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UNIVERSOS PARALELOS
Tribuna
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Aquella Ibiza garrula

Un libro coral refleja medio siglo de evolución de la escena ibicenca

Cartel promocional de la discoteca Pachá, en Ibiza.
Cartel promocional de la discoteca Pachá, en Ibiza.Nano Calvo (Corbis)
Diego A. Manrique

Tomen nota: Balearic, de Luis Costa y Christian Len (Contraediciones). Uno diría que este libro llega en el momento perfecto. Con la pandemia, Ibiza ha vivido un desastre en lo turístico. Como si los dioses mediterráneos hubieran decidido parar el juego y conceder un año de reflexión a la industria del clubbing en la isla. No es que tengamos muchas esperanzas de que brote allí un propósito de enmienda pero nadie puede excusarse en que una vertiginosa temporada impidió hacer balance y otear el horizonte.

Subtitulado Memoria oral de la cultura de club en Ibiza, el libro conjuga suculentos extractos de entrevistas con unos noventa protagonistas, enmarcadas por breves introducciones a cada capítulo. A finales de los años sesenta, la isla se integró en la ruta del nomadismo hippy. Ya sabemos que el lugar tenía magnetismo para espíritus inquietos, como evidencian las visitas de Walter Benjamin o la (mucho más accidentada) de Rafael Alberti y María Teresa León. Pero lo que diferenciaba a els peluts era su tendencia a congregarse alrededor de la música; de ahí el surgimiento de bares y discotecas.

Queda una historia por escribir: cómo Ibiza gozó de tal grado de tolerancia en pleno franquismo. No es que aquello pasara desapercibido: en 1969, el Abc publicó una serie de reportajes sensacionalistas firmados por Alfredo Semprún, seguido por otra andanada aún más tremebunda en Pueblo, a cargo de Julio Camarero. De alguna manera, el imperativo del turismo venció a la moral dominante. El lugar era lo bastante pobre para no rechazar el dinero de unos visitantes que hasta estaban dispuestos a alquilar casas rurales, sin electricidad ni agua corriente.

Hubo redadas, claro, y expulsiones. Sin embargo, después de leer Balearic, uno comprende que allí abundaba la gente bien y no pocos hippies de pacotilla: recuerden las sonrojantes fiestas Flower Power de Pachá. La Ibiza de Pink Floyd evolucionó hacia lo garrulo: ya en años democráticos, triunfaban los concursos de Miss Tanga y Miss Camiseta Mojada en KU, supuestamente “la cumbre mundial de los clubes de verano.” Descrito también aquí por varias voces como un paraíso para los drogotas, rigurosamente segregados mediante la institución del privée y las llaves vip para acceder por la puerta trasera.

En Balearic tienen especial protagonismo los pinchadiscos, de los que se cuenta su trayectoria de forma hasta agobiante. Urge destacar dos que dejaron marca. José Padilla ponía fondo musical a los atardeceres en el Café del Mar, estableciendo así el subgénero del chill out. Alfredo Fiorito era el paradigma del programador ecléctico, con menús que iban de Talk Talk a The Residents. Deslumbró a un puñado de DJs británicos que, ya macerados en éxtasis, tuvieron una epifanía y volvieron a su país predicando el evangelio de lo que denominaron balearic beats, allanando el camino para que los grupos indies invadieran las pistas de baile, propiciando fenómenos como Madchester o el Segundo Verano del Amor.

Ni Padilla ni Fiorito se beneficiaron mucho de sus hallazgos. El boom de las macrodiscotecas británicas generó poderosos grupos empresariales que conquistaron el mercado ibicenco. Se acabó la libertad para poner a prueba la sensibilidad de los oyentes. A partir de los años noventa, cada noche tenía su onda, con su droga correspondiente: house, techno, minimal, EDM. Un momento revelador: se presenta en el Space el músico local Juan Verdera. Empieza a pinchar su psychedelic trance, el público guiri se queda desconcertado y, zas, el encargado le expulsa de la cabina. Los experimentos, ni con gaseosa.

La Ibiza del siglo XXI es el paraíso de las discotecas deluxe, pensadas para millonarios, fruto de una legislación que agobia a los competidores incómodos. Algo tiene que ver Abel Matutes, que planea sobre todo el libro. Le menciona Antonio Escohotado, uno de los fundadores de Amnesia, como proveedor de bebidas. Luego, tras su etapa política en Madrid y Bruselas, se mete en el negocio como propietario o accionista de diferentes locales. Convertido en promotor inmobiliario, termina apostando por el concepto del beach club con el espectacular Ushuaïa Ibiza. No todos critican su omnipotencia; algunos creen ver en sus proyectos una razonable visión de futuro. Los autores de Balearic quisieron entrevistarle, pensando que –casi octogenario- nada tenía que ocultar. No hubo manera.

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