Primera clave para el misterio del monolito: el escultor McCracken, posible autor
El hallazgo de una pieza de metal minimalista en Utah desata una tormenta de especulaciones en torno a su origen y autoría. Los expertos avanzan las primeras explicaciones
Parece un homenaje póstumo a Philip K. Dick, el famoso autor de novelas de ciencia ficción. O el apuntador metálico de 2001, una odisea en el espacio. También podría ser un tótem alien, o una provocación traviesa en clave artística, pero lo cierto es que la escultura inoxidable hallada recientemente entre los cinematográficos cañones rojizos del desierto de Utah ha desatado una tormenta de especulaciones sobre su origen y autoría. Carne de cañón para volverse de inmediato viral en Twitter, tras la publicación de la intrigante historia por el diario The New York Times.
Unos funcionarios del Estado que realizaban desde un helicóptero un censo de una especie local de borrego dieron con el pilar metálico en un meandro trazado por dos cañones. El parecido más razonable del artefacto artístico -si es que lo es- lleva hasta la firma de John McCracken, un escultor aficionado a la vida extraterrestre y paranormal que falleció en 2011, cuenta el diario neoyorquino en un fascinante relato en busca de un autor. Pero el rastreo de la zona en sucesivas cartografías de Google parece indicar que el armatoste, de más de tres metros de altura, fue colocado allí -por quién constituye otro enigma- en 2016, es decir, cuando el artista llevaba varios años muerto. Para colmo de la intriga, el objeto ha desaparecido de la misma forma misteriosa, según fuentes oficiales, que aseguran que alguien retiró la pieza el viernes por la noche, pese a que las autoridades habían rehusado precisar su ubicación para evitar un desfile de curiosos.
Incluso los depositarios del legado artístico de McCracken, cuya principal contribución a la escultura contemporánea ha sido, según los expertos, embridar la factura humilde de la madera en envolturas geométricas con el brillo superficial de la industria del automóvil de California (sic), se muestran divididos sobre la atribución. La galería David Zwirner de Manhattan (Nueva York), que ha expuesto desde 1997 toda su obra y hoy custodia su legado, considera como firma que sí, que se trata de un trabajo no catalogado de McCraken, en cuyo caso el artista habría hurtado a sus albaceas la existencia de la obra (y para colmo se habría quedado sin cobrar los royaltis). Pero los socios de la galería difieren al respecto: uno está convencido de la autenticidad de la pieza, mientras otro se encoge de hombros.
Quien no tiene la menor duda es Patrick McCracken, hijo del escultor, al recordar una conversación con su padre en la que este dejó caer lo interesante que sería diseminar por lugares remotos sus obras para que la gente fuera encontrándolas, un experimento entre la performance y la chanza. ¿Cree que estaba bromeando?, pregunta el diario a Patrick. “No, creo que es algo que habría podido hacer. Le inspiraba la idea de visitantes extraterrestres dejando por ahí piezas que se parecieran a sus obras, o viceversa”, apunta. El hijo, que ha heredado la vena artística del padre -es fotógrafo-, subraya que su progenitor, un ávido consumidor de ciencia ficción, creía firmemente en la existencia de seres extraterrestres capaces de visitar en algún momento la tierra.
Lo cierto es que, además de ser flor de un día en Twitter, el asunto está revelando también al vulgo una plétora de nombres señeros de la escultura contemporánea, como Ed Ruscha o James Hayward, sin necesidad de rebuscar en la Wikipedia. El primero, decano de la escena artística de California, duda de la autoría de McCracken (“podría haberlo hecho cualquiera”, argumenta), mientras que el segundo lo tiene meridianamente claro: “Es un engaño mayúsculo”. Ambos artistas se cruzaron con McCracken, que también fue amigo de uno de los protagonistas de Star Trek, en algún momento de sus carreras. Sea como fuere, quien haya puesto esa pica en Utah ya ha superado de largo los 15 minutos de fama que antes de la invención de las redes se reservaban solo a los más afortunados.
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