images)

Sus poderes de convicción cabalgaban sobre las joyas del cancionero de standards, arregladas por maestros como Nelson Riddle, Gordon Jenkins o Billy May, tocadas por músicos aterrados de encontrarse en el mismo recinto que Sinatra. Si podía, tanto en cine como en discos, aplicaba la norma de “una toma y no más”. Ahora, sin embargo, se veía en la necesidad de buscar temas para competir con “los delincuentes juveniles”.

Y acertó: Sinatra vendió millones de copias de canciones que, años después, pudo revelar que odiaba: Strangers in the Night, My Way, Somethin’ Stupid (con su hija Nancy). Fue introduciendo en su repertorio éxitos del pop firmados por Paul Simon, Lennon-McCartney, George Harrison, Joni Mitchell o Stevie Wonder.

Esas mínimas concesiones le permitieron ejercer su santa voluntad. Las big bands podían estar pasadas de moda, pero recurrió a la de Count Basie para su exuberante Sinatra at The Sands. Realizó su sueño de grabar con Duke Ellington en Francis A. & Edward E. Cantó bossanova con Antonio Carlos Jobim.

Sinatra estuvo en Reprise hasta 1981. En 1969, hizo un negocio redondo al vender su participación en Warner por 22,5 millones de dólares. Al poco, tras facturar L.A. Is My Lady en el sello de Quincy Jones, se retiraba de las grabaciones. Solo volvería en los años noventa, para realizar sus colecciones de Duets, que —sorpresa— fueron editadas por Capitol. Un Sinatra casi octogenario decidió que era hora de perdonar a sus viejos enemigos.


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