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Manuel Cruz: “El político se ha convertido en el malo por excelencia”

El senador socialista, que publica las memorias de su tiempo en las Cortes Generales, sostiene que el Gobierno catalán considera “inexistentes por completo” a los no independentistas

Juan Cruz
Manuel Cruz, el pasado 2 de diciembre, en Barcelona.
Manuel Cruz, el pasado 2 de diciembre, en Barcelona.Albert Garcia (EL PAÍS)

En Transeúnte de la política (Taurus, 2020), las memorias de su tiempo en las Cortes Generales (desde 2016 al presente, diputado, senador, presidente del Senado, y ahora otra vez senador, con el PSOE), Manuel Cruz se refiere, entre otros asuntos, a su relación con el periodismo, que en un momento determinado de su presidencia lo tomó como diana de informaciones y bulos; y también se refiere a una pregunta recurrente que se le hace: “¿Cómo está la situación en Cataluña?”. En esta entrevista por Skype (él, en su casa de Barcelona, atento por si le llamaban a votar), por ahí empezaron las preguntas al autor de Las malas pasadas del pasado y ¿A quién pertenece lo ocurrido?, entre otros libros donde expresa su aprendizaje filosófico de la ética, entre otros con maestros como Emilio Lledó.

Pregunta. ¿Cómo está la situación en Cataluña?

Respuesta. Yo diría que está dañada por estos años de procés. Más allá de las cuestiones políticas, ha habido un énfasis en lo identitario que, en el fondo, va más allá de la política: afecta al ser de las personas. La identidad es como el colesterol, hay bueno y malo. La identidad buena es la que se utiliza para cohesionar. Y la mala es el problema fundamental. Todos estos años del procés han estado en el poder fuerzas independentistas. Para ellos los no independentistas somos inexistentes por completo, y es muy complicado vivir juntos con esa premisa.

P. ¿Le ha afectado a sus relaciones personales, de amistad, con sus alumnos?

R. He hecho un esfuerzo para que eso no ocurra, para que no suponga una merma preocupante. Pero muchos han visto quemadas sus relaciones. Y ha habido personas que han tenido que dejar determinado grupo porque la atmósfera se hace irrespirable.

P. ¿Ha tenido usted que dejar amistades?

R. No, pero ha sido a un precio: hacer abstracción de algunos elementos. He intentado que las relaciones personales no se vieran afectadas, pero a menudo he tenido la sensación de que la relación de otros conmigo sí se ha visto afectada. Lo difícil, para convivir, es que haya que guardar silencios.

P. Ampliemos la pregunta: ¿y cómo está hoy la situación en España?

R. La esfera pública, la política, está deteriorada, desprestigiada. No solo la política: el espacio público en general. Está cada vez más lejos de aquella ágora ideal en la que se podían debatir opiniones diferentes para que surgiera alguna forma de acuerdo. Ese horizonte en España es cada vez más lejano. En política, la situación se ha convertido en un pimpampum de todos los males de nuestra sociedad: el político se ha convertido en el malo por excelencia. Una sociedad no puede funcionar si resulta que los ciudadanos no confían ni siquiera en los políticos a los que han votado. En las tertulias es fácil pegar la hebra si arremetes contra los políticos. El único consenso es un consenso perverso contra los políticos.

P. En su libro no quedan bien algunos políticos, entre ellos quienes están en la presente coalición del Gobierno.

R. No estoy negando la posibilidad ni la obligación de la crítica. Se deben criticar los comportamientos y las tesis de unos y de otros. Lo que no tiene sentido es el silencio indisciplinado o el mutismo. Pero la alternativa no es la descalificación genérica de toda la clase política, que implica la descalificación de la política. Mi resquemor es que el rechazo termine desembocando en tesis antipolíticas… Dicho esto, que pueda haber partidos o coaliciones a los que yo, en su momento, critico, y que ahora están en el Gobierno, no me provoca ningún problema, porque mi libro finaliza al término de la legislatura anterior. Ahora se han producido cambios, porque partidos a los que sí critico en mi libro han cambiado sus posiciones. En cuanto a Unidas Podemos, han cambiado su impugnación de la herencia de la Transición, incluso han abrazado la propia Constitución. Si hace eso Podemos, buena parte de mis críticas ya no las puedo aplicar.

P. En su libro hablaba de Pablo Iglesias con una ironía que no era la de un compañero de pupitre… No habrá cambiado tanto.

R. Es que la idiosincrasia de un político me parece relevante en la medida en que tiene efectos políticos. Me parece evidente que, en un momento determinado, especialmente en Pablo Iglesias, había una especie de convulsión por la visibilidad, que afectaba a su tarea política. ¿Esa convulsión ha desaparecido? Francamente no. ¿Esa convulsión está afectando al Gobierno? En la medida en que no lo dañe, yo no tengo nada que objetar.

P. ¿Y no lo daña?

R. En lo vertebral, no. No descarto que haya cosas que sí, lo he dicho por escrito. Por ejemplo, promoviendo un manifiesto contra los golpistas de extrema derecha cuando acompañó al Rey a La Paz, interfiriendo en la tarea de la Ministra de Exteriores, y es posible que generando cierta inquietud en la jefatura del Estado. Debemos ir con mucho cuidado y no meter cualquier cosa que nos parezca mal en una especie de juicio sumarísimo.

P. En la crítica de su libro en Babelia, Juan Luis Cebrián señaló que usted era muy preciso contra la oposición pero muy elusivo o elíptico con relación a sus compañeros de viaje…

R. He recibido críticas diciendo también que este libro solo podía gustar a la derecha, porque me metía con las bestias negras de la derecha, Podemos y el independentismo. Y hay quienes me han dicho lo contrario. Este es un libro que intenta reflexionar sobre esta época, que es una especie de peculiar periodo de entreguerras del siglo XXI, lo que supuso la catástrofe económica de 2008 y lo que supone la catástrofe de la pandemia. Lo más significativo de lo que ocurre ha sido la impugnación de la herencia recibida, y esa impugnación se ha hecho desde el independentismo y desde Podemos. Y yo me centro en ellos, pero no es cierto que yo me meta con todos excepto con el PSOE.

P. ¿Y cuál sería su crítica el PSOE?

R. El PSOE debería aprovechar más (como el PSC) el hecho de que son las únicas fuerzas políticas que tiene una propuesta política no independentista para Cataluña. La prueba es que, en su reivindicación, hoy en día los independentistas enarbolan la amnistía y no se sabe qué más y, a lo mejor, un difuso “lo volveremos a hacer”. Y el no independentismo (PP y Ciudadanos) no acaba de presentar nada, y tampoco aspira a atraer a ningún votante independentista. El cumplimiento de la ley vale, pero no es un programa alternativo.

P. ¿Su presencia en la política mancha su postura como intelectual?

R. Esa tendencia a considerar que la esfera pública es como la esfera de Yo, Claudio, llena de conspiraciones y puñaladas a gogó, donde no te puedes fiar de nadie porque todo el mundo te traiciona… Hay más puñaladas en la Universidad que en un grupo parlamentario. Convendría no dar por descontada toda esa carga de valor negativo que se le echa encima a la política. Las renuncias en la política no son tan diferentes a las que se hacen constantemente en todos los ámbitos.

P. Se le ve muy conturbado en el libro por las denuncias de presunto plagio que recibió desde algunos sectores de la prensa. ¿Prosigue esa herida? ¿Le dolió?

R. No, en absoluto, no sigue. Pensé no tratarlo, pero me pareció que era algo que debía salir. En su momento duele. Escamotearlo hubiera sido un escamoteo incorrecto.

P. Un transeúnte de la política. ¿Pero un transeúnte que se queda?

R. El transeúnte, por definición, está de paso. No sé cuánto durará esta travesía. Estoy en ella con un compromiso, con unas ideas de izquierdas, y con la fuerza política que las encarna. A los que no hemos llegado aquí a buscar cargos no nos cuesta abandonar los cargos o los escaños. Yo estoy a lo que se me diga.

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