Asalto al canon de la danza
La compañía Iniciativa Sexual Femenina, de la que forma parte la escritora Cristina Morales, rompe con las convenciones del género
El colectivo de danza contemporánea Iniciativa Sexual Femenina estrenó en 2018 un esbozo de su primera obra, Catalina, en el centro cívico La Sedeta de Barcelona. Era 28 de abril, Día Internacional de la Danza, por lo que antes de la función hubo un breve acto en el que se leyó el tradicional mensaje de celebración de la disciplina. La encargada de hacerlo fue una maestra de ballet y casi todo el público lo componían sus alumnas —niñas de 10 a 17 años— acompañadas de sus profesores y sus familias. Al poco de comenzar, los padres empezaron a llevarse enfurecidos a sus hijas. Las que se resistían eran arrastradas.
Lo recordaban todavía perplejas la semana pasada las tres integrantes de Iniciativa Sexual Femenina durante el descanso de un ensayo de su nueva obra, La mártir Felicitas, en La Casa Encendida de Madrid. La compañía nació en 2017 en la casa okupa Can Vies de Barcelona y sus recursos son muy limitados, pero ha cobrado relevancia en el último año porque una de ellas es la escritora Cristina Morales (Granada, 35 años), ganadora del Premio Nacional de Literatura 2019 por su novela Lectura fácil. Las otras dos son la francesa Élise Moreau (Aviñón, 28 años) y la finlandesa Elisa Keisanen (Jyväskylä, 32 años). Se definen como un colectivo libertario, feminista, antiacademicista y plenamente horizontal: no hay ninguna líder.
El proceso de gestación de Catalina fue paralelo al de Lectura fácil: así como hay mucha reflexión sobre la danza en el libro, también hay reflejos del libro en la pieza escénica. En todo caso, el impulso era el mismo: el asalto a las formas canónicas de la escritura y de la danza como expresión de una batalla que no solo es artístico, sino sobre todo política. La batalla contra la normatividad, la corrección y los estereotipos sociales, que se reflejan irremediablemente en todas las disciplinas a través de un código estético que fija lo que es bello, correcto o virtuoso.
Esa batalla se lleva a la práctica en el escenario con la transgresión de ese código. En Catalina, eso se refleja en la desinhibición total de los cuerpos, los deseos y las relaciones. Se tocan, se besan, se desnudan, se excitan, se pegan y bailan sin excluir ninguno de sus órganos, ni siquiera los genitales, tal como reivindica una de las protagonistas de Lectura fácil. Todo está coreografiado, por supuesto, pero no se representa, se hace de verdad. Igual que en aquella otra novela de Morales, Los combatientes (2013), en la que una compañía de teatro se atiza en escena y no se detiene si el público no lo pide. Hasta la muerte, si es preciso.
No es que esto sea nada nuevo en la historia de las artes escénicas —recordemos aquellos happenings violentos de los sesenta o la generalización del desnudo en escena—, pero no parece que sea lo que la mayoría de los padres quieren que aprendan sus hijas cuando las llevan a clase de ballet. Y últimamente tampoco es algo que se vea demasiado en los teatros. “Una de las razones que me llevaron a unirme a Élise y Elisa para formar este colectivo fue un cierto cansancio hacia esas formas superlimpias, superhigiénicas o ikeístas, como yo las llamo (en referencia a la cadena de tiendas Ikea), que imperan en la danza hoy día. Empezamos a trabajar en una casa okupa, de manera que en ese ambiente esa superikeización era sencillamente imposible, estábamos en las antípodas de eso”, recuerda Morales.
Otra expresión de esa batalla es la renuncia al virtuosismo. Es una renuncia deliberada, pues tanto Moreau como Keisanen tienen eso que se llama “una sólida formación de conservatorio” y Morales estudió de pequeña danza clásica española, aunque lo abandonó y no volvió a retomar el baile hasta su juventud, transitando por distintas escuelas y estilos. “No es que tenga nada en contra del virtuosismo en sí. Tengo algo en contra de que esa sea la única posibilidad. Me parece bien que alguien pase horas y horas haciendo piruetas perfectas si le apetece, pero me parece imprescindible que exista otra realidad”, matiza Moreau. “Hay un problema con la propia palabra virtuosismo y es que está absolutamente determinada por una forma. En la danza, por ejemplo, se considera virtuoso el salto que atraviesa la sala de una punta a otra sin tocar el suelo. Es decir, está muy determinado por una ejecución precisa de determinados movimientos. Y en cada campo artístico pasa lo mismo: en la pintura, la literatura o la música”, incide Morales.
Mientras Catalina —hace dos semanas se vio en el Teatro del Barrio de Madrid y del 10 al 12 de diciembre estará en La Caldera de Barcelona—, la compañía prepara La mártir Felicitas en distintas residencias de creación como la que desarrollaron la semana pasada en La Casa Encendida. “Es una reflexión acerca de cómo hoy día siguen siendo refrendadas socialmente prácticas y actitudes martirológicas. Como referencia nos inspiramos en una mártir del siglo II después de Cristo en Cartago, llamada Felicitas”, explica Morales. “Por ejemlo, buscamos la representación del dolor en el flamenco y la música pop de los años ochenta”, apunta Moreau. “Exploramos el mundo del dolor y del placer. Y los límites del martirio causándonos daño de verdad entre nosotras en mismas”, añade Keisanen. En ese proceso dicen haber descubierto que es más difícil y trabajoso ser verduga que mártir.
Cuando se pregunta a Iniciativa Sexual Femenina sobre sus referentes en la danza contemporánea, los primeros nombres que salen son femeninos: Janet Novás, Mónica Valenciano, Alba Barral. “Nos interesan los artistas que visitan los límites”, explican al unísono. Constatan también que las mujeres han sido siempre pioneras en el género. Cristina Morales reflexiona: “La danza es un artefacto de disciplinamiento de cuerpos. Y las primeros en esa diana han sido históricamente las mujeres. Por eso también han sido las primeras en querer liberarse de ese yugo”.
Babelia
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